Si Sevilla fue la ciudad que alumbró al mundo la devoción a
la Divina Pastora de nuestras almas, la villa de Cantillana la sacó de pila. Y
le dio el reconocido y glorioso sobrenombre que ahora tiene, porque si al
dulcísimo nombre de la Divina Pastora no se le añade el de Cantillana, parece
que le faltara algo, y al mismo tiempo, ¿qué sería de Cantillana sin Ella, cómo
sería posible entender la grandiosidad de esta devoción sin que el sagrado
nombre de la Divina Pastora fuera fundido al de este bendito pueblo, corazón de
la Vega sevillana? ¿Qué sería de Cantillana sin su Pastora? ¿Qué sería de la
Divina Pastora sin Cantillana?
Tanto es así, tan unidos van pueblo y advocación, que lo
mismo que el Padre Eterno desde el origen de los tiempos tuvo previsto la Concepción
Inmaculada de Nuestra Señora, también desde la eternidad de sus cimientos la
parroquia de la villa, su iglesia, tuvo preservado un hueco, el más
importante, el que ocupa su corazón, para cuando Tú, Pastora bendita, quisieras
anidar en él como en un sagrario silvestre, donde todo un pueblo pudiera
arrodillar su fe. Siempre te presintió, siempre te estuvo esperando. Hasta que
hace ya más de trescientos años apareciste para tomar posesión del trono de
amor desde donde reinas, alzada en la custodia de tu risco, como el más
radiante sol que alumbra la vida de Cantillana.
Porque desde aquel primer ocho de septiembre el Viar reservó
sus aguas más limpias, más cristalinas, y los campos de la Vega su más blanco
algodón y sus mejores aceites de olivos y girasoles para ungirte con el óleo de
la gracia como Reina, Señora y Emperatriz Soberana de tu pueblo.
Por eso tanto amor por la Pastora Divina, tanta simbiosis
entre la Virgen y su pueblo, ha dado como resultado una de las formas de
expresión devocional, una de las maneras más peculiares y vibrantes de
exteriorizar el amor por la Virgen Santísima que se pueda ver en nuestra
geografía. Todo lo que se hace en honor de la Reina de Cantillana es brillante,
superior a cualquier otro, insuperable, e irremediablemente asoma por cada poro
de la piel de cal blanca y cegadora de sus calles, donde hablan de su devoción
los retablos de azulejos en las paredes, las fotografías de la Virgen en los
zaguanes de las casas, miles de medallas con su sagrada imagen sobre los
corazones, el nombre bendito de muchas de sus mujeres....Todo en Cantillana
habla de su razón de ser: La Divina Pastora.
Y es lo primero que percibe el que, aún no habiendo nacido
en Cantillana, acude por primera vez a la llamada de la Virgen. Porque el
inmenso poder de atracción que emana de la celestial sonrisa de la Pastora
Divina cautiva y enamora, irremisiblemente y para siempre, y las muestras de
fervor de su pueblo hacia Ella contagia y alecciona. Pero es el portento de la
sagrada imagen de la Virgen la que justifica por sí misma su universal
renombre. Cantillana es Ella.
Y es que esto que sentimos los que una vez vinimos de
lejos a tu encuentro y quedamos rendidos ante ti , tiene difícil o quizás
imposible explicación.
Porque, cómo explicarles a los que aún no te conocen,
Pastora amada, que desde el primer instante en que te vimos nos enredamos tanto
en tus cosas que ya nuestra vida solo la riges Tú con tu suave cayado, que
hasta quisiste admitirnos en tu redil una tarde de mayo, que desde entonces
risco, septiembre, novena, arcos, sombrero, rosarios, función, domingo
intermedio, día de los pastorcitos....fueron palabras habituales ya en nuestro
vocabulario.
Cómo explicarles a los que todavía no tienen la suerte de
pertenecer a tu aprisco, amorosa Pastora, lo que sentimos cuando en el último
hálito de vida de agosto te alzan por primera vez al emprender el camino hacia
el risco que te espera y que conforma el mejor retablo que nadie pudiera pensar
para la Virgen, y desde donde irradiarás, deslumbrante de luz sobrehumana,
la indeclinable hermosura de tu imponente majestad, en un templo que
nunca se nos muestra tan grandioso como cuando reinas desde esa montaña sagrada.
Cómo explicarles, Pastora querida, el temblor de la voz de
los que por no ser pastoreños de cuna, nos unimos titubeantes al canto de tu
himno en esos primeros compases del mes de septiembre al acabar el traslado y
tomar posesión de tu trono rodeada de romero, corcho y lentisco, y que desde
que lo oímos por vez primera pasa a ser patrimonio de nuestra memoria, poniendo
luego en la distancia banda sonora a la imagen de la Virgen interiorizada
en nuestras retinas y en nuestras almas cada vez que lejos de Cantillana te
invocamos.
Cómo explicarles, Pastora de nuestras almas, la impaciencia
en el día más grande del año, venga o no venga en rojo en el calendario
de cada pueblo, de cada ciudad desde dónde acudamos a tu llamada, al ponernos
en camino y recorrer la distancia hasta llegar a tus plantas; lo que el corazón
siente cuando divisamos a lo lejos la torre de la iglesia engalanada, o pasamos
el Rubicón al dejar atrás la ermita de los Pajares y adentrarnos en Cantillana,
resplandeciente de luz con reflejos rojigualdas de las banderitas que tapizan
su cielo.
