Parece que fue ayer, y han pasado ya más de cuarenta años desde que Pepe Torres, El Pinto, dejó de venir por Cantillana el treinta de septiembre, día del Besamano de nuestra Divina Pastora, con su espectáculo a la Plaza del Llano, como broche final de las Fiestas.
Cantillana vibraba de emoción los treinta de septiembre, y ya muy de mañana, mujeres y chiquillos se agolpaban en nuestra vieja y querida Plaza del Llano para coger sitio con las sillas. Parece que estoy viendo al "Pintoro", aquel serio e hierático municipal encargado por el Ayuntamiento de que no se cortase el tráfico en la Plaza, poniendo orden con la vara e impidiendo que antes de las doce de la mañana nadie colocara una silla en el Llano. El tablao se colocaba enmedio, más o menos donde se encontraba la fuente, y las sillas no sólo se situaban dentro de la Plaza, sino también en la calle y sus alrededores. Se dejaba un pasillo, que trabajo costaba a los de la Hermandad fuera lo suficientemente ancho para que pudieran pasar los artistas hasta la casa de Manuel Naranjo y Pilar "la de la Esquina" que desinteresadamente, y en pro del esplendor de sus fiestas, cedían aquella noche gran parte de su casa para que se cambiaran los artistas. A Pepe, a su buen amigo Pepe, que siempre acudía acompañado de su mujer Pastora Pavón, la Niña de los Peines, le dejaban la salita y a los demás, el salón, así como el cuarto de baño. El día anterior, el esforzado matrimonio y sus hijos, Pepe, Pilar, Felisa y Manuel apilaban con gusto los muebles y subían los que podían al piso alto de la casa. Todos los años, y fueron muchos los que cedieron su casa, Pilar, la madre, mujer bondadosa y cristiana, hablaba previamente con Infantes, el representante de Pepe Pinto, para que los flamencos se comportaran en su casa con la decencia y el decoro necesarios, y jamás, la buena señora y su paciente familia tuvo queja alguna de los artistas. A Pepe lo apreciaban ya como de la familia, y el aprecio y respeto era mutuo.
Sus hijos, hoy día al cabo de los años, de los muchos que han pasado, recuerdan con cariño a aquel pequeñogran hombre, que cantaba como los ángeles y que tenía un corazón de oro. Terminado el Besamanos, todo el mundo corría hacia la Plaza, con las rebecas al hombro, el búcaro o la botella de agua y las pipas de los melones que para almorzar cayeron en la casa. Algunos rezagados portaban sus sillas en la cabeza abrigando la vana esperanza de encontrar algún sitio en la vieja Plaza. La mayoría había dejado al niño, a la niña, a la abuela o a la tata, haciendo guardia desde muy de mañana. En la Plaza no cabía ni un alfiler, y a eso de las once comenzaba el espectáculo, siendo el último en actuar Pepe Pinto, el cual de acuerdo con la Hermandad, todos los años traía consigo a un artista sorpresa. Un año, al "Malagueño", otro a la "Niña de Antequera", otro al "Peluso"..., y así a infinidad de figuras de la época. Era un secreto a voces, si bien, nadie sabía a ciencia cierta quién estaría ese año en la Plaza. Recuerdo que incluso se hacían apuestas, y hasta más de un enterado llegó a discutir en las sillas sobre uno u otro cantante, siendo abucheado al final al deshacerse el entuerto.
El escenario no estaba cubierto para que todo el mundo pudiera ver el espectáculo sin mayor dificultad. Bueno, eso es un decir, porque había quien exprofeso se había fabricado sillas fuera de lo normal o con suplementos, y que con anterioridad utilizaban las noches de novena para mejor ver aquellas viejas películas con las que todos los años la Hermandad obsequiaba al Pueblo, y obviamente, se producía alguna que otra discusión que, a Dios gracias, nunca llegaban a más. A pesar de los años, recuerdo con nostalgia nuestra vieja y querida Plaza llena a rebozar, y a la gente impaciente esperando que apareciera el Pinto, el cual como todo gran hombre, era algo desordenado, y en más de una ocasión llegó tarde y tuvo a la gente en vilo. Mientras tanto actuaban los demás, y el célebre "Santana", junto al no menos famosos Nicolás, entre actuación y actuación, junto al "Tío de los Cangrejos" -reconocidos por don José Chacón, el Veterinario hacía su agosto vendiendo "arvellanas", y diminutos cangrejos, ya que los langostinos en aquellos años cuarenta y tantos y cincuenta, se quedaban en otros puertos. Arte tenían aquellos vociferantes y simpáticos vendedores para lanzar al aire sus productos y que llegaran indemnes a su destino, ya que el intentar pasar entre las sillas -aparte de una temeridad- era más que imposible, pues no había un palmo de la Plaza y sus alrededores que no estuviera cubierto.
Por fin aparecía El Pinto, y miles de palmas sonaban a un tiempo. Aún tengo grabada en la memoria aquella sin par estampa andaluza de Pepe Pinto en medio del escenario con su impecable traje negro, camisa blanca y sombrero de ala ancha en la mano derecha, cantándole a Carmen Mora, que con su bello traje blanco de cola se movía al ritmo de aquellas inigualables soleares. Y cantaba y cantaba con cariño, casi hasta ser de día, todo aquello que su público y su Pueblo le pedían: fandangos, tientos, alegrías, peteneras, colombianas... y no se cansaba. Dominaba todos los palos y era un artista inigualable: grande entre los grandes de su época. Después, cuando terminaba el espectáculo a eso de las cinco de la mañana, marchaba a la puerta de la casa de su amigo Eduardo Moreno, conocido por Eduardo "el de los Pájaros", junto a la Peña, y allí, ya en la intimidad, seguía cantando y cantando hasta bien entrada la mañana.
