miércoles, 8 de junio de 2011

El Rosal de la Pastora

“Lleva en su lindo rosal, una paloma pendiente,
que va derramando oro por su purísima frente”


"Y al tocar esparcía aromas del rosal de la Virgen María

Ramón María del Valle Inclán

El 8 de septiembre de 1995, con motivo del 275 aniversario de nuestra Hermandades decir, de este Rosario pastoreño que fundