martes, 6 de septiembre de 2011

Aquellas viejas películas de las noches de novena y plaza del Llano, testigo mudo de la Historia de Cantillana

En 1933 llega el cine sonoro a Cantillana de manos de la Hdad. de la Divina Pastora con la proyección de la película al este de borneo.

Qué años aquellos, en los que todos los días de novena, la hermandad obsequiaba al pueblo con cine gratis en la plaza del Llano! Aquello tenía un sabor especial, no sólo ya por el marco que de por sí era ya pintoresco, con San Bartolomé a la izquierda, velando por la pureza del celuloide, sino también porque, si querías ver más o menos cómodo, o te tomabas una copa en el bar de Justo, donde hoy está el Banco de Bilbao, o te llevabas la silla de tu casa.
Comenzaba sobre las 11, y a eso de las 10, un rosario de mujeres y chiquillos marchaba ya en dirección a la plaza con las rebecas al hombro, las sillas y el búcaro con agua. Los hombres solían aparecer más tarde y, normalmente, se aparcaban en los bares de la plaza. Respecto a las sillas, las había de todos los gustos. En general y por la época, proliferaban las de aneas, algunas con suplementos para que los niños pudieran ver bien la película. De éstas, lo que más me llamaba la atención era la forma de transportarlas, pues había quienes las llevaban pegadas al costado, que eran los menos, y la mayoría, en la cabeza. Aquello, aunque curioso, implicaba algún riesgo, ya que en más de una ocasión, sobre todo al terminar la proyección, hubo quien medio dormido embistió contra una ventana o, sin intención, le arrancó la gorra al que marchaba delante. Precisamente, por ese pequeño riesgo de dar, porque de que te dieran nunca estabas exento, mis padres jamás me permitieron llevar la silla de mi casa.
En cuanto a las películas, aparte de su baja calidad, no podían ser más castas pues, no en balde, la censura, arma soterrada de la posguerra, funcionaba en Cantillana. Y así, junto a la oficial, ejercida por el párroco, el alcalde y don Vicente Muñoz, estaba la que ejercía con orgullo la hermandad. Entre sus temas se entremezclaban los religiosos con los patrióticos y el folclore popular, colocándose de vez en cuando algún que otro drama. Y, por imposición de las distribuidoras, algún tema de piano. A propósito de lo del piano, recuerdo que en alguna ocasión asistí de mirón a una reunión de los miembros de la Hermandad de la Pastora que se celebró en el patio de mi casa, previa a las fiestas, y que tenía por objeto la programación de las mismas. Allí se habló desde el número desorbitado de cohetes y tracas que se iban a tirar, hasta si el broche final de las mismas lo iba a poner ese año Pepe Pinto con su espectáculo u otro afamado artista, sin dejar aparte, como es natural y como tema central, a la Virgen con sus funciones de iglesia, predicadores, rosarios y novenas; llegando por fin el turno de las películas a proyectar en la plaza del Llano. Se leyó una lista confeccionada al efecto por varios miembros de la comisión, tras corretear las diversas distribuidoras de la capital, y examinar previamente la temática de las cintas, la cual, aun cuando fue aprobada por unanimidad, tuvo alguna que otra objeción. En particular, la de Bernardo Campos, Bernardito como cariñosamente le llamaba todo el municipio, quien levantándose manifestó que él aceptaba todas las películas propuestas, siempre y cuando entre ellas no hubiera algún tema de piano. Y no es que al bueno de Bernardo no le gustara la música, lo que a él le dolía, como hombre pacífico y amante del esplendor de sus fiestas, era que a la mitad de la película, como en más de una ocasión había sucedido, se levantara la gente protestando y vociferando fuertemente: /Piano!\ ¡Piano!, ¡Piano! y, con las sillas en la cabeza, se fueran para sus casas. Una de aquellas películas que provocó las iras populares fue Loca por la música, de Diana Darwin, y que el operador tuvo que cortar a los diez minutos de comenzar por el riesgo de que lo sacaran en volandas de la caseta.

El cinematógrafo se colocaba acoplado al arco de
las veredas, tal como se puede ver en la fotografía.
En aquella época, lo que hoy conocemos como el barrio de Los Remedios era un olivar, que con trabajo daba alguna que otra aceituna. Y no porque la tierra fuera mala, que en Cantillana toda es de superior calidad, sino porque la mayoría de sus frutos iban a parar a las orzas de los vecinos por estar tan cerca del municipio, y también porque al celebrarse en la plaza la mayoría de las fiestas y carecer ésta de urinarios o servicios, los pobres olivos cargaban sin culpa con las graves con¬secuencias de la mala digestión del gazpacho -plato socorrido y casi único de la época- y con el desagüe indiscriminado de que se les hacían objeto, gracias a la complicidad inquebrantable del búcaro fresco que aplacaba la insaciable sed de los parroquianos, después de haber ingerido medio quilo de pipas por cabeza, de los melones que para almorzar cayeron en la casa y que la previsora niña puso a secar al sol en la ventana.

Con el tiempo, la plaza del Llano, rancio solar de tantos filmes patrióticos, religiosos, costumbristas y de escaso piano, pasó a convertirse en pista de baile, palacio de reinas de efímeros reinados y podio de poetas de verano. Después, con la llegada de la ansiada Democracia, nuestra vieja y querida plaza, testigo mudo de la historia de Cantillana, pasó a alternar la verbena y sus aires de nobleza con la tribuna y el foro de políticos de paso. Políticos de esos que jamás pisaron nuestra tierra y que, por un voto, prometiendo hacer lo que no hacen, una vez en la silla... no se acuerdan.

Pero, a pesar de los tiempos y las reformas introducidas en ella, nuestra vieja y noble plaza, aún sigue conservando el sabor y la gracia heredada de nuestros antepasados, y no es extraño oír con nostalgia, de vez en cuando, esta coplilla:

"Llévame a la plaza niña,
llévame al Llano,
donde el tiempo no pasa,
siempre es verano.



En la plaza del Llano
niña te vi,
en el Llano, niña,
me enamoré
 en la plaza del Llano yo te juré
que mi vida niña
sería pa ti.




En la plaza del Llano
tu padre a mí me habló
seriamente, niña de ti,
y a tu padre, niña
le dije yo,
que conmigo niña serías feliz.



Media vida llevamos
los dos casados,
media vida llevamos
gracias al Llano,
media vida de luchas
y de esperanzas,
media vida de amores
y de nostalgias.



Llévame a la plaza niña,
llévame al Llano,
donde el tiempo no pasa,
siempre es verano.



Llévame a la plaza niña,
que ya soy viejo,
que quiero recordar
lo que te quiero".


José Morejón Oliveros

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