jueves, 23 de junio de 2011

La Parroquia Pastoreña (VIII)

La reposición del patrimonio parroquial en los duros años de la posguerra
La devota Imagen de la Divina Pastora en el retablo provisional construido tras
la guerra civil y que actualmente se encuentra en la Ermita de los Pajares.
Deteníamos la sexta parte de esta serie de artículos en la fecha fatal del 26 de julio de 1936, cuando un grupo de exaltados anticlericales profanaron nuestro templo parroquial y destruyeron sus valiosas imágenes sagradas, retablos, cuadros y ornamentos, en el que sin duda ha sido uno de los días más tristes en toda la vida de este pueblo.

Recordábamos también cómo, gracias a Dios, ni el Santísimo Sacramento, ni la imagen veneradísima de la Divina Pastora fueron objeto del odio y la incultura de aquellos bárbaros, ya que fueron retirados prudentemente del culto y escondidos con antelación. Ocurrió lo mismo con otras de las imágenes del templo, como la de la Asunción, cuyo culto empezaba a formalizarse por aquellos años y hoy encauza la devoción de la hermandad del mismo título. Más adelante nos detendremos en la remodelación de la que fue objeto esta imagen después de la guerra, y que le otorgó en gran medida el aspecto que ahora presenta. También las insignias históricas y valiosas del Rosario de la Pastora: Simpecados, Cruces de Guía y faroles, que se guardan desde la fundación en la parroquia, se salvaron de la destrucción al haber sido retirados de ella con suficiente antelación y ocultados en la casa de doña Pastora Solís, camarera de la Virgen.

Retomamos el relato y nos situamos en el verano de aquel trágico año, con la parroquia arrasada, y arrasadas también muchas familias. En este contexto, el día después de que las tropas del Movimiento Nacional tomaran la población, concretamente el 31 de julio, en la casa número 4 de la actual plaza del Corazón de Jesús, ante la emoción y el llanto de muchos cantillaneros, fue extraída del hueco de chimenea donde se ocultaba, la imagen bellísima de nuestra Pastora y presentada a sus devotos, desarrollándose escenas impresionantes y desfilando todo su pueblo, sin distinción de clases ni ideas políticas, tan exacerbadas en aquellos angustiosos momentos, rindiéndosele el homenaje de amor más profundo que se haya visto, besándole la mano y expresando los más sinceros sentimientos de gratitud y perdón, pidiendo por los muertos y los desaparecidos, los que aún luchaban y por la patria entera, sumida en una guerra entre hermanos.

Refieren las crónicas de aquel día, que un lazo con los colores nacionales fue colocado en las manos de la Virgen como símbolo elocuente y lleno de esperanza y que las tropas nacionales al mando del Capitán Gonzalo Briones, con él a la cabeza, participaron en este espontaneo besamanos.

La Divina Pastora fue llevada posteriormente a la iglesia de la Misericordia y devuelta allí al culto.

La parroquia presentaba un aspecto desolador: el suelo plagado de trozos de retablos, imágenes y demás; las paredes, desnudas; los enterramientos, profanados; y en el camarín de la Pastora, joyel de la devoción mariana de este pueblo, pintadas sacrílegas sobre el bellísimo paisaje de López Cabrera. Con este panorama llegan las fiestas. Las de agosto apenas se celebraron -el día 15 sólo salió el rosario de la Asunción desde la iglesia del antiguo convento-, y las de la Pastora, en septiembre, se nos antojan las más tristes de toda la historia.


Aspecto del interior de la Parroquia en 1938
tras su restauración, destaca en el coro bajo la
sillería que vino de Carmona, actualmente
desaparecida así como el pulpito y su
tornavoz barroco.
 La novena pastoreña se celebró en la Misericordia, colocándose un pequeño dosel celeste para la imagen, de allí salió también el rosario, pero llegado el día grande, el 8, su fiesta principal, y aún estando desmantelado el templo parroquial la hermandad no dejó por eso su fe y tradición y acordó sacar en procesión a su Divina Pastora, que salió por la tarde y de la Iglesia, en donde fue llevado su paso, bendiciéndose el sitio que ocupaba por el Sr. Cura D. Jerónimo Ramos Feria. Su recorrido fue de verdadero fervor y de penitencia, porque la tragedia que se cernía sobre nuestra Patria era desconsoladora, regresando a la Iglesia y llevada nuevamente a la Misericordia, siendo acompañada en su procesión por la Banda de Música de Villanueva del rio y Minas.(Cantillana, a 16 de septiembre de 1936. Extraído del libro de cuentas de la hermandad).

