miércoles, 16 de febrero de 2011

La Parroquia Pastoreña (III)

La construcción de un gran templo

En la primera mitad del XVI, debido a una de las muchas crecidas grandes del Guadalquivir, que pasaba justo a las espaldas del núcleo urbano, se arruina el antiguo edificio de la parroquia y comienza a construirse el nuevo templo. Documentalmente sabemos que el maestro albañil Juan Pérez Caravallo quedaba obligado en 1555 a ejecutar obras de su oficio en la tribuna que se construía por entonces. Labrados los cimientos, debieron paralizarse las obras durante algunos años.
En 1574, por bula del Papa, el rey Felipe II vende numerosos señoríos de la Iglesia. Entre estos territorios, y como primera venta, se encontraba Cantillana que fue adquirida por el rico comerciante corzo Juan Antonio Vicentelo de Leca. Esto supone el fin del señorío eclesiástico arzobispal de la villa y el comienzo del señorío secular. El cambio de propietarios de Cantillana y la fundación del mayorazgo de los Vicentelo de Leca harán que también las obras de la nueva iglesia cambien su fuente de financiación y se reanuden gracias al mecenazgo de los corzos y del Concejo de la población.
Entramos en el siglo XVII, en el que a partir de 1611 dará comienzo el periodo del Condado de Cantillana, gracias a la merced de Felipe III para con el nieto de los primeros corzos señores de la villa. Este será el siglo en el que se realizarán las obras definitivas de la actual fábrica, a excepción de la robusta torre que se construiría un siglo después.
Sabemos que en 1597 don Juan Vicentelo, conocido por el Derrochón, hijo del primer corzo y el Concejo de la Villa de Cantillana, firman un acuerdo por el que se comprometen a pagar 10.000 ducados cada uno para la construcción de la nueva iglesia mayor, eximiendo de la obligación que tenían de reedificarla al arzobispo, al deán y al Cabildo Catedral por los frutos decimales que se llevan de la dicha villa. Don Juan Vicentelo, que por el acuerdo incluía entre los privilegios de su mayorazgo el patronato de la capilla mayor del templo, daba cumplimiento de esta forma a la cláusula testamentaria de sus padres, don Juan Antonio y doña Brígida Vicentelo, que habían dispuesto que el sucesor de su casa hiciese capilla o iglesia para su entierro y fundase en ella cinco capellanías.
Así, el 18 de agosto de 1619 se reanudan las obras a cargo de Leonardo de Navas según el diseño del arquitecto protobarroco y maestro mayor de fábrica del Arzobispado de Sevilla Diego López Bueno.

Planta de la nueva iglesia, construida entre 1619 y 1660 aprox. por el maestro Leonardo de Navas.

El edificio, de planta basilical, consta de tres naves. Según el profesor Hernández Díaz se proyectó la edificación del templo con una sola nave, cambiándose luego de criterio para hacerlo de tres. Es un interesantísimo y espacioso edificio, cubierta su nave central por un bello alfarge de principios del siglo XVII y las laterales por vigas de madera a un agua. Debemos llamar la atención sobre la belleza del referido alfarge —constituido por una notable tracería, formado por lazos de a doce y dieciséis, y piñas de mocárabes— que recuerda vivamente los del famoso carpintero de lo blanco Diego López de Arenas.
La capilla mayor se cierra por bóveda baída que muestra un diseño de herrajes de tipo flamenco, notable por su complejidad y su armonioso diseño curvilíneo y en la que figuran los escudos de los apellidos Vicentelo de Leca y Toledo, propios del primer conde, y por ello de la casa, y leyendas alusivas a su patronato sobre esta capilla. Las cabeceras de las naves laterales están cubiertas por bóvedas de cañón con lunetos. Las naves están separadas por tres grandes arcos de medio punto a cada lado, soportados por robustos pilares.
En la segunda mitad del siglo XVII se hallan concluidas las obras, aunque el templo carece aún de torre y retablos en sus altares. Según un informe de visita pastoral realizado por el visitador general del Arzobispado, don Alonso de Quintanilla Deza, en 1674, el altar mayor no tenía retablo, sino unas pinturas en la pared —de las que aún hoy pueden verse algunos restos detrás del actual retablo— e imágenes de talla de señora Santa Ana, San Roque y otras que lo adornan.
Entre estas imágenes debió estar el bellísimo icono de Nuestra Señora de la Granada, una imagen de la Virgen con el Niño tallada en madera, estofada y policromada, que el profesor José Hernández Díaz fecha en el segundo cuarto del siglo XVI, atribuida a Jorge Fernández Alemán autor a quien se atribuyen también imágenes tan conocidas como la Virgen de la Bella de Lepe (Huelva), la del Pino patrona de Gran Canaria, o recientemente la propia Virgen del Rocío de Almonte, por lo que podríamos estar ante la imagen de la Virgen que presidió esta iglesia durante varios siglos. Según consta documentalmente, recibió culto en el retablo mayor y, posteriormente, a partir de 1850, en un retablo neoclásico a los pies del templo, altar que fue destruido por completo incluida esta imagen durante el saqueo de la parroquia de 1936.
El informe del visitador de 1682 vuelve a delatar la carencia, en la capilla y altar mayor, de retablo, que no comenzaría a ser construido hasta el 7 de enero de 1687. En esta fecha se contrató su ejecución con el ensamblador Bernardo Simón de Pineda. En 1698 una nueva visita pastoral da fe de la conclusión de las obras del nuevo retablo, nuevo y primorosamente labrado —que costó 3100 reales— a expensas de las limosnas de los vecinos. Nueve años más tarde se nos dice que la capilla mayor tiene un retablo nuevo, con tres cuerpos, en el último de los cuales aparece un relieve con la historia de la Asunción de media talla, pero que estaba sin dorar excepto el interior del Sagrario. De esta forma permanecerá durante todo el siglo XVIII pues el dorado completo del retablo mayor no se efectuará hasta 1790.

