En los inicios de la devoción a la Divina Pastora. El caso de Cantillana
Al calor de la gozosa efemérides que en 2003 celebramos todos los pastoreños el tricentenario de la advocación de María como Divina Pastora de nuestras almas-, se presentó este artículo que no tiene otra pretensión que la de volver los ojos a la Sevilla de comienzos del siglo XVIII e intentar explicar en qué ambiente de religiosidad popular se fraguaron la devoción y la iconografía de la Divina Pastora. Y es que la labor de fray Isidoro de Sevilla como propagador de la nueva advocación no fue ajena al cambio de sensibilidad religiosa popular que se produjo en Sevilla durante los últimos años del siglo XVII y los primeros del siglo siguiente, y que orientó la mentalidad del pueblo hacia formas de piedad no penitenciales - ligadas, por otra parte, a la devoción mariana desde antiguo. Una de las prácticas de devoción popular más características de este período fue el rosario, que adquirió un extraordinario auge a partir, sobre todo, de la proliferación de los rosarios públicos. Pero, vayamos por partes.
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El Rosario de visperas recorre las calles de Cantillana
cada 7 de Septiembre, presidido por el Simepcado de
gala, cientos de hermanas con la clásica mantilla
acompañan a la Virgen. |
Antes de seguir con nuestra exposición, creo que es necesario hacer una brevísima síntesis de la historia de la devoción rosariana en Sevilla. Al ser una práctica directamente relacio-nada con Santo Domingo de Guzmán y la Orden de Predicadores, es lógico pensar que el rosario fue introducido en Sevilla por los primeros dominicos que llegaron a la ciudad tras la conquista de Fernando III (1248) y que se asentaron en el desaparecido Convento de San Pablo. Sin embargo, el rosario no tendrá cierta difusión entre el pueblo hasta mediados del siglo XVI, cuando es alentado por el clima misional postridentino, y habrá que esperar a la segunda mitad del siglo XVII para que se convierta en una devoción eminentemente popular y masiva. Como decíamos antes, el rezo del rosario se enraizará mucho más en la vida cotidiana de las gentes con la expansión de los rosarios públicos, que fueron promovidos por las predicaciones del dominico fray Pedro de Ulloa a fines del siglo XVII. Poseemos datos históricos y documentales que demuestran que el primer rosario público cantado conocido fue el que salió el 17 de junio de 1690 de la parroquia de San Bartolomé de Sevilla, organizado por algunos cofrades de la Hermandad de la Virgen de la Alegría. A partir de este momento, innumerables parroquias, hermandades y collaciones de vecinos comenzaron a salir cantando el salterio mariano por las calles de manera espontánea. Estos rosarios públicos alcanzaron una gran profusión en un corto espacio de tiempo y, desde finales del siglo XVII hasta la segunda mitad del siglo XIX, se convirtieron en la expresión más generalizada y aceptada de la devoción rosariana en Sevilla. Aunque en un principio los rosarios públicos salían sin ninguna insignia o imagen, pronto comenzarán a definir su estética y a adoptar los elementos que los caracterizan: la cruz, los faroles y el Simpecado, "especie de estandarte con un lienzo donde se coloca una imagen de la Virgen"»). Algunos autores sostienen que el inspirador del uso de las insignias propias de estos cortejos fue el capuchino fray Pablo de Cádiz, que habría organizado en la ciudad gaditana el 7 de febrero de 1691 la primera procesión pública del rosario con cruz y estandarte. La proximidad cronológica entre este rosario y el primer rosario público sevillano y la ausencia de testimonios documentales fiables que prueben lo contrario hacen que no podamos rechazar plenamente esta posibilidad. Pero, la insignia mariana del Simpecado estuvo relacionada con el movimiento concepcionista del siglo XVII - eminentemente sevillano- y además, durante los últimos meses de 1690, se organizaron en Sevilla una gran cantidad de rosarios públicos que con toda seguridad ya habrían adoptado, de manera informal, algunos usos de elementos externos conocidos en actos litúrgico- procesionales del siglo XVII que sirvieron de precedente a las comitivas públicas del rosario. Apoyándonos en estos argumentos, pensamos que fue en Sevilla donde se forjó la estética externa de estos rosarios al poco tiempo de crearse el fenómeno. Durante el siglo XVIII, los rosarios públicos alcanzaron una asombrosa difusión y desbordaron los cauces de lo estrictamente jerárquico-eclesial para llegar a ser la devoción más generalizada y seguida de la religiosidad popular del Barroco tardío.
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Todos los Rosarios que durante el año
celebra la Hermandad tienen como principio
y fin, la parroquia Pastoreña. El Rosario
de a Aurora en el mes de Mayo se dirige al
Santuario de los Pajares donde, a su llegada,
se celebra la Eucaristía. |
Si nos situamos en 1703, año en que nace la advocación de la Divina Pastora, nos encontra-mos con que los rosarios públicos están viviendo un momento de esplendor y desarrollo y son la manifestación de religiosidad popular más característica del momento. Así pues, es necesario hacer notar que fray Isidoro de Sevilla eligió, para presentar por primera vez a la Virgen como Pastora -el 8 de Septiembre de 1703-, un medio que él había aprendido y experimentado en Cádiz y que no era en absoluto extraño al pueblo de Sevilla: al igual que hacían infinidad de parroquias, hermandades y barrios sevillanos de principios del siglo XVIII, fray Isidoro tomó a modo de estandarte una imagen de la Virgen -que en este caso era, lógicamente, el lienzo que representaba a la Divina Pastora pintado por Miguel Alonso de Tovar- y con la referida insignia organizo el célebre público que salió desde la parroquia de San Gil y llegó hasta el frente sur de la Alameda de Hércules.
