miércoles, 8 de febrero de 2012

El traslado de los restos del Padre Claudio


En el presente año se celebra el XXV aniversario del traslado de los restos del Padre Claudio de Trigueros al Santuario de la Divina Pastora.


En varias ocasiones hemos tratado aquí sobre la importancia que el padre Claudio tuvo para la hermandad de la Pastora, hasta el punto de ser una de las figuras clave en la fundación y promoción de la romería en los albores de la década de los 50. Este año traemos a la sección De la historia de la hermandad un acontecimiento igualmente relevante para la historia sentimental de la institución cantillanera: el traslado de los restos de fray Claudio María de Trigueros hasta Cantillana. Más concretamente, hasta la ermita cuya construcción él mismo promovió en el antiguo olivar de Lapola, donde el capuchino reposa, a los pies de la Pastora, desde el año 1987.

La historia del traslado del padre Claudio comienza a fraguarse en el convento de Capuchinos de Sevilla mediada la década de los 80. Casi por casualidad. Resulta que Antonio Castaño y José Carrascal tenían la costumbre de ir al convento de la ronda cada sábado por la tarde a echar un rato con fray Antonio Ruiz de Castroviejo y Alba, a quien les unía y les une una gran amistad. Allí merendaban y charlaban, suponemos que siempre del mismo tema: la Divina Pastora.

Pues bien, según recuerda el hoy hermano mayor, en una de estas tertulias conventuales de los sábados, concretamente en el otoño de 1986, fray Antonio les comentó que iban a tener que exhumar los restos del padre Claudio del panteón que los capuchinos tienen en el cementerio de San Fernando porque estaba lleno y había dos frailes a punto de morir. La costumbre entre los frailes era sacar el cuerpo del religioso que más tiempo llevaba enterrado (fray Claudio murió el 13 de noviembre de 1969) y trasladarlo al osario común del convento de Sanlúcar de Barrameda. A juicio de fray Antonio de Sevilla, era una lástima que los restos del padre Claudio terminaran en un osario común cuando podían reposar en Cantillana, pueblo al que estuvo tan ligado por medio de la hermandad de la Pastora.

Sobre los restos fueron colocados el manto rojo, el cayado
y el sombrero de la Divina Pastora de Capuchinos.
La idea fue muy bien acogida por los contertulios quienes, nada más llegar a Cantillana, se dirigieron a hablar con el entonces hermano mayor, Antonio Solís. No hubo que convencerlo. Así se puso en marcha el solemne traslado e inhumación en Cantillana.

Ahora había sólo un problema que salvar: el económico, pues no había dinero para sufragar los trámites y gastos que conllevaba (coche fúnebre, lápida, flores, funeral…). Por este motivo, salieron a pedir a ciertas casas del pueblo, sobre todo entre la gente que conoció y apreció al capuchino durante sus visitas a Cantillana, y que conocía de la labor realizada por el padre Claudio en beneficio de la hermandad.

El traslado se llevó a cabo el 7 de febrero de 1987 y resultó ser un acto solemne y multitudinario. Los restos del recordado fraile llegaron en dos pequeñas cajas sobre unas andas cubiertas por el manto, el cayado y el sombrero de la Divina Pastora de Capuchinos. El coche fúnebre paró a las puertas de la parroquia, donde lo recibieron la cruz parroquial y los miembros de la junta de gobierno con las varas, el estandarte corporativo y el simpecado entre el sonido fúnebre del doblar de las campanas.

Los frailes capuchinos lo llevaron a hombros hasta el altar de la Pastora, donde diez sacerdotes concelebraron el funeral: seis religiosos de su Orden; el padre Rejos; el párroco de Trigueros, su localidad natal, Manuel Cumbreras; el coadjutor de Cantillana, don Isaías; y el párroco, Manuel Marroco. El padre Romualdo de Galdácano dirigió un coro de mujeres de la capilla de San José que interpretó coplas de la Pastora. Al acto asistieron representaciones del convento de Sevilla y de la capilla de San José, donde pasó los últimos años de su vida; franciscanos, clarisas, hermanas de la Caridad, autoridades locales, familiares y muchos vecinos tanto de Cantillana como de Trigueros.