Recuerdo su Bar de la Campana en Sevilla, "Bar el Pinto" -hoy creo que existe una sombrerería- y a ese pedazo de hombre, de mediana estatura, con su traje oscuro y sombrero negro, departiendo amablemente con el público. Todo aquel que empezaba en el mundillo del cante acudía a Pepe Pinto, y éste, con su gran corazón de niño grande, lo ayudaba. En una ocasión -ya era yo algo mayor- acudí a su bar con mi amigo Joaquín Campos y Aurorita, la que hoy día es su mujer, y pude apreciar "in si tu", lo que ese gran hombre apreciaba a la gente de nuestro Pueblo, a su segunda Pequeña Patria. Era un hombre sencillo y bueno, muy amante de Cantillana, hasta el punto de sentirse cantillanero, y sobre todo pastoreño. Aquellos que lo trataron decían de él que tenía un corazón que no le cabía en el pecho. Recuerdo una anécdota que refleja fielmente la forma de ser de aquel pequeño-gran hombre, no por haberla vivido, pero si por habérsela oído infinidad de veces contar a Dolores García, "la Millona", la mujer de Pepe Vanegas, aquella buena mujer a la que quise como si fuera mi madre. Su hijo Pepe, el mayor, se encontraba en la mili, y en aquellos años de miseria y hambre lo estaba pasando muy mal. Aparte, el padre ya era mayor y con la ayuda de Joaquín, el otro hijo, hacían lo que podían en las tierras. La verdad es que hacía falta en la casa, y no había forma de traerlo a Cantillana. Una mañana, apareció por la casa, "con el Corte Inglés al hombro", Antoñito "el de las Telas", aquel célebre y simpático gitano afincado en Brenes, que de tren a tren, y con su mercancía a cuestas, se recorría todos los pueblos de España ofreciendo por las casas las novedades de la época. Al ver a la buena mujer medio llorando, con cariño le preguntó:
-¿Qué te pasa, Dolores, Lolita, Lola, que parece que se "ta comío" el alma el diablo?
-¡Ay Antoñito, hijo, que estoy muy triste! Que mi niño está en la mili y lo está pasando "mu" mal.
-¿Se "pué sabe" en que Regimiento está?
-¡En el Copero, Antoñito, en el Copero! ¡Y digo yo, para que quiere saber mi "pepe" la estación, no vaya a ser que el quinto llegue antes.
Pepe de aviones, si lo único que sabe es trabajar en el campo!
-¡"Po" si está en aviación, ya lo tienes "arreglao"!
-¡Ay, Pastora Divina! ¡No me digas eso, Antoñito, que me va a dar algo! -"Po" que no te dé, que lo que "tiés" que "hacé" es coger el tren e irte a la "capitá" en busca de Pepe Torres, El Pinto. ¡Ya verás como te ayuda!
-¡Antonio, por Dios, si yo no lo conozco de "na"!
-¿Y qué? Pero eres de Cantillana, y Pepe "tié" un corazón que no le cabe en el pecho.
La conversación con Antoñito hizo mella en Dolores, y aquella noche trató sin éxito de convencer a su marido para que la acompañara a Sevilla. A la mañana siguiente aquella valiente mujer, tras encomendarse a su Divina Pastora, y acompañada de su hija Victoria, se encajó en la calle Calatrava 20, en pleno Barrio de la Macarena, donde vivía El Pinto. Este amablemente la recibió, y nada más oír su petición, delante de ella llamó al General Lecea, con el que le unía una gran amistad, y cuando terminó, dándole una palmadita en la espalda, cariñosamente le dijo:
-¡Ea buena mujer! Váyase usted rápida “pa la estación”, no vaya que el quinto llegue antes.
Dolores rompió a llorar y, abrazándose al Pinto, no paraba de darle las gracias y de decirle cómo le pagaría lo que había hecho por su hijo. Este separándole cariñosamente, le dijo:
-¡Con una docena de milhojas, que a Pastora y a mí nos vuelven locos! Pero los compra usted en Cantillana que hay muy buenas confiterías, y nos los comemos aquí, con un cafelillo negro que "man traío" de Melilla y que mi Niña lo hace que quita el "sentío".
Dolores salió de aquella casa con el alma henchida y el corazón que no le cabía en el pecho de tanta alegría. Cómo iba a imaginar aquella humilde y sencilla mujer, que nada menos que El Pinto, el ídolo de aquella época, el grande entre los grandes, el Rey del Cante, la iba a recibir en su casa y recomendar a su hijo. Y llegó a la estación, y se produjo el milagro: allí estaba su hijo.
Ese era El Pinto, un hombre bueno, sencillo y humano, y con un corazón, como dice Pilar Naranjo y aquellos que lo trataron, que no le cabía en el pecho. Yo que por aquellas fechas era un chiquillo de apenas seis o siete años, guardo un grato recuerdo de ese gran hombre que tanto amó Cantillana y a sus gentes, y tengo el grato honor de haber sido fotografiado por el insigne Orozco, en la casa de Dolores y Pepe Vanegas, en medio de Pepe y Pastora, y a ambos lados mi querido matrimonio. Desde que falleció Dolores no he vuelto a ir a su casa, pero lo que sí es cierto es que ella tenía la fotografía en un marco colgado de la pared y a todo el mundo la exhibía con orgullo porque para ellos, don José Torres, El Pinto, el mejor "cantaor" del mundo, era primo de Dios y más o menos un santo.
"No hay más que pisar Cantillana pa sentirse cantillanero y ver a esa Virgen tan linda pa sentirse pastoreño."
José Morejón Oliveros
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