Hace dos años, los pastoreños que tuvimos la suerte de estar presente, vivimos uno de los mementos más intensos junto a nuestra Madre bendita, cuando en la calle Martin Rey el Padre Álvaro despojaba a la Divina Pastora de su sombrero. Todo fue diferente, especial, en eso coincidían todos los pastoreños al salir de la calle… Martin Rey lucia como nunca, la cúpula totalmente terminada, que el grupo joven de la Hermandad con tanta ilusión realizó; la recuperación de las jaculatorias después de la ceremonia del sombrero; la expectación, el gentío, incluso una hora antes de que apareciera por la esquina de Castelar el paso de la Señora. Todo fue diferente. El pueblo Pastoreño rezaba al unisonó la Salve Pastora Querida junto a nuestro querido Padre Álvaro; momento intenso, indescriptible que hoy queremos recordar publicando una entrevista que le realizó a D. Álvaro Román el entonces diputado de juventud, Juan Manuel Daza Somoano, para nuestra revista Cantillana y su Pastora, del año 2009.
Entrevista a Álvaro Román Villalón, sacerdote y doctor en Mariología
“La Pastora de Cantillana es un compendio de su advocación”
Han tenido que correr tres siglos para que la historia ponga las cosas en su sitio. Y ha tenido que ser Álvaro Román Villalón, sacerdote cantillanero y destacado pastoreño, quien abra el camino, dedicando los últimos cinco años de su vida a elaborar una tesis doctoral que logra con creces su objetivo esencial: dilucidar las claves históricas, ideológicas, religiosas, teológicas, doctrinales, pastorales, artísticas e iconográficas de la advocación de Divina Pastora de las Almas. Un título mariano del que presume Sevilla y cuyos fundamentos, sin embargo, nunca habían sido estudiados con exhaustividad y rigor.
Al principio se planteaba como una labor inasible, porque el punto de partida tenía realmente poca consistencia. Pero todas las dificultades se superan con vocación y trabajo. Y con la ayuda divina, según nos explica el padre Román: “puedo decir que la realización de esta tesis ha sido algo providencial. Cuando el cardenal de Sevilla me comunicó que había decidido enviarme a Roma para realizar el doctorado en Teología, yo le propuse la especialización en Mariología y aceptó. Había que elegir un tema adecuado, que no sólo fuera cercano a mí y atractivo, sino que además diera de sí lo suficiente para llevar a cabo una tesis de licenciatura y posteriormente de doctorado. La acogida, el aliento y la cobertura académica de la Pontificia Facultad Marianum fueron determinantes. Tenían que conjugarse muchos factores para que todo resultara bien y afortunadamente éstos se dieron”.
Era el verano de 2004. Pocos meses después, Álvaro comienza su larga estancia en Roma, una ciudad cosmopolita y sugestiva que presentaba ante él “unas posibilidades intelectuales –nos dice– que no pueden ofrecer otras ciudades en el ámbito de la formación religiosa, ya que cuenta con instituciones y colegios internacionales, bibliotecas, archivos, los fondos documentales de las órdenes, que son recursos de gran magnitud para una investigación como la mía”. Por tanto, el campo estaba abonado y los resultados llegaron: “he atado cabos sueltos y he aclarado muchos puntos acerca de la metodología y bibliografía que manejó el padre Isidoro, la espiritualidad mariológico-franciscana que late en sus asertos, su argumentación teológica, sus fuentes de inspiración y antecedentes o la orientación práctica y misionera que desde el principio adjudicó a este carisma mariano”.
Más allá de lugares comunes o aproximaciones superficiales, el padre Román ha conseguido sistematizar datos, fechas y nombres, leer e interpretar con detalle multitud de escritos y los tratados más relevantes de fray Isidoro, localizar algunos textos que se creían perdidos o cuyo existencia sólo era conocida por referencias indirectas, contextualizar los orígenes y conocer cómo actuaron los discípulos y continuadores del Vicentelo capuchino, reunir abundante material gráfico para el apéndice dedicado a la iconografía. Despertar, en fin, todo un torrente de información dormida para analizarla en su conjunto con criterio científico.