Una vez terminada la misa funeral, los restos del padre Claudio fueron trasladados hasta la ermita en una caravana de coches que, según recuerdan quienes vivieron el acontecimiento en primera línea, se prolongaba desde el santuario hasta la calle Martín Rey, abierta por el coche fúnebre y por los vehículos donde viajaban el párroco de Trigueros y los familiares del fraile que asistieron al acto. A su llegada al santuario, fueron recibidos con el repique de las campanas.


El traslado tuvo lugar el 7 de febrero de 1987, siendo un
acto multitudinario y muy emotivo.
Dentro de un templo abarrotado, los restos mortales del religioso fueron inhumados en el presbiterio, a los pies de la Divina Pastora. Antes de terminar, el párroco de su natal Trigueros dirigió a los asistentes unas emotivas palabras de agradecimiento a los cantillaneros pastoreños. En la lápida se puede leer: “Aquí descansa el M.R.P. Fray Claudio Mª de Trigueros, religioso capuchino de la provincia de Andalucía, devotísimo hijo de la Divina Pastora de las Almas e insigne predicador de sus glorias. Misionero apostólico, confesor de S. M, superior del convento de Sevilla, definidor provincial, director del Seminario Seráfico y maestro de novicios, falleció en esa ciudad el 13 de noviembre de 1969. La Hermandad de la Divina Pastora de Cantillana, de la que fue incansable bienhechor y a la que agregó en el año de 1944 el Redil Eucarístico, trasladó sus restos el 7 de febrero de 1987 a este santuario cuya erección promovió, donde esperan la gozosa resurrección”.

Concluidas las honras fúnebres, todos los invitados –capuchinos, familiares del padre Claudio, el párroco de Trigueros, autoridades locales- fueron recibidos en la casa del hermano mayor en Los Pajares, donde se sirvió un aperitivo.

Este es, grosso modo, el relato del traslado de los restos de fray Claudio María de Trigueros a Cantillana en 1987, dieciocho años después de su fallecimiento. Cantillana se adelantó a ser custodia de su cuerpo frente a otras hermandades que habían expresado su deseo de trasladarlo a sus respectivas localidades. Es el caso de una hermandad de Olivares, con la que el capuchino estuvo también muy vinculado, así como otras hermandades de penitencia del Aljarafe sevillano. Transcurridos los años, los representantes de estas instituciones aún le manifestaban su pesar a Antonio Castaño, según recuerda el propio hermano mayor.

Como curiosidad, no podemos dejar de reseñar que la hermandad de la Pastora conserva con cariño algunos objetos que pertenecieron al padre Claudio, como su rosario, o el mismo confesionario donde tantas horas pasaba sentado administrando el sacramento de la Penitencia. En concreto, se trata del confesionario que existe en la ermita desde los años 80, cuando comenzó a celebrarse misa en el santuario.

Los restos fueron depositados ante el altar mayor
de la Ermita de la Divina Pastora, erigida en el
pago de los Pajares donde se celebra la popular
romería de la que fue promotor.


Repercusión mediática

El traslado de los restos del padre Claudio a Cantillana no pasó desapercibido para los pastoreños, que vivieron el hecho como un acontecimiento histórico por los vínculos sentimentales que les habían unido a aquel capuchino grandón y bonachón que no se cansaba de venir al pueblo a predicar para los cultos de la Pastora. El cariño era mutuo, y así lo expresaron durante la calurosa acogida que tuvo el fraile en el último de sus viajes a Cantillana, donde llegó para quedarse. Pero tampoco le fue ajeno a la prensa de la época. El mismo día que se celebraron el traslado, funeral e inhumación del religioso, el periódico sevillano El Correo de Andalucía publicó la noticia en la página 2 del diario con una fotografía en la que se veía a fray Claudio, ya mayor, posando ante la imagen de la Divina Pastora de Capuchinos. Bajo el epígrafe Vida Social y el titular La Pastora de Cantillana, el periodista escribe: “Fray Claudio, que se distinguió en vida por su fervor mariano y muy particularmente por su amor a la imagen de la Pastora cantillanera, derrochó en sus sermones las flores de su celo mariano. La hermandad de la Pastora, conocedora de esta circunstancia, y queriendo ser la guardiana de sus restos, ha propiciado el traslado, a fin de conservarlos cerca de la Virgen que tanto amó”.

