sábado, 30 de junio de 2012

Semblanza biográfica del Padre Román en la presentación del libro en Cantillana.


Excmo. Sr. Alcalde, autoridades, instituciones y hermandades, Pontificia y Real Hermandad de la Divina Pastora, amigos y pastoreños. Buenas noches.
Ámigo Álvaro, no ha podido elegir el destino mejor día que hoy para abrochar sus designios: 23 de junio, víspera de san Juan Baustista, la misma fecha en que comenzó a gestarse según piadosa tradición el título de Divina Pastora. “Coincidencias enhebradas por la gracia divina”, si recurrimos a una frase que tú mismo utilizaste en un memorable artículo publicado en la revista de nuestra hermandad. De Roma a Cantillana, del templete del Gianicolo a la cúpula de Martín Rey, de tus manos al sentimiento colectivo de tu gente, que hoy contempla admirada cómo se cierra el círculo de un viejo anhelo. Gracias por compartirlo con nosotros.
“Todo tiene su tiempo y todo lo que se ama debajo del cielo tiene su hora. Todo lo hizo hermoso Dios en su justo tiempo”. El sabio y lírico libro del Eclesiástico nos acaba de edificar el pórtico que habremos de atravesar para entender cabalmente el gozo que hoy nos reúne aquí. Pues el tiempo, siempre el tiempo, el que adensa el espíritu y ahorma la ciencia, se ha encargado de colocar las cosas en su sitio y pone hoy ante nuestros ojos los frutos de una espera larga, pero no inútil.
Y también el tiempo en algunas de sus manifestaciones más nobles: la perseverancia, la firmeza, la constancia, podría darnos apellidos para esta crónica abreviada de una vida entre la vocación y el conocimiento; me refiero a la trayectoria vital de Álvaro Román Villalón, sacerdote, cantillanero y pastoreño: tres calificativos que lo definen, pero que no agotan una personalidad cálida y heterogénea. Decía el poeta Oliver Wendell que “aquello que sale del corazón lleva el matiz y el calor de su lugar de origen”. La cita nos pone definitivamente el toro en suerte: espacio y tiempo, memoria y autenticidad. Porque el acontecimiento que nos convoca está hondamente vinculado con las marcas que singularizan a su personaje desde que vio la luz. Veamos por qué.
El padre Román vino al mundo en Cantillana en 1977 y su familia le imprimió carácter, pues la fe, el evangelio, la vida parroquial y el compromiso con el prójimo, eran en ella algo cotidiano y espontáneo. Desde muy niño, el ejemplo de sus padres y hermanos abonó unas inquietudes innatas, que con el paso de los años fueron sentidas como la llamada inequívoca de la vocación. Su adolescencia y primera juventud sirvieron para afianzar convicciones y para ello fue esencial la implicación en su comunidad parroquial y en el quehacer diario de la hermandad de la Divina Pastora, norte y refugio de sus pensamientos. Él mismo me reveló en cierta ocasión que durante esta decisiva etapa los referentes para la oración diaria eran el sagrario de su parroquia y el camarín de la Divina Pastora, donde amasó una intimidad con la Virgen que iluminó definitivamente el camino que se avecinaba.
Con los horizontes más que despejados, termina los estudios de Bachillerato en su pueblo natal e ingresa en el Seminario Metropolitano de Sevilla, decidido firmemente a  consumir la vida hollando los mismos pasos que el Buen Pastor Jesucristo. Cinco años más tarde, tras una intensa dedicación al estudio y la oración, llegó la esperada ordenación sacerdotal. Fue un 14 de septiembre de 2003. Se iniciaba así un ministerio que actualmente desempeña como cabeza de la parroquia de Santa María Magdalena de Arahal y del arciprestazgo de Marchena.
                Algo más tarde, en el año 2004, la Iglesia Diocesana quiso recompensar su brillante paso por el Seminario y ampliar la perspectiva de un porvenir que se adivinaba pleno de talento y vitalidad pastoral. Por ello el cardenal Amigo Vallejo le comunicó que lo enviaba a Roma para cursar los estudios de licenciatura y elaborar su tesis doctoral. Pero tan cierto como el privilegio que se le otorgaba era el peligro de no elegir bien en aquella encrucijada. Roma, la capital de occidente, se desplegaba diversa y múltiple como un mosaico bizantino, amalgamada en sus lenguas, culturas y tradiciones. Había que decidir con sensatez y aplomo. Y Álvaro Román lo tuvo claro: quería doctorarse en Mariología con una tesis dedicada a la Divina Pastora. La fuerza de sus raíces y sus afectos, unida a la acción callada pero certera de la Providencia, desataron aquel nudo.
                Comienzan así cinco años de estancia en Roma, donde fue acogido en el plano académico por un centro de prestigio internacional como la Pontificia Facultad Marianum, institución con la que colabora asiduamente como docente; cinco años, 1825 días de indagación, reflexión y redacción. Y finalmente, en abril de 2009, la defensa de la tesis y los honores académicos del doctorado. De sus consecuencias, entre ellas el libro que ahora presentamos, hablaremos más tarde.