Virgen de la Granada, imagen del principios del siglo XVI atribuida a Jorge Fernández Alemán, que se veneró en el altar mayor de la parroquia de Cantillana.

Conocemos por las descripciones de los informes de las visitas pastorales, los inventarios y las fotografías posteriores, cómo fue este retablo mayor que no ha llegado hasta nuestros días por haber sido destruido también en los tristes sucesos de 1936. Se trataba de un retablo de grandes dimensiones, aunque algo más pequeño que el actual. Sus tres cuerpos estaban sostenidos por columnas salomónicas con decoración de racimos de uvas, que lo dividían en tres calles, con tres nichos cada una de las laterales, albergando éstos diferentes imágenes de talla, entre ellas una de las más antiguas, la de Santa Ana. En la calle central se ubicaban el bellísimo sagrario, un manifestador de gran tamaño, sobre él, una hornacina y en el ático, un relieve con el misterio de la Asunción de la Virgen que si se conserva actualmente. En la citada hornacina, de reducidas dimensiones, según todos los indicios sería colocada la ya referida Virgen de la Granada. Imagen que, como se ha apuntado, fue desplazada de este lugar y llevada a un altar moderno, situado a los pies de la parroquia —más concretamente donde hoy se ubica el altar de Santa Teresa- en una fecha relativamente reciente, sobre 1850 aproximadamente, cuando se coloca, de forma un tanto forzada, en aquel huequecito del retablo mayor otra imagen mariana de la que hablaremos más adelante.
Por estas fechas de principios del siglo XVIII —aparte del culto generalizado al Santísimo Sacramento y a las Ánimas del purgatorio- las principales imágenes y advocaciones del templo parroquial, que acaparaban la devoción de los cantillaneros, eran la del Señor de la Humildad y Santo Cristo del Hospital, la de la Concepción y la de la Virgen del Rosario, con sus respectivas cofradías y otras como, San Benito, Santa Ana y la Virgen de Aguas Santas, que aún hoy se conserva y se venera, como entonces, en el retablo del Sagrario.
Pronto, muy pronto, a todas estas devociones de los cantillaneros en la parroquia se uniría una nueva, singular y encantadora advocación mariana: la Divina Pastora, que con el paso de los años llegaría a convertirse en la más importante y célebre, no sólo de la parroquia sino también del pueblo. Al capuchino fray Isidoro de Sevilla, mentor de la Virgen como Pastora de las Almas, y a sus parientes, los Condes de Cantillana benefactores de la parroquia y patronos de la capilla mayor, se les tiene como los verdaderos impulsores del culto y la devoción a la Divina Pastora en Cantillana y concretamente en este templo. En él se custodian y veneran, desde esta lejana época, la bellísima y peregrina imagen de la Divina Pastora, talla barroca ricamente estofada y policromada, atribuida a Ruiz Gijón y fechada en el primer cuarto del siglo XVIII, y su primitivo Simpecado. Con él fue establecido su Rosario y hermandad fundada, según José Alonso Morgado, en 1720 por el mismo fray Isidoro de Sevilla.
De la situación de nuestra parroquia desde esta fecha hasta principios del XIX trataremos, siempre dentro del límite que marca el rigor de los datos históricos y de la objetividad que caracteriza al que nada teme del pasado —ni del presente— en el próximo capítulo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Por supuesto que nada hay que temer cuando se ecribe con datos historicos fidedignos.

Anónimo dijo...

Enhorabuena a todos lo que hacéis posible este blog. Es magnífico, espléndido, un 10 para los administradores. Gracias