domingo, 23 de septiembre de 2012

Pastora; romera mayor de cantillana


Y… la Romería. Quiero llamarla en la palabra, como llamó a Sevilla Machado. A cada ciudad andaluza, Machado rindió su piropo. “Plateado Jaén; Granada, agua oculta que llora; Cádiz, salada claridad; Málaga, cantaora…” Pero cuando quiso cantar a Sevilla, no sabiendo qué decirle, rubricó el poema diciendo: “Y… Sevilla”, porque en la palabra se contiene todo. Cuando ya se ha cantado la oración interna y la oración externa, ¿qué puede decirse a Cantillana que lo contenga todo con felicidad popular? Pues eso “Y… la Romería”. Hasta el sitio tiene eufonía pastoral, porque se llama de “Los Pajares”, como fue Belén, los pajares tiernos en que naciera Jesús, primera pureza campesina en que la Virgen fue Madre gozosa del mundo. Romería es todo en Cantillana. Doscientos cincuenta años ya que el corazón pastoreño está de Romería, aunque sean pocos los años de la primera Romería oficial. Romería ha sido siempre el pastoreñismo yendo a todo lo que es gala de María. Romería a las romerías marianas; a los cultos de las Hermandades fraternas. Romería, aquel traslado, como os decía, de Bernardino desde Villaverde a San Francisco, de San Francisco a la Asunción, de la Asunción al Camarín, al pie. Romería a Los Pajares, al olivar de La Pola… Hace catorce años que el Cardenal Bueno Monreal dijo que sí al deseo pastoreño de alzar una Ermita a la Virgen. Hubo Misa de Romeros aquel treinta de septiembre de mil novecientos cincuenta y seis, al aire claro y arbóreo del campo por donde el Viar juega a rumorcitos y pedrerías. Lo hizo el pueblo. Eso lo sabéis todos. La fiesta del ladrillo, la fiesta de la teja –¿cuánto tendría que cantar la palabra del pregonero en toda esta entraña del pueblo puro? Y hasta esa fiesta en la que, cada año, los cantillaneros que tienen el arte de la cal en las manos nobles y artesanas, van y blanquean la casa de la Virgen por puro gusto de que la Pastora tenga bonita su casa. Ofrenda cantillanera sobre esa tierra que diera el corazón y la fe de doña Concha López Santolalla. Ofrenda todo, en ese cuadro de Juan Antonio que diera doña Matilde con su mirada siempre permanente en la Pastora. Cada vidriera, cada ánfora de hierro recortada en la curva bonita del aire límite. Todo ofrenda. Y entonces ¿qué os puedo yo decir de la Romería a los que sois romeros por pura devoción? Cuando el corazón está desbordado, la fe se hace Romería. Camino, monte, huerto, calvario. Romería, Cristo. Cristo romero del dolor y de la promesa firmísima de la otra vida. La fe anda, peregrina, quiere la luz, está en estado de Romería. Cantillana, en su fe viva y honda, Romería. Al alba, el tamboril y la gaita, la música pastoril, ya anuncia que la Romería llega. Los caballistas van a cercar la puerta y los caracoleos van a montarle guardia repiqueteante a la Virgen. El boto, la chaqueta corta, el ala ancha –sombrero, pastorismo a la frente– y las muchachas a la grupa repicando por el sol alboreante las telas de colores de los trajes. El coche enjaezado, las romeras con la gracia y finura de su guapura. Sobre el corazón de los pastoreños, el cordón y la medalla. La carreta boyera, boyal. Todo va a ir hacia la ermita. A paso lento. El júbilo, cruzará luego la fronterilla de agua del Viar mientras a la borda del puente, millares de ojos aguardan, estáticos, bajo el sol, el paso de la Pastora. Nadie como Manolo Zayas ha captado la estampa para siempre en su cámara de color que he tenido el gusto de ver hace unos días. Romería cantillanera polícroma. Romería a las puertas de ese Santuario de la blancura. Con ella, el Simpecado –este año aniversal, centenario, la mismísima imagen– con el terciopelo verde, la Pastora al centro, ofrenda de los Villareal, y los juegos florales, y la Romerita Mayor, y la fiesta y júbilo de la juventud que se alegra de tener tan alta y fina compañía. –Oración sobre carrozas, sobre carretas–. Las espuelas acariciando la piel de los tordos y de los castaños encendidos de sol. Al fondo, el gris mármol de la estribación de la Sierra Morena. La guayabera y el zahón, la espuela, la columnilla floral de la carreta, el clavel al pelo, y rodeándolo todo, la verde oliva, la dorada espiga, el leve naranjal, el camino diario de los hombres del campo, La Pola bíblica. Romería, sí, en Cantillana hecha oración. Todo mayo-septiembre y todo septiembre-mayo que cuando ya se haya hecho Misa de Romero, alegría popular, felicísimo gozo, será otra vez triunfal poniente ante la Iglesia, y vítores en El Llano, y calle henchida de cohete y de traca, y baile y ventura, y alma, en suma, que se ha hecho manifestación, epifanía caminante, por la Pastora de las Almas. ¡Que blancura de Ermita irá atravesando entonces la noche postrera de septiembre! Una blancura que se hace palabra, que se hace criatura, la última palabra del pregonero, que os dice adiós pero adiós hasta siempre, y que romperá su último vaso de aroma cantándole a María:



