miércoles, 3 de agosto de 2011

La pradera


Siempre, siempre te amé.
Desde mi edad primera
tu santo nombre resonó en mi oído,
¡oh María!
Más grato que se escucha en primavera,
de clara fuente lánguido sonido.

Y flores que arrancando en la pradera
te las rindió mi pecho conmovido.

Y al blando son de místicos cantares
perfume con esencias tus altares.
Bendito el instante que Dios te creó,
bendita la hora que el mundo te vio.

Romanza anonima del siglo XIX

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