Como podemos constatar la Virgen, puntual a su cita anual, salió en procesión, como siempre, de la parroquia, para recorrer con más emoción y fervor, si cabe, que nunca las calles de un pueblo deprimido que ponía en ella toda su ilusión. Días después, el periódico narraba cómo fue aquella procesión insólita y desgarradora: Este año ha salido la Pastora de una manera anormal; lo ha hecho a media tarde para poderla recoger antes de que llegasen las negruras de la noche; las campanas de su torre no han podido repicar; sus escoltas han sido boinas rojas y gorros azules, amapolas de la fe en el campo celeste de los victoriosos falangistas españoles; las coplas que se entonaban durante la procesión eran himnos guerreros. La Virgen llevaba en la mano derecha, como única alhaja, una cinta con los colores benditos de la bandera española. La Patria en manos de la Virgen, así debió ser siempre y se hubiera evitado la tragedia. La emoción este año ha sido diferente de los años anteriores; se conmovían las personas al encontrarse sus miradas; quien no lloraba era porque ya no le quedaban lágrimas; se confundían el sentimiento de la Patria con el de la fe, y como expresión de un solo sentir se gritaba: ¡Viva España de la Pastora Divina! ¡Viva la Pastora divina de España! (ABC de Sevilla, 29-10-1936).

La elocuencia de estas palabras y los hechos que las justifican nos demuestran una vez más que la Divina Pastora es la gran devoción mariana de esta villa, su imagen, la más venerada y también, tras el saqueo de la parroquia, la más antigua que recibe culto en este templo mayor de Cantillana.


Imagen del Actual retablo Mayor de nuestra
Parroquia recién colocado en su actual emplazamiento.
El Relieve del Ático procede del anterior retablo mayor.
Para devolverla a su camarín de la parroquia fue necesario adecentar las semidestruidas pinturas de Ricardo López Cabrera, labor que hizo en 1937 el notable pintor José María Labrador, incorporando un nuevo paisaje de Cantillana semejante al anterior y respetando el cielo y gloria de ángeles originales. El camarín se enmarcó con un retablo provisional confeccionado con trozos de otros retablos y un pabellón con telas encoladas.
Es muy interesante una octavilla conservada en el archivo de la hermandad de la Pastora y que editó la parroquia en julio de 1937 justo al año de la profanación del templo, en la que se convoca al pueblo de Cantillana a desagraviar los horribles sacrilegios cometidos, con diversos actos de culto como la exposición del Santísimo Sacramento durante 24 horas, procesión eucarística al amanecer, Santa Misa durante los momentos en los que se llevó a cabo el saqueo, y para finalizar rezo de la Estación y del Santo Rosario, canto del Trisagio, Bendición y Reserva. Ello nos da idea de que comenzó sin demora la ardua tarea de la reconstrucción y la reapertura al culto de la iglesia.

Además de las dos imágenes de la Virgen mencionadas, se pudo salvar muy poco: el relieve descuartizado del último cuerpo del anterior retablo mayor, un crucificado denominado de las Misericordias del retablo de la Inmaculada y, eso sí, muchos pedazos de imágenes y retablos. Por ello, con autorización del Arzobispado, se trajeron desde Carmona, desde la iglesia de Santa Ana del ex convento dominico y del Salvador, dos valiosos retablos, el del altar mayor y el del Sagrario respectivamente, este último con restos en su parte central de un importante retablo de Jerónimo Hernández. Asimismo, se trajeron de allí imágenes (la de la Inmaculada, entre ellas o las de los tristemente famosos ángeles lampareros del altar mayor), un órgano, una sillería de coro y otros objetos para reponer en parte cuanto se había destruido.

Entre las personas que más contribuyeron a esta causa estaban el párroco, Jerónimo Ramos Feria, el académico de Bellas Artes y miembro de la Comisión Diocesana de Arte Sacro, José Hernández Díaz y su amigo el cantillanero José Arias Olavarrieta, gran amante del arte, quien tras su matrimonio con Rosario Solís, había visto incrementado su limitado patrimonio con parte del importante capital de la familia Solís, otrora en manos de Pastora Solís, esa pastoreña histórica y ejemplar que murió sin descendencia. Con parte de ese dinero y con las numerosas aportaciones en metálico y en oro de todo el pueblo, y sobre todo de las familias más pudientes, se acometieron estos trabajos de traslado, reposición, restauración y embellecimiento de retablos, altares e imágenes en aquellos difíciles años inmediatos a la guerra.


El actual retablo mayor de la parroquia presidia
la Iglesia de Santa Ana de Carmona hasta 1937.


