martes, 25 de enero de 2011

Hacia una mejor comprensión de la advocación pastoreña


El simbolismo siempre ha sido utilizado por las representaciones iconográficas marianas; claro exponente de ello es la advocación pastoreña. Incluso los dogmas de la Theotókos, la Inmaculada Concepción o la Asunción de María han sido precedidos por una fuerte actividad simbolizante, como lo demuestra la historia del arte sacro.

Cuando el ser humano se sitúa ante una realidad difícil de comprender objetivamente, por su trascendencia o por el conglomerado de elementos que aglutina, crea el símbolo, otra realidad que evoca o significa aquello trascendente o múltiple. De este modo, podemos decir que el símbolo es signo, señal, indicador, representador o espejo de otra realidad que la supera o más compleja. Novelas tan actuales como polémicas, Iacobus, El Último Catón o El Código Da Vinci denotan la tremenda actualidad y atracción del lenguaje simbólico.

Los géneros literarios que conforman la Biblia recurren también a los símbolos en sus múltiples formas: emblemas, atributos, alegorías, metáforas, analogías, apólogos y parábolas. Así como el Verbo asumió la condición humana encarnándose en el seno de María la Virgen, Dios quiso que su Palabra tomase forma en la palabra humana sirviéndose de los géneros literarios que Israel entonces conocía. El símbolo resultó una técnica espléndida para expresar las relaciones de este pueblo con Yahvé, tan trascendentes como complejas. Estos símbolos beben del ambiente sociocultural de la época, lo que explica que a Dios se le llamase padre, león, fortaleza, refugio, juez, rey, baluarte, roca, escudo, armadura, almena, libertador, alfarero... pastor.

Israel fue en la época bíblica un pueblo nómada primero y luego ganadero sedentario, que dependía en buena medida de la abundancia de sus rebaños y de la peripecia de sus pastores para la subsistencia. La pobreza de la tierra, desértica en gran parte, hacía especialmente difícil dicho oficio, ya que el pastor debía guiar el rebaño hacia los escasos pastos y acuíferos, y cuidar que ninguna res se extraviara o fuese pasto de las alimañas. Por todos estos motivos el oficio de pastor requería una gran destreza, dedicación y paciencia, así como buenas dosis de honradez y cautela. Israel adoptó la figura de este pastoreo para describir análogamente la actitud protectora, guiadora, amorosa, misericordiosa... de Dios. Desde la promesa divina del único pastor que da su vida en rescate por todos hasta su cumplimiento en la persona de Jesús de Nazaret, hallamos este simbolismo pastoril en algunos salmos como el 23 (el Señor es mi Pastor, nada me falta), en los profetas Ezequiel, Jeremías, Miqueas y Zacarías; finalmente en los evangelistas Mateo y Juan.

La relación existente entre el símbolo pastor y la realidad social y cultural del tiempo de Jesús sigue siendo fuente de inspiración para ciertos escritores que, como Lamet en su obra Las palabras calladas, describe la relación entre la familia del Señor y el oficio pastoril.
La devoción mariana también usó el simbolismo para expresar las gracias y virtudes de Santa María, desde los primeros tiempos del cristianismo, como lo atestiguan las representaciones de la orante o la mujer con el niño. Las letanías, que tanto en prosa como en verso surgieron a partir del siglo XII, loaron a María mediante gran cantidad de símbolos a modo de atributos: Fuente, Puerta, Palmera, Pozo, Torre, Azucena, Rosa, Arca de la Alianza, Estrella, Luna, Sol, Espejo, Sede, Vaso, etc. Éstos alcanzaron una gran difusión por medio del Santo Rosario y de las representaciones artísticas, sobre todo las de la Inmaculada. En Sevilla nos encontramos con un sin fin de títulos o advocaciones marianas que se identifican con algún símbolo, percatándose de ello el beato Marcelo Spínola, en aquella homilía septembrina de 1900 en Cantillana: Los hijos de María no han sabido qué nombre darle. Han contemplado los cielos y la han apellidado Estrella, Aurora, Luz. Han mirado a la tierra y la han llamado Fuente, Flor, Monte, Valle... Se han replegado en el interior de sí mismos y le han dado los epítetos de Consuelo, Gracia, Misericordia, Amor. Han registrado el mundo de las maravillas, y han venido a sus labios las palabras Milagros, Triunfo, Victoria. Pero todo lo encierra la advocación de Pastora. Porque ciertamente, este título mariano, es un símbolo que indica una realidad compleja y trascendente sin igual a la vez. Con el título de Pastora contemplamos en María todas las gracias recibidas para bien de nuestra salvación, así como todas las virtudes y actitudes que aspiramos alcanzar como cristianos en el camino de la santidad.