En los meses previos al verano del año 2009, Álvaro Román regresa a Sevilla, laureado con el éxito del deber cumplido y satisfecho por los resultados más que notables de su dedicación investigadora. Era éste un momento muy especial en su vida y así lo supieron ver y premiar los oficiales de la junta de gobierno de su hermandad de la Divina Pastora de Cantillana, que deciden designarlo para quitar el sombrero a la Virgen en la calle de Martín Rey durante la procesión del 8 de septiembre. Hablando ante este auditorio y pisando esta tierra, sería imperdonable no evocar el escalofrío que sacude los recuerdos cuando la imaginación escoge el camino más corto para herirnos…
8 de septiembre de 2009…Esquina de Castelar, enjambre de amor y miel. La Divina Pastora, mística y peregrina, se asoma al abismo de la noche... La calle cuyo nombre no hace falta decir es un pozo oscuro donde fermentan las ansias. La luna, afilada en la plata del paso y en los reflejos cobrizos de los fuegos. El pueblo, cegado de vítores y ebrio de madrugada enloquecida. Avanza la Virgen, proclamando su triunfo en cada arco, arrollando voluntades, espoleada por una marea de fervores hasta llegar al sitio marcado. Ella se posa, él sube, estremecido y filial, hasta sus manos, hasta su frente. Tiembla la oración en los brazos alzados y en las gargantas partidas entre el asombro y el delirio, que rezan junto al padre Román para que la plegaria le preste voz a los ausentes. Y a los pies de la Virgen se quiebra en clamor el murmullo ronco de Cantillana, que, como una nueva Isabel esperando el saludo de María liberada del pastoril sombrero, vuelve sus lágrimas en vivas al ser deslumbrada por el purísimo semblante de la Pastora Divina. Marianismo inefable, pastoreñismo puro.
Aquella noche, lejos de ser un recuerdo anecdótico y fugaz, está estampada desde entonces en la vida de Álvaro Román como una dichosa cicatriz que supura emociones y fervores cada 8 de septiembre ¿Alguien puede dudar de que lo vivido allí también ilumina las páginas de este libro?
Por tanto, creo que el inciso era oportuno y obligado, porque abunda en el ingrediente devocional, sentimental de nuestra reseña, elementos indispensables en tanto en cuanto contribuyen a entender de manera más ajustada el principal mérito de la obra que hoy presentamos: este libro, La Divina Pastora en los escritos de fray Isidoro de Sevilla, salda una deuda histórica, y lo hace sumando pasión y rigor. Sí, han oído bien, no es ninguna paradoja; el mayor logro de este libro es su capacidad para ofrecer un discurso científico y documentado, compacto y absoluto, que a la vez gravita sobre la dársena serena del amor incondicional.
Era cuestión de tiempo y por fin ha llegado la hora de que alguien hiciera justicia con la importancia de la advocación de la Virgen como Divina Pastora de las Almas. Sevilla, tan aficionada a olvidar a muchos de sus grandes hijos y su legado, no había sido justa con el padre Isidoro ni con el título mariano que desde aquí creó para el mundo. Este libro consigue esclarecer los fundamentos hondos de este carisma dieciochesco y nace además con la legitimidad que le otorga un dilatado proceso de acopio de textos y testimonios, análisis y maduración interpretativa.
Esas son las virtudes de esta obra. Estamos ante una monografía de carácter casi enciclopédico, donde ninguna conclusión es superficial, donde cualquier argumentación está armada sobre una apabullante acumulación de datos y referencias y donde el material gráfico es el resultado de la búsqueda incesante de fuentes iconográficas. Esta labor era imprescindible, la advocación de la Divina Pastora merecía y necesitaba que alguien mostrara su verdadero valor y calado, por encima de sensiblerías y lugares comunes. Y ese alguien por fortuna ha llegado y ha sido Álvaro Román Villalón.
El 8 de septiembre del año 1900 el cardenal Spínola dijo en Cantillana: “Todo lo encierra la advocación de Pastora”. Qué proféticas suenan hoy estas palabras, cuando saludamos la llegada de un libro que viene a demostrar con lucidez la complejidad y riqueza que sostienen los pilares teológicos, doctrinales y sociológicos del pastoreñismo. Así que hay que felicitar al autor y nosotros, como cristianos y pastoreños, debemos sentirnos orgullosos de este libro. Pero sin traicionar los fines últimos de esta obra, porque ese orgullo sería narcisismo estéril si no sirve para apreciar sinceramente lo conseguido y mirar hacia el futuro para intentar matizarlo. Querido Álvaro, enhorabuena, y sobre todo gracias por las páginas de este libro, que serán a partir de ahora un espejo donde reencontarnos con nuestra identidad, un inmenso mar donde echar las redes de la sabiduría, un bucólico valle donde grane en la espiga y en la uva la esperanza de sentirnos ovejas en el rebaño místico de Cristo. Y, así, cantar las alabanzas de la Santísima Virgen diciendo:
Salve, Pastora querida,
cuya caridad te mueve,
dejando noventa y nueve,
buscar la oveja perdida.
Salve, fuente de la Vida,
salve, bellísima Aurora,
porque en la última hora
de su vida el sumo rey
de toda la humana grey
te constituyó Pastora.




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Juan Manuel Daza Somoano

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