El traslado del retablo mayor de Santa Ana de Carmona fue solicitado primeramente por una hermandad, la de la Asunción, que aunque no reside en la parroquial ha deseado siempre adquirir terreno y vínculo con ella con el pretexto del título. A la hermandad le fue denegado por el Arzobispado que, en cambio, sí autorizó el traslado cuando lo requirió el párroco en 1937. Por ello, causa cierto estupor y no hace honor a la verdad histórica el hecho de que haya todavía quien sin escrúpulos, incluso a la hora de adulterar documentos, como la falsificada memoria de don Jerónimo Ramos, adscriban la obra a sus expensas -“dada la penuria económica de aquellos años de posguerra”- y a su nombre y pretendan hacer propio lo que entonces fue obra colectiva y hoy patrimonio de todos. Lo deja claro el decreto del vicario general del 8 de julio de 1999: No se puede aceptar la petición [de la Hermandad de la Asunción] de reconocimiento de la propiedad sobre el retablo mayor de Nuestra Señora de la Asunción y otros elementos ubicados en el templo, porque no tiene fundamento jurídico cierto. El retablo no se puede decir que sea propiedad de la hermandad, porque el vicario general que autoriza el traslado desde la iglesia de Santo Domingo de Carmona no podía disponer de la propiedad del mismo. Lo que hizo fue depositarlo y trasladarlo a la iglesia parroquial de Cantillana […]

Algunos años tardaría el templo en recobrar algo de su antiguo esplendor, causa a la que también contribuyó el traslado desde la iglesia del extinguido convento de San Francisco de Cantillana, sito en la calle de su nombre, de todos sus retablos e imágenes, proceso que culminó en 1955 con el traslado, restauración y ampliación del retablo mayor del referido convento, que provenía a su vez del histórico convento franciscano de San Francisco del Monte y que fue colocado en la parroquia para enmarcar definitivamente el altar y camarín de la Divina Pastora.

Los demás retablos traídos del convento fueron el de la Inmaculada de los franciscanos, hoy colocado en la nave del evangelio, frente al altar de la Pastora; el de San José, con su imagen de talla, que quedó ubicado en la cabecera de la nave de la epístola; el altar de san Antonio de Padua, colocado a los pies del templo con la imagen de Santa Teresa y el del Santo Cristo de la Caridad, un retablito instalado a la izquierda de la puerta del Palacio, y cuya imagen titular es el pequeño crucificado de pasta, muy antiguo, que hoy se expone en el altar de San José.

El retablo de la capilla del Sagrario también
procede de Carmona, su parte central es de
Jerónimo Hernández.
Como curiosidad, no queremos pasar por alto aquí a otra de las imágenes veneradas en la antigua iglesia de los franciscanos de Cantillana, concretamente la del devoto Cristo de la Agonía que si bien no fue trasladada a la parroquia sino a la ermita de la Soledad, posee una gran importancia por su devoción y culto -vinculado a las rogativas- y por su enorme antigüedad. Se trata actualmente de la imagen más antigua de Cantillana, fechable en el siglo XV o primer tercio del XVI y constituye un valioso ejemplar, de los pocos que se conservan, de los denominados Cristos de pasta de maíz, de probable ascendencia hispanoamericana, fruto franciscano de la Evangelización y de la fusión de culturas española e indígenas, así como del intercambio comercial con las indias.

En relación a la imagen de la Asunción de la parroquia cabe destacar, como adelantábamos, que fue sometida en los años 40 a una profunda remodelación, llevada a cabo en Sevilla por el imaginero José Ribera, consecuencia de la cual es, en esencia, el aspecto con el que la conocemos: en genuflexión y con un minucioso y rico estofado en los ropajes. Así fue devuelta al culto y colocada en el nuevo retablo mayor, el traído desde Santa Ana de Carmona, reformado y agrandado con piezas del antiguo destruido. En la parte central se construyó una gran hornacina para colocar la referida imagen de manera más suntuosa que como estaba en el anterior retablo mayor, en el que ocupaba un pequeño hueco a gran altura desde mediados del siglo XIX, como explicamos en su día. En el ático del nuevo retablo se ubicó, no obstante, el antiguo relieve restaurado de la Asunción de María con los Apóstoles, perteneciente al anterior retablo destruido.


Aunque, muchas piezas de la importante platería de la Parroquia fueron destruidas o saqueadas en julio del 36, por suerte otras muchas fueron ocultadas, se salvaron y se conservan, tal es el caso de las cruces parroquiales, varios cálices y copones y otros enseres como los antiguos ciriales, hoy en paradero desconocido. Un juego de seis candelabros grandes y las sacras de plata del Altar Mayor, son otras piezas del patrimonio parroquial que fueron sustraídas en unas fechas determinadas e inexplicablemente se hallan hoy en manos particulares, siendo propiedad de la Iglesia Cantillanera, por lo que esperamos sean repuestas a sus verdaderos propietarios y a su correspondiente lugar de custodia y uso. Esta colección parroquial de platería fue incrementada con otros objetos de metales nobles pertenecientes al convento franciscano y algunos traídos desde Carmona, y completada con la donación a la Hermandad Sacramental de una valiosa custodia procesional de plata, de dos cuerpos por parte de Ana Solís Olavarrieta obra de Gabriel de Medina en 1950.

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