Cómo explicarles, dulcísima Pastora, la emoción en las
apreturas delante de tu paso, risco itinerante y todavía quieto dentro del
templo, cuando encienden los candelabros; o cuando el almendro o el rosal que
te cobija cruza rozando apenas el dintel de la puerta; y cómo se ensancha el
corazón en la calle desatándose el clamor cuando aparece tu imagen ante el
gentío que ansioso te espera; y cómo se vuelve a apretar en ese callejón que
tiene la justa medida de tus nardos; y cómo se elevan las manos hacia ti, lo
mismo que las palomas, cuando un sacerdote cantillanero y pastoreño revestido
como para la más solemne ocasión te despoja del sombrero en la calle, en esa tu
calle de Martín Rey en un delirio de arcos, flores blancas de papel, fuegos de
colores y tromba de pétalos de rosas, volviendo a suscitar la eterna duda que
tan dulcemente nos atormenta, de cómo está más guapa la Divina Pastora, con
sombrero o sin sombrero.
Cómo explicarles, Pastora de la emoción, que en calor de esa
noche irrepetible nos pueda recorrer un escalofrío cada vez que respondemos a
los vivas de alabanzas que jalonan tu itinerario, y que acudan las lágrimas
puntuales a su cita en ese viva donde mostramos nuestro orgullo de ser
pastoreño y de tener a una Pastora que, siendo siempre la misma, es cada día
más hermosa, más perfecta, más completa y más grandiosa.
Y cómo explicarles, Pastora de la nostalgia, cuando vemos
que te alejas camino de la iglesia por la Cuesta del Reloj y presintiendo ya el
final de la apoteosis, cómo la bruma de la tristeza y de la despedida nos va
invadiendo el alma, y sobre todo a los que no tenemos la inmensa gloria de
tenerte cerca y saber que mediará un tiempo para volverte a ver de nuevo, para
que vuelvas a ser otra vez la bendita Pastora de la alegría, como cada vez que
tu imagen va de romería a Los Pajares.
Esto no tiene explicación, muchos no comprenderán que estos
sentimientos lo podamos albergar quienes no nacimos ni vivimos cerca de esta
excelsa Señora, de esta Pastora que anula distancias, sin comprender que muchos
nacimos pastoreños sin saberlo hasta que un buen día nos miró la Divina Pastora
de Cantillana y aprendimos a honrarla según las leyes de su pueblo. Y ya no hay
posible marcha atrás, y entonces entiendes que la distancia no tiene por qué
ser el olvido.
Hay una seguidilla que se canta en el pueblo de El Alosno,
en el Andévalo onubense, que dice que "si con el pensamiento
se caminara, cuántas veces al día contigo hablara; pero es mentira, que con el
pensamiento no se camina". Y no es verdad, pues con el pensamiento, esa
distancia que va desde la puerta de mi casa en Huelva hasta la puerta de tu
iglesia, Pastora de mis sueños, yo la sé recorrer diariamente. Y esos ciento
veintiún kilómetros que me separan de ti desaparecen en cuanto en ti pienso, y
día a día te tengo presente en el altar que tienes en mi casa, en la estampa
con las siete Avemarías por las siete letras que componen tu bendito nombre en
mi mesa de trabajo, y en el cartel que anuncia tus Fiestas Mayores en la pared
de la clase, y en mi boca alabando tus grandezas a todo aquel que le hablo de
ti, y en el calendario que marca mi vida desde que te conocí, en ese antes y
después de cada ocho de septiembre. Porque a pesar del espacio cuando te rezo
me siento tan cerca de ti, Pastora clemente, como la oveja de la mano.
Y como yo, tantos y tantos que quedaron atrapados en el
inmaculado hechizo de tu belleza desde el primer momento que te vieron.
Por eso, cuando pasa septiembre, todo vuelve a empezar en esa
cuenta atrás que me llevará de nuevo ante ti. Y en el triduo a San Francisco
por octubre, y en las misas de ánimas en noviembre, y cuando se monte el
nacimiento en el santuario, y en el besapié al Pastorcito Divino, y en el
triduo a D. Marcelo, y en la celebración de las candelas por la Purificación en
febrero, y en el triduo de mayo, y en su besamanos, siempre que podáis, hacedme
un hueco en algún banco de la iglesia porque allí estaré con el pensamiento,
hasta que el atardecer de un nuevo ocho de septiembre, cuando el cielo tome el
color sonrosado de las mejillas de la Virgen, candorosa Pastora, en el que otra
vez, si Dios así lo quiere, volveré a unirme a ese letanía gloriosa y
exhultante que la voz del pueblo eleva a la Reina y Señora de Cantillana.
¡Viva
la Divina Pastora!
¡Viva la Pastora Divina!
¡Viva siempre la misma!
¡Viva el
ocho de septiembre!
¡Viva el orgullo de ser pastoreño!
Manuel Gómez Beltrán
Publicado en Cantillana y su Pastora, 2013
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