Entre la Sierra Morena
y Los Pajares, se alza
por la Pastora una Ermita,
donde los ángeles cantan
un nombre blanco de cielo:
Cantillana, Cantillana…

Tamboriles peregrinos
baten su son con las gaitas
abriendo el cancel del gozo
por las calles y las plazas.
Piropos para María,
en los cantes y las palmas,
nacen diciéndole a coro
que es la criatura más guapa
que puedan soñar criaturas
en el sueño de la gracia.
Por el Llano la alegría
abandera su velada.
Despiertan a los romeros
alegrísimas dianas,
que ya se están levantando
los cielos de la mañana
cubriendo con amapolas
de fiesta las espadañas.

Un río de caballistas
-traje corto y ala ancha-
entre orillas de oraciones
rumbo la Pastora pasa.
Sobre los botos camperos,
espuelas de fina plata
ciñen sus blancos alertas
al corazón de las jacas.
A las grupas van sonrisas
con atavíos de gitana,
fragante de hondo aroma
que la guapura derrama.
Salves van en la carrozas
boyales y enjardinadas.
Por la expectación se abren
pétalos de vino y palmas,
porque todo quiere hacerse
ofrenda romera y santa,
mientras está la carreta
del Simpecado alhajada
y abriendo la Romería
con la aurora más diáfana
que puedan soñar los ojos
impacientes de mañana.

Entre la Sierra Morena
y Los Pajares, se alza
por la Pastora una Ermita,
donde los ángeles cantan
un nombre blanco de cielo:
Cantillana, Cantillana…

Nardos y claveles tienen
a la Pastora cercada.
De pronto tiembla en el aire
el Himno Mayor de España,
y la historia se hace río
de sangre por las entrañas,
mientras sube el Simpecado
a la carreta y la abraza,
porque es el trono solar,
-trono de flor y de plata-
donde la Virgen Pastora
reina sobre Cantillana.
Balcones y esquinas quieren
también tocarle las palmas.
La gente se hace suspiro
y afán por acompañarla.
Tanto la miran que rompen
los ojos en mar de lágrimas.
Por el camino más corto,
alfombra de calles blancas,
allá que va al Santuario
la Romería enamorada.
Tiembla el agua del Viar
sobre el campo esperándola.
Los cascos de los caballos
escriben versos de plata
sobre la página rubia
de la tierra arrodillada.
Desde el abuelo hasta el nieto
corre la gente a mirarla,
y millares de promesas
desde los labios escapan
para entrarse por los ojos
de la Pastora y besarla,
pidiéndole que no falte
a la cita con las almas.
Sobre el Santuario juegan
como niñas las campanas,
avisándole a los pájaros
que en su carreta pausada
la Virgen ya está llegando
al Camarín de su casa.
¡Qué gozo de oliva y mieses
en Los Pajares estalla!
Blanquísimos corporales
esperan ya su llegada.
Huele a juncia y a romero,
a espliego y a mejorana,
a sol, a pétalo, a salve,
cuando la Pastora pasa
por entre los corazones
que su Simpecado aguardan.
En la Misa de Romeros
Dios vivo los acompaña
en la comunión que sabe
a fortaleza magnánima.

Entre la Sierra Morena
y Los Pajares, se alza
por la Pastora una Ermita,
donde los ángeles cantan
un nombre blanco de cielo:
Cantillana, Cantillana…

Septiembre se está cerrando
en su postrera jornada.
Y la Pastora sonríe
en su Santuario y habla
en secreto a los romeros
y en pura fiesta la exaltan.
Y cuando a la noche vuelven
desde su Ermita a su Casa,
le ofrecen los caballistas
flores de luces gallardas,
mientras los tamborileros,
por las calles y las plazas,
por la Cuesta del Reloj,
por toda la Villa en gracia,
le van dejando una mar
de musicales fragancias.
Los vivas a la Pastora
hasta el Simpecado avanzan
con su ejercito florido
de súplicas y de lágrimas.
La pirotecnia se hace
bóveda de salves santas.
¡Adiós, Pastora, hasta siempre
-dice el pueblo-! Y toda el alma,
cantillanera, se queda,
Risco y Redil, contemplándola,
mientras que sigue la copla
cantando por Cantillana:

Entre la Sierra Morena
y Los Pajares, se alza
por la Pastora una Ermita,
donde los ángeles cantan
un nombre blanco de cielo:
¡Cantillana, Cantillana!

Fragmento del pregón del CCL aniversario fundacional de la Hermandad, en 1970; pronunciado por D. Francisco Montero Galvache.

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