No obstante, estos símbolos adoptados como títulos marianos, donde se incluye el de Pastora, no deben confundirse con la figura histórica de María de Nazaret, o sea, que María no fue una flor, una torre, una estrella... ni mucho menos una pastora. No es correcto ni histórica ni teológicamente imaginar a esta joven nazarena caminar por los montes galileos guiando a un rebaño y enseñando a su hijo Jesús el pertinente oficio. Seguimos oyendo que “María fue pastora antes de subir al cielo”, queriendo, infantil o incultamente, ubicar espacio-temporalmente las dos devociones que aglutinan a nuestro pueblo. Ella no fue pastora históricamente sino simbólicamente, algo bien distinto.

Cuando la Biblia atribuye a Dios el oficio de pastor, no quiere decir que Éste sea un pastor al pie de la letra, sino que Éste se comporta con el pueblo elegido como un pastor con su rebaño: lo guía, refugia, alimenta, defiende, socorre, busca, sana e incluso da su propia vida para que éste se salve. Del mismo modo, cuando titulamos a María como Pastora, queremos decir que ella nos ama como un pastor ama a su rebaño, como su Hijo el Buen Pastor nos amó y nos ama hasta el extremo.

En este sentido, el título o símbolo mariano de Pastora no se reduce a una etapa de la vida de María, sino que la abarca toda, tanto las gracias y virtudes de las que goza. Podemos comprender pues, que este pastorado asume tanto su vida terrena como después de su Asunción, o sea, en la gloria sempiterna, Pastora siempre y por siempre Pastora, algo claramente explicitado por fray Isidoro de Sevilla: debemos confesar que el haber subido María Santísima en su Asunción a tanta altura que se sentó en el mismo Trono de Dios, le vino por ser Pastora en el mundo. ¡Bendita sea mil veces Pastora tan soberana! Goce en hora buena la felicidad de estar sentada en el mismo Trono de Dios, que bien merecido lo tiene por sus excelentísimas y heroicas virtudes y especialmente por la humildad profunda con que fue mística Pastora en el mundo. Para fray Isidoro, como para nosotros, María es Pastora antes, en y después de su Asunción, porque en tan bucólico y simbólico título se sintetizan las excelentísimas y heroicas virtudes de la Madre del Señor.

No por esto –nos dice fray Isidoro- perdió los créditos de Pastora buena, porque como subir al cielo fue para cuidar mejor de su Rebaño [...] fue acción que la acredita Pastora buena. Y por consiguiente cuando María Santísima en su Asunción sube al cielo debe llamársele y debe dársele el dulcísimo título y merecido renombre de Pastora y Pastora a todas luces buena. Al respecto apostilla el beato Marcelo Spínola: Era razón, y reside allí [en el cielo] para mejor ejercer su Pastorado, vigilando sus ovejas, buscando las extraviadas, proporcionando saludables pastos a los humanos.
Los atributos pastoriles con los que admiramos su bendita imagen, no son indicadores de los vestidos que debió portar en vida terrena, sino más bien de otra clase de vestidos, aquellos espirituales que representan las gracias y virtudes por las que la felicitaron y felicitarán todas las generaciones (Lc 1, 48). La pellica ceñida, el cayado, el sombrero, el rebaño... son ramificaciones del símbolo de Pastora, es decir, signos del signo, señales del oficio de Pastora que a su vez indican aquel papel maternal que el Buen Pastor diera a su Madre desde la cruz. La pellica, el cayado y el sombrero significan dicho oficio, mientras que el rebaño representa a la Iglesia y el pasto que recibe a la Eucaristía1.


1 Véase: BERNARD, Ch.-NAVARRO, M., Simbolismo y BESUTTI, G., Letanías, en FIORES, S. de (dir.), Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid 2001,pp. 1053-1062 y 1859-1873; CHEVALIER, J.-GHEERBRANT, A., Diccionario de los símbolos, Barcelona 1999, pp. 9-37; PÉREZ PÉREZ, M. A., La simbología de la Inmaculada, en AA. VV., Inmaculada 150 años de la Proclamación del Dogma, Córdoba 2004, pp. 71-85; ROMÁN VILLALÓN, A., La imagen de la Divina Pastora de Cantillana, en Estudios Franciscanos. Publicación periódica de Ciencias Eclesiásticas de las Provincias Capuchinas Ibéricas, nº 435, Barcelona septiembre-diciembre 2003; pp. 305-501.
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Rvdo. Álvaro Román Villalón, Pbro.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Magnífica explicación. Profunda y clarísima, como corresponde a un Doctor de la Iglesia. Muchas Gacias, Padre Álvaro, nunca te agradeceremos bastante el servicio y el beneficio que continuamente le haces a la devoción pastoreña y a nuestra hermandad.

Que Dios y La Divina Pastora te lo premien.