Toda vez que el trabajo ha concluido de forma satisfactoria, reparamos en que sin duda esta tesis era necesaria y tendrá gran alcance. Preguntamos al padre Álvaro acerca de los obstáculos que han podido influir en el deficiente conocimiento de una advocación que paradójicamente ha contado con el calor del pueblo a lo largo de su historia ¿Quizás un sentimentalismo demasiado populista ha distorsionado la perspectiva de enjuiciamiento de esta devoción e impedido una comprensión más cabal y ajustada a la realidad? Nos responde a esta cuestión matizando que “habitualmente desde diversos sectores se recrimina a la religiosidad popular que afronte los asuntos de fe con poca solidez a causa de una formación demasiado básica o errónea; nuestra obligación como pastores de la Iglesia es mirar con respeto esa circunstancia y remediar las posibles carencias con educación y evangelización, sin negar la identidad y validez de los saberes teológicos del pueblo. Creo que mi tesis contribuye a dicho cometido, pues permite contemplar a la Divina Pastora por encima de sensiblerías, aunque viéndola como icono de humildad y misericordia hacia el rebaño de sus hijos”.
Pero lo cortés no quita lo valiente: la trayectoria de la advocación desde el siglo XVIII hasta nuestros días ha deparado etapas tan positivas como la que vivimos. Álvaro sintetiza en un enunciado la evolución de la devoción pastoreña: “la expansión entre 1703 y 1800 fue asombrosa, se asentó en la Península al completo (sobre todo en Andalucía, el Levante y la corte), Hispanoamérica, algunas zonas del Mediterráneo como Italia y Filipinas. En el siglo XIX las misiones capuchinas siguieron sembrando y consolidando lo alcanzado en la centuria anterior. Las crisis sociales que afectaron a las creencias durante el siglo XX no hicieron gran daño a la advocación, que hoy está experimentando gran florecimiento”. Su parecer sobre el panorama actualmente lleva consigo un mensaje que nos suena a reto compartido, porque “acontecimientos como la creación de la Confraternidad de la Divina Pastora o la digna celebración del tercer centenario de la advocación han sido verdaderamente impulsos importantes. El momento actual es bueno para la devoción pastoreña, se ha avanzado mucho: nacen iniciativas para fundar nuevas hermandades, se están recuperando muchas costumbres y fiestas antiguas relacionadas con la Pastora; las expectativas de cara al futuro dependen de nuestro compromiso con dinamizar y mantener los logros recientes”.
Hilando unos tras otros los temas pastoreños, nuestra conversación llega a donde había de llegar irremediablemente. Álvaro confiesa que para él “resulta muy difícil referirse a la Pastora de Cantillana con lenguaje académico. Un hijo sólo puede hablar de una madre desde la emoción y la pasión”. Aun así no podemos pasar por alto que la presencia de la devoción pastoreña de nuestra villa en la tesis es cardinal, como justifica el padre Román: “por historia, por autenticidad, por carisma, por implicación del pueblo, por vigencia, por influencia hacia el exterior, la Pastora de Cantillana, su hermandad, sus cultos, son un compendio de los valores más primitivos y representativos de la advocación”. Con esta afirmación el círculo se cierra. El pastoreñismo de este sacerdote marcó la orientación de sus estudios de posgrado, ahora los frutos son depositados a los pies de la Pastora con la certeza de que servirán para enaltecer a la Virgen y cantar sus alabanzas.
Nos narra su relación de “proximidad e intimidad” con la Pastora, amparada en la soledad del camarín que, al igual que el sagrario de la parroquia, eran sus referentes para la oración diaria. “Siempre –dice– he experimentado que Ella se dirige al corazón de quien le habla o le reza, en todo momento me ha acompañado y guiado en la andadura de mi fe y mi sacerdocio”. Este año ese vínculo suyo con la Virgen se engrandecerá gracias al instante anhelado e inefable de Martín Rey. Cuando descubra a la Pastora, cuando le quite el sombrero prestándole las manos a su grey fiel, Álvaro desea que este gesto suponga “una bendición para los enfermos y los ausentes, una forma de rogarle a María que interceda eternamente por nosotros ante el Buen Pastor”. En ese momento, Cantillana estará con él, rogando ante la Virgen, elevando en los brazos alzados la filial confianza de sentirse dentro del redil apacentado por la Madre de Dios.
Juan Manuel Daza Somoano
Publicado en Cantillana y su Pastora, 2009
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