Este multitudinario rosario sería el germen de la primitiva hermandad de la Divina Pastora -hoy en la capilla de la calle .Amparo de Sevilla- fundada días después por el propio fray Isidoro y que mantuvo el culto rosariano al menos hasta el siglo XIX. El padre Isidoro aprovechó el auge que en esos años experimentaban los rosarios públicos para una mayor y mejor difusión de la nueva advocación mariana y el pueblo aceptó de manera inmediata la nueva devoción gracias, en parte, a que esta le fue presentada bajo una forma de culto popular, cotidiana y generalizada.
Tras la institución de la Hermandad de Santa Marina, llegaron las fundaciones de hermandades de la Divina Pastora en ciudades y pueblos de Andalucía occidental: destacan las de Carmona (1705 ó 1706), en la iglesia de Santa María; Utre¬ra (1707), en la iglesia de San Bartolomé; y Jerez de la Frontera (1713 ó 1715), en la parroquia de San Dionisio. Junto a ellas, las de localidades como Écija, Arahal, Marchena, Almadén, Los Palacios, Aracena, Ronda o Cádiz. Todas estas fundaciones se caracterizaban porque el establecimiento de la hermandad iba indisolublemente unido a la institución del Rosario, que debía convertirse en la actividad cultual más importante de la congregación. El rosario público cantado en honor de la Virgen, bajo el título de Pastora, daba la verdadera carta de naturaleza a las hermandades recién creadas, de modo que hermandad y rosario llegaban a confundirse. Nuevamente vemos que la devoción a la Divina Pastora en sus primeros tiempos, así como el proceder de fray Isidoro en su labor misionera, son deudoras de las formas de religiosidad popular propias de la época.
La difusión de la nueva advocación mariana supuso la entrada definitiva de la Orden Capuchina en la actividad pastoral y misional entre las clases populares desde principios del siglo XVIII. La iniciativa misionera de los capuchinos -y con ella la de fray Isidoro- adoptó el uso del rosario como propio y, al mismo tiempo, procuró que el pueblo lo asumiera como suyo: el rosario se convirtió en un verdadero instrumento misional. La devoción rosariana ocupó un lugar preferente en todas las misiones del padre Isidoro, que potenció al máximo el reciente fenómeno de los rosarios públicos e impulsó de manera decisiva y definitiva este proceso iniciado en los años finales del siglo XVII .
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Desde los orígenes de nuestra Hermandad, El Rezo del
Santo Rosario publico por las calles de Cantillana constituye
la más genuina muestra de culto y devoción a la Santísima Virgen. |
Aunque no disponemos de datos documentales precisos que lo demuestren, numerosos indicios nos permiten aceptar el año de 1720 como la fecha de fundación del Rosario de la Pastora en la iglesia parroquial de Cantillana. Si la institución de la Congregación del Rosario se debió a la iniciativa misionera de los capuchinos, el impulsor de la devoción pastoreña -y rosariana- en nuestro pueblo debió de ser fray Isidoro de Sevilla, cuya impronta personal marcó decisivamente la actividad misional de su Orden y fue el verdadero apóstol de la Divina Pastora hasta 1750. Sobre la época fundacional prevalecen éstas y otras incógnitas, pero sabemos algo que es, a nuestro entender, incontestable: la práctica piadosa y popular del rosario cantado por las calles fue un elemento esencial -e ineludible- en la institución de la nueva congregación mariana y el protagonismo otorgado al pueblo resultó fundamental para el rápido afianzamiento de la nueva devoción.
El Rosario de la Pastora, entendido en un principio como congregación en sí mismo, se convirtió desde el siglo XVIII en una de las señas de identidad inequívocas de la corporación. A pesar de que la hermandad no fue aprobada por la autoridad eclesiástica hasta los primeros años del siglo XIX, es indudable que "mucho antes de que se aprobaran legalmente sus reglas" salía en Cantillana un rosario de mujeres en honor de la Divina Pastora. Una de las pruebas de ello es el carismático Simpecado fundacional, cuya pintura primitiva data de la primera mitad del siglo XVIII y que ha sido celosamente custodiado por los pastoreños, desde los orígenes de la hermandad hasta nuestros días, en la parroquia.
Aún hoy, los rosarios públicos siguen siendo uno de los ejes fundamentales de los cultos anuales a la Divina Pastora. Esta pervivencia del culto rosariano en la hermandad pastoreña de Cantillana es realmente singular, y debe ser un motivo de orgullo que se sigan celebrando con todo esplendor los rosarios públicos como un culto externo sin el que no se pueden entender las fiestas en honor de la Divina Pastora.
Juan Manuel Daza Somoano
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