Un camarín para culminarla, una noche para destruirla
La Divina Pastora en su camarin, costruido a comienzos del siglo XX y que vino a culminar el patrimonio artistico y espiritual de la Parroquia.
Esta septima parte va a tratar los acontecimientos más destacados en la parroquia de Cantillana durante el primer tercio del siglo XX. El de 1900 será también un año especial en la historia de nuestro templo. Recibe la visita insigne de un arzobispo hispalense, hecho poco común en la época, pues seguramente habría que remontarse muchos años atrás, incluso siglos, para tener constancia de la presencia en Cantillana de un prelado. Se trata de la célebre visita de don Marcelo Spínola y Maestre a las fiestas mayores de la Divina Pastora, a las que fue invitado por su hermandad, muy querida y estimada siempre por los arzobispos de Sevilla. De los pormenores de la presencia de Spínola en nuestro pueblo los días 7, 8 y 9 de septiembre de aquel año, ya se ha informado detalladamente en otras ocasiones (véanse el opúsculo La Divina Pastora y el Cardenal Spínola, editado por la hermandad de la Pastora en 1987 y el artículo en la revista Cantillana y su Pastora, nº 5 de septiembre de 2000) De esta visita inusual -máxime si se tiene en cuenta la categoría del personaje, que alcanzó la gloria de los altares al ser beatificado en 1987- y que supone una de las páginas de oro de la historia de la hermandad pastoreña, nos interesan especialmente en esta ocasión, al hilo de nuestro relato, las consecuencias derivadas de ella, algunas bastante relevantes. Por un lado, se reforzaron aún más los vínculos de la hermandad con la autoridad eclesiástica y especialmente con la sede arzobispal con la que siempre mantuvo buenas relaciones. Cabe destacar que Spínola fue nombrado, como había ocurrido con el cardenal Lluch Garriga en 1882, Hermano Mayor Perpetuo, ejerciendo el cargo efectivamente, firmando y autorizando los acuerdos y las cuentas y demostrando una verdadera solicitud y paternal amparo a la institución. Por otro lado, y como consecuencia de esto, la hermandad recibió la autorización del prelado para la construcción en la parroquia de un camarín y nuevo retablo en el que colocar la imagen peregrina de la Divina Pastora con mayor decoro y esplendor. De todo este interesante proceso y de sus artífices pueden encontrar los lectores información detallada y rigurosa en el artículo de Francisco Manuel Duran Gallardo titulado Para que perpetuamente esté en él la Divina Pastora. El legado de Spínola y de la familia Palazuelos-Morillas, publicado en el número 6 de la revista Cantillana y su Pastora, en septiembre de 2001. Para la construcción del camarín en 1901 fueron precisas obras y cambios de retablos y elementos del templo parroquial que detallamos a continuación: El lugar elegido para la edificación de la nueva capilla-camarín fue el que ocupaba un edificio o dependencia anexa a la iglesia situada a la izquierda de la puerta del Palacio, que pertenecía a la Hermandad Sacramental, y donde se guardaban el monumento y otros enseres de esta cofradía. En el interior, este tugar se correspondía con el espacio que ocupaba el retablo de las Ánimas Benditas, que aparece ya documentado en este sitio en los libros de visitas del siglo XVII. Estaba formado por un gran lienzo pintado al óleo con el tema de las Ánimas del Purgatorio suplicando la Misericordia Divina, y se enmarcaba en un artístico marco barroco tallado y dorado. Hubo entonces que demoler la sala contigua de la Sacramental ya referida y, para abrir el hueco o vano en la pared del templo, desmontar la mayor parte del retablo de Ánimas, cuyo marco permaneció en el mismo lugar reaprovechándose para retablo del camarín, mientras que el lienzo fue trasladado al testero que ocupaba el retablo de la Virgen del Rosario, detrás de la tribuna del órgano parroquial, justo en el sitio que hoy ocupa el altar del Crucificado de la Misericordia. La mencionada Virgen del Rosario, por su parte, sería colocada en el retablo que había ocupado hasta ese momento la Divina Pastora, del que ya hablamos en su momento, pasando la Pastora al nuevo y precioso camarín que fue enmarcado por un retablo formado por el antiguo marco de las Ánimas y otros elementos arquitectónicos añadidos de madera tallada y dorada. El interior del camarín fue decorado con las pinturas del ilustre Ricardo López Cabrera, quien recreó el paisaje local rodeando la imagen de la Virgen e integrándola perfectamente junto al pequeño risco donde se eleva.