Días más tarde, el 22 de febrero de 1987, el diario ABC de Sevilla (página 35) se hacía eco también de la noticia con un artículo titulado Los restos de fray Claudio de Trigueros, trasladados junto a la Divina Pastora. Tras hacer un repaso por la vida del padre Claudio y los cargos que ocupó en la Orden, el redactor destaca: “El pueblo de Cantillana, y muy especialmente la Hermandad de la Divina Pastora, a la que en todo momento alentó y en la que se hizo predicador insustituible, ha querido testimoniar su afecto y agradecimiento al recordado padre Claudio trayendo sus restos a los pies de la Divina Pastora”.

El Correo de Andalucía, tras publicar la noticia del traslado, volvió a hacer mención de la noticia en su edición del 17 de febrero de 1987 (página 7), ilustrando la pieza con una fotografía del funeral ante el retablo de la Pastora. “El pueblo de Cantillana, y muy especialmente la Hermandad de la Divina Pastora, de la que fue incansable bienhechor, ha querido testimoniar su afecto y agradecimiento al padre Claudio trasladando sus restos junto a la Virgen de sus amores”, puede leerse en el periódico sevillano.

Como no podía ser de otra forma, la publicación de los capuchinos andaluces, El Adalid Seráfico, que sale a la calle desde el 15 de febrero de 1900, se hizo eco igualmente de la noticia sobre el traslado de los restos del padre Claudio a Cantillana. El sacerdote y canónigo magistral de la Catedral de Sevilla Manuel Garrido Orta -que falleció el pasado mes de diciembre- le dedicó una página completa en el número de febrero de 1987 (página 67) titulada Trigueros y Cantillana. Con un estilo literario y emocionado, Garrido Orta narra cómo conoció, siendo un niño, al padre Claudio, a quien llega a comparar con el beato Diego José de Cádiz por sus dotes oratorias. Recuerda “aquel corazón casi niño dentro de aquel cuerpo grandote y solemne […] sus ojos vivos tras el aumento de sus cristales, su barba poblada como la de los capuchinos de los de antes, sus pasos que hacían temblar las baldosas del claustro”. Ahondando en el nombre de Trigueros y en su tradición panadera, compara al capuchino con el trigo que cae en tierra buena (Cantillana) y germina.

Aunque dicen que nadie es profeta en su tierra, el padre Claudio es una de esas excepciones que vienen a poner en duda este dicho popular. Hace un par de años, en enero de 2007, el periodista triguereño Fernando Márquez Cuadri publicaba en la revista de las fiestas que edita el Ayuntamiento de la localidad con motivo de la celebración de San Antonio Abad un artículo titulado precisamente Fray Claudio de Trigueros, profeta de su tierra, centrado en la relación que el fraile tuvo con Cantillana y con la hermandad de la Pastora. Y es que en Trigueros aún son muchos los que recuerdan a su paisano ilustre. Uno de los colegios del pueblo lleva su nombre desde su inauguración en 1973, así como una de las calles del pueblo, como ocurre en Cantillana en la aldea de Los Pajares.

El periodista relata una anécdota curiosa y reveladora del cariño que profesaban al padre Claudio cuantos le conocían. Al regresar a Sevilla procedente de una de sus misiones, la Hermandad de la Trinidad vistió a la Virgen de la Esperanza de Pastora. Era su particular manera de dar la bienvenida, a la ciudad y al convento de la ronda, al fraile capuchino. Una imagen vale más que mil palabras.

El artículo de este colega nuestro se publicó, como se ha dicho, en 2007. Treinta y ocho años después del fallecimiento de fray Claudio y veinte desde el traslado de sus restos a Cantillana. “Pasan los años, los amores permanecen”, que diría otro franciscano muy conocido en estas tierras.

Tal es así, que Pepe Carrascal nos cuenta otra anécdota que simboliza el recuerdo que el padre Claudio dejó tras su paso por este mundo y que no queremos obviar en este relato. Hace sólo unos años, en 2003, llegó a Cantillana un emigrante andaluz retornado de América que había oído decir que el padre Claudio estaba enterrado en nuestro pueblo. Algunos miembros de la junta de gobierno lo acompañaron hasta la ermita, donde oró ante la tumba del sacerdote, y regaló una lámpara votiva para que ardiera siempre sobre su sepultura. Según recuerda Carrascal, este hombre había conocido y tratado al padre Claudio, y quiso venir a rezar ante sus restos.



