viernes, 8 de febrero de 2013

Un sombrero por corona



A lo largo de la historia, moda  y  arte ejercen movimientos pendulares, oscilan en el devenir de las corrientes estéticas, de tal modo que una influencia artística afecta a todos los campos de la expresión cultural, como es el caso del estilo barroco en cualquiera de sus disciplinas: la pintura, la escultura, la arquitectura, las artes decorativas, la literatura  y  el vestir están sujetas a las modas del momento.
Las piezas cumplen un objetivo básico y funcional, y sobre esta simplicidad se adereza y adorna acorde con la novedad imperante. En el caso de los sombreros, como pieza esencial de la indumentaria, siempre han estado sometidos a las modas. Desde su uso más extendido hasta su desuso, pasando de manera fluctuante entre las líneas puras o los excesos más barrocos.

Desde la edad media, la mujer aparece cubierta por pudor, ya sea con un velo, manto o con un sombrero si el espacio era abierto. La costumbre fue de uso general en todas las clases sociales, si bien, en las más distinguidas, el sombrero se convierte en un artículo de lujo y un elemento indispensable en el vestuario femenino.

En el año 1551, Doña Francisca Pizarro Yupanqui, hija de Francisco Pizarro, conquistador de Perú, y de la princesa inca Inés Huayllas Yupanqui, sobrina del emperador Atahualpa es obligada a venir a España y cuando llega al fastuoso puerto de Sevilla, se queda deslumbrada por las telas, brocados, sedas y joyas, y por supuesto por los sombreros que allí vio. Su retrato, tallado en piedra y con sombrero pasó a la posteridad en la fachada de su palacio de Trujillo.

A principios del siglo XVII, aparecen representaciones religiosas femeninas cubiertas por sombreros, así vemos a Santa Margarita de Antioquía pintada por Zurbarán en el año 1631 que curiosamente aparece con sombrero, pellica y cayado pero esta simbología no se ajusta a referencias iconográficas concretas sino al simple criterio del pintor, del igual atuendo pastoril representa Zurbarán  a Santa Marina.

La primera vez que aparece la Virgen María con  sombrero y en un ámbito rural, con un árbol a su espalda, cayado y zurrón es en el pasaje de Nuevo Testamento del Descanso en la huida a Egipto. En esta iconografía existen muchas variantes, donde la Virgen está sentada en el suelo recogiendo flores que le acerca el Niño Jesús o bien montada en un burro y guiada por San José. Es sin duda, la primera vez que la Virgen es representada de manera tan sencilla y natural, y quizá un antecedente a la iconografía pastoreña. Como ejemplos tenemos las pinturas de este género que hicieron Patinir, Barocci, Giovanni Ansaldo o Pérez de Holguín entre otros grandes maestros.

Pero sin duda alguna, donde el sombrero se erige como elemento definitorio y simbólico de una iconografía mariana es en la advocación de Pastora de las Almas y así lo estableció su creador a inicios del siglo XVIII cuando anunció que la “nueva” imagen de la Virgen estaba despojada de joyas y aderezos, sería una reina que por corona tuviese un sombrero y por cetro un cayado. De tanto éxito fue la devoción pastoreña de cuño sevillano que al poco tiempo cruzaba fronteras y se convertía en una de las advocaciones marianas más universales.

Fray Isidoro de Sevilla dejó la iconografía muy establecida pero a medida que evolucionaba de manera imparable, los elementos definitorios se iban alterando y adaptando al gusto y devoción del lugar o del propio artista.
En las primeras composiciones pictóricas pastoreña, el sombrero se deja en un segundo plano, apoyado sobre la espalda de la Virgen y asomando sobre su hombro derecho. Una  vez bien entrado el 1700, la Pastora es cubierta con su sombrero y la rígida composición creada por el mencionado franciscano va dando paso a una representación más libre y fresca, surgiendo multitud de interpretaciones en las que las modalidades y posturas del sombrero son igual de caprichosas.

El sombrero, en ocasiones, aparece muy ceñido y sin flores, en otras apoyado sobre la cabellera y cargado de flores y lazos. También se pueden ver racimos de uvas y espigas de trigo simbolizando la eucaristía, y a veces elementos tan exóticos como plumas de colores y mariposas.  Las proporciones, formas y movimiento de las alas y copas de los sombreros pastoriles se adaptan de manera libre al gusto de la época o por simple criterio del creador de la imagen.
Esa variedad tan rica en la tipología del sombrero la vemos en la imagen de nuestra Pastora Divina de Cantillana, que a través de las fotografías y de la exquisita colección de sombreros que en la actualidad  conserva, se aprecia el desarrollo de la moda en cada etapa.

La diversidad de formas y materiales es muy amplia y  va desde sombreros de rafia de líneas sencillas hasta encajes bordados con pedrerías, pasando por un verdadero muestrario de encajes en hilos de oro o plata. En algunos casos, los encontramos bordados con flores  o con elementos alégoricos al Nuevo Testamento. En ellos, la carga floral es variable, si los inicios del siglo XVIII era más equilibrados, el final de este período y durante el siglo XIX, el exorno vegetal invade las copas de los sombreros llegando a formar volúmenes exuberantes. Esta moda continúa hasta bien entrado el siglo XX, siendo a mediados de éste cuando las formas se depuran y el sombrero se libera de flores, limitándose en ocasiones a circundar la copa.

Sea como fuere, la tradición de tocar la cabeza se ha convertido en un arte en Cantillana, donde la sensiblidad hacia él se transforma en maestría expresada en todos los sombreros que coronan a nuestra Pastora con una gracia y elegancia sin par. El sombrero la corona; el sombrero la convierte en pastora; el sombrero cubre su cara dejando ver la ternura de su rostro misterioso, el más bello de Cantillana. Como dice una sevillana: “sí con sombrero eres guapa, sin sombrero eres más bella…” a tu pueblo pastoreño nos da igual, es tan grande tu belleza y transmite tanta ternura, que con sombrero o sin él, tu rostro irradia una paz tan inmensa como recíproco es el amor que recibes de tu pueblo pastoreño.

Jesús Morejón Pazos

Regreso de la Huida a Egipto. Real Colegiata de San Sebastían de Antequera (Málaga)

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