Parece que estas novedades y cambios, pero seguramente mucho más, la cierta sensación de privilegio de la hermandad Pastoreña con respecto a otras y de su influencia en Palacio, no debieron gustar mucho a las componentes del rosario y hermandad de la Asunción, dada la notoria rivalidad entre ambas congregaciones, y según se pone de manifiesto en documentos posteriores. Un posible complejo de inferioridad en unas y una actitud altiva y orgullosa en otras, hicieron que pasados algunos años la enemistad creciera tanto y se enrarecieran los ánimos hasta el punto de registrarse enfrentamientos por pleitos que nos recuerdan a los históricos de principios del XIX, cuando surge la hermandad de la Asunción, y los que se produjeron en torno a 1850. Una nueva suspensión de ambas congregaciones y la prohibición expresa de realizar cultos durante algunos meses volvió a imponerse como medida correctiva de la autoridad eclesiástica. La mecha la encendió el cierre de San Bartolomé por obras en 1907. El rosario de la Asunción solicitó el 11 de noviembre celebrar su novena de ánimas en la parroquia, a lo que Palacio accedió con la condición de que las insignias abandonaran el templo inmediatamente finalizada la misma. Fue orden superior dada por el arzobispo, que el señor cura párroco anunció desde el púlpito y que las asuncionistas, como en otros casos, no cumplieron, pues terminada la novena en sufragio de sus difuntos ni han salido como de costumbre ni han retirado sus insignias, a pesar de mis insistentes ruegos, dirá el párroco, Pedro Daniel Gallardo, en una carta fechada el 25 de noviembre de aquel año. Los ánimos están excitadísimos de una y otra parte, dirá en la misma carta, hecho que es fácil constatar porque, fechadas cinco días después, existen en el archivo de Palacio otras dos cartas extensas, una de la hermandad de la Pastora quejándose de que hacía ya muchos días que las insignias de la Asunción seguían en la parroquia con gran escándalo del pueblo fiel y que la orden tan rectamente dada por el Arzobispado no se había cumplido, y otra de la parte contraria, en la que se denunciaban las postergaciones y vejámenes que, resignadas, venían sufriendo por los señores curas impuestas por presión de las hermanas de la Divina Pastora y suplicaban a S.E.R. se dignara a disponer que las insignias de la Asunción se custodiasen en la iglesia parroquial y no se les prohibieran [allí] los actos de culto a su titular. En otra desesperada carta de la mayordoma de la Asunción a Palacio fechada a primeros de diciembre de ese 1907 llegamos a leer cosas tales como que en la iglesia todos, desde el cura hasta el monaguillo, son de la Pastora... o que las de la Pastora tienen casa alta con los curas porque son ricas. Entre otras temerarias expresiones. Lo cierto es que poco tiempo después, Palacio dispone que ambas hermandades se abstengan de realizar acto alguno de culto. Prohibición que se prolonga varios meses, hasta octubre de 1908, afectando a las fiestas principales de cada una, que ese año quedaron suspendidas -aunque no del todo, porque veamos lo que ocurrió...
A finales de agosto, ante la ausencia de cultos en la festividad de la Asunción, los pastoreños, la mayoría de los vecinos de esta villa, temiéndose lo peor, se dirigen en manifestación al Ayuntamiento para solicitar que, a pesar de la prohibición sobre la hermandad, se autorizase sacar en procesión la imagen de la Divina Pastora como desde tiempo inmemorial venía haciéndose la tarde del 8 de septiembre. Es lo que leemos en el documento remitido el 25 de agosto por el alcalde de Cantillana, Antonio Pérez, al gobernador eclesiástico de Sevilla. Algunos días más tarde, un grupo de comerciantes cantillaneros vuelve a solicitar del arzobispo les autorice para salir en procesión con tan venerada imagen en dicho día 8 con independencia absoluta de la hermandad de señoras a que Aquélla pertenece. Es de suponer que, aun habiendo pasado su fecha, los asuncionistas, teniendo noticia de estas peticiones se animaran a solicitar también la procesión con su imagen, que por aquel entonces era la de vestir actualmente expuesta en San Bartolomé, puesto que tras algunas gestiones realizadas personalmente y sobre el terreno por el vicario general, el arzobispo decreta el 6 de septiembre una pintoresca resolución que hoy se nos antoja imposible: se autoriza la procesión de la Divina Pastora el 8 de septiembre como siempre, pero además se autoriza también una procesión con la referida imagen de la Asunción para la que determinó como fecha el 7 de septiembre, víspera de la Pastora...
Con los ánimos algo más apaciguados continúa el siglo XX en la parroquia. Se colocarán dos nuevos altares, el del Corazón de Jesús y el de María Auxiliadora, según se desprende de un inventario fechado en 1922 y que es una copia actualizada del inventario parroquial realizado en 1890. Esta extensa relación de altares, imágenes, cuadros, ornamentos, etcétera nos da idea del inmenso y rico patrimonio de nuestra iglesia mayor, atesorado durante siglos y costeado por la devoción del pueblo y el mecenazgo de la aristocracia de Cantillana. Un valioso patrimonio, artístico y espiritual, que pronto estaba predestinado a perecer destruido pasto de las llamas del odio, la incultura y la barbarie, alentadas por las injusticias sociales de la época. Se trata del más triste y negro episodio de la historia de la parroquia pastoreña: el saqueo y profanación de la que fue objeto en 1936, en el contexto de la Guerra Civil, por parte de un grupo de exaltados y anticlericales, la mayoría de ellos forasteros.
Las imágenes de Nuestra Señora de la Granada, San José, la Inmaculada Concepción y Nuestra Señora del Carmen, que fueron pasto de las llamas en la Plaza del Palacio la trágica noche del 26 de julio de 1936.
Para describir lo ocurrido la trágica noche del 26 de julio de aquel año copiaré las palabras usadas para hacerlo del periodista local Manuel Naranjo Ríos, ya fallecido, y que conoció los hechos de primera mano. [...] La campana de la torre parroquial sonó de un modo siniestro. No era el tañer familiar de la misa primera pues estaba prohibido el toque de campanas y todo culto por el Gobierno sectario del Frente Popular. Ni siquiera estaba el Señor en el tabernáculo, que una familia piadosa había trasladado a su casa con gravísimo riesgo. Al filo de las tres de la madrugada, un tumultuoso grupo de hombres arrebató al sacristán las llaves del templo y abrió sus puertas de paren par y con furia iconoclasta, satánica, se dedicó a destruir los tesoros y objetos de culto acumulados por la piedad del pueblo durante varios siglos. En España había muchas destrucciones de templos. Pero pocas tan refinadas como la de Cantillana. De los 18 retablos existentes no quedó un solo rastro en pie; sólo las paredes desnudas y descarnadas. Más de 50 imágenes de talla fueron pasto del fuego y ardieron en aquella horrible noche de estío en el barranco cercano, a la puerta meridional llamada del Palacio. Las esculturas o retablos que no se quemaron fueron arrastradas por el río. El maravilloso retablo del altar mayor fue desmontado pedazo a pedazo con cuerda y picos en un trabajo agotador de muchas horas digno de mejor empleo. [...] Perecieron muchas obras de arte que eran orgullo y ornato de la hermosa fábrica parroquial. Algunas de ellas desaparecieron sin dejar rastro alguno. Tal fueron la custodia, de plata cincelada, y las insignias de la Hermandad Sacramental. [...] Todo el templo quedó convertido en un informe montón de escombros, astillas, trozos de hierro... y de los más diversos y sacros objetos mutilados que hacían intransitables las espaciosas naves durante siglos acogedoras sólo de la oración y de los cultos sagrados.
Estado en que quedó, tras el saqueo, el relieve del Misterio que da título a la parroquia, situado en la parte superior del retablo mayor.
De providencial se debe calificar el hecho de que la imagen de la Virgen más venerada en Cantillana, la Divina Pastora, no fuera destruida ni profanada gracias al celo de su hermandad y a la prudente actuación del sacristán de la parroquia, Francisco Rivas Pérez, su hijo Cándido y Manuel Núñez El Borro, los tres destacados pastoreños. Estos, durante una madrugada del mes de febrero, la retiraron providencialmente, sacándola de su camarín junto a su fiel oveja y depositándola en una casa en el hueco de una chimenea, que provisionalmente le sirviera de hornacina, quedando tapado hasta que las circunstancias permitieran poder presentarla nuevamente a sus devotos. El domicilio en cuestión era el de las hermanas Rivas, parte en la actualidad de la casa de hermandad. También se salvó de la furia iconoclasta otra imagen de la Virgen que con el título de Nuestra Señora de la Asunción se hallaba, desde 1845 aprox. en una hornacina del altar mayor como ya vimos en su día. Fue igualmente sacada del templo unos meses antes de la catástrofe por José Arias Olavarrieta, quien la trasladó a su domicilio de Sevilla, aprovechando esta circunstancia para someterla a la primera fase de una profunda remodelación que tendría otras fases al cabo de los años, fruto de las cuales es su aspecto actual. De cómo fueron devueltas al culto ambas imágenes y de la restauración del templo y reposición de altares y ornamentos, así como de su reapertura, su situación y acontecimientos acaecidos en el mismo desde finales de los años 30 hasta 1990, versará la próxima entrega de esta crónica.
Vista del interior del templo parroquial desde el presbiterio. Se aprecia la tribuna del órgano y las huellas del saqueo y destrucción de la iglesia de 1936. Debajo otra vista del templo parroquial saqueado. Todas las fotografías publicadas en esta VII parte de la Parroquia Pastoreña son propiedad de la fototeca de la Universidad de Sevilla.
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