En el lecho de muerte

Hemos visto cómo la relación del padre Claudio con la Pastora de Cantillana trasciende su vida terrena. El vínculo que comenzó a anudarse allá por los años 40 no se rompió nunca. Tampoco en el último momento de su existencia fue ajena la hermandad, que estuvo presente en su lecho de muerte y en el solemne funeral celebrado en Sevilla en noviembre de 1969. Es curioso, pero también influyó la casualidad. O no. En las postrimerías de la década de los 60, la Hermandad de la Divina Pastora, regida aún por mujeres, se encontraba preparando los actos del 250 aniversario fundacional, que habría de celebrarse en 1970. En uno de los muchos viajes a Sevilla para arreglar el papeleo en Palacio, Antonio Solís y Antonio Castaño se encontraban en el café Calvillo de la calle Jovellanos cuando, al salir, deciden entrar en la Capilla de San José, regentada por los capuchinos y donde el padre Claudio pasó los últimos años de su vida. Castaño se cruzó con el secretario de Cámara del Arzobispado y se dirigió a saludarlo. Fue éste quien le dio la fatal noticia. Acaba de fallecer el padre Claudio. Al momento subieron hasta la residencia de los frailes, donde el capuchino se encontraba de cuerpo presente, y rezaron ante su cadáver. Decidieron quedarse para el entierro, celebrándose el funeral de corpore insepulto en la misma capilla de San José. Según recuerda Antonio Castaño, la misa fue muy solemne, y contó con la intervención del coro de teólogos capuchinos. Finalmente, los representantes de la hermandad de Cantillana acompañaron al féretro hasta el cementerio de San Fernando, donde recibió cristiana sepultura. Sobre el coche fúnebre colgaba una corona de flores enviada por la Hermandad de la Divina Pastora de Cantillana, que quiso acompañar al padre Claudio hasta el final.

El Padre Claudio fue un destacado devoto de
la Divina Pastora, Director Espiritual de la
Hermandad, instauró el Redil Eucarístico y
fue uno de los promotores de la Romería.


Apunte biográfico

El padre Claudio nació en la localidad de Trigueros (Huelva) en 1895. En el sacramento del bautismo recibió el nombre de Antonio, lo cual es muy común en este pueblo onubense que festeja a su patrón, San Antonio Abad, por todo lo alto. Antonio Rivera Ruiz ingresó en la Orden Capuchina el 29 de junio de 1916, solemnidad de San Pedro y San Pablo, cuando contaba ya 21 años de edad, adoptando el nombre de Fray Claudio María de Trigueros. En aquellos tiempos, lo normal era que los religiosos adoptaran un nombre en la religión distinto al del siglo, seguido por el nombre del lugar de nacimiento, simbolizando la muerte del hombre viejo y el nacimiento del hombre nuevo. Puede decirse que la vocación del padre Claudio fue tardía para lo que era habitual en aquella época. Ocho años más tarde, a los 29 de su nacimiento, el 20 de diciembre de 1924, recibe la ordenación sacerdotal. Los superiores de su Orden pronto vieron en él sus cualidades y le encomiendan tareas de gobierno y formación dentro de la Provincia. Así, el padre Claudio fue director del Seminario Seráfico que los capuchinos tenían en Antequera; vicemaestro de novicios y guardián del convento de Antequera hasta los años 30, cuando es trasladado a Sevilla como maestro de novicios, donde ejerció también de guardián del convento de la Ronda durante varios trienios y de superior de la capilla de San José.

Fray Claudio, junto a un grupo de capuchinos, llegó a Cantillana por primera vez en la década de los 40 con motivo de las misiones populares que organizó en toda la archidiócesis el cardenal Segura. Se hospedó en casa de Mercedes Espinosa y, a partir de entonces, comenzó la relación del religioso con la hermandad de la Pastora. No está de más recordar que fue el fundador del Redil Eucarístico en 1944 y promotor de la primera romería de 1952. Célebres fueron sus palabras a las puertas de la iglesia al llegar el cortejo de vuelta al pueblo –qué raro- bajo un intenso aguacero: “Toda semilla que se siembra necesita agua para germinar y ser un árbol grande”.

El padre Claudio falleció de un ataque al corazón en la capilla de San José el 13 de noviembre de 1969, a los 74 años de edad, y próximo a cumplir las bodas de oro del sacerdocio. Fue enterrado en el Cementerio de San Fernando de Sevilla hasta que sus restos fueron trasladados, como ha quedado dicho, el 7 de febrero de 1987 a Cantillana, donde aguarda la vida eterna a los pies de la Pastora. De su Pastora.

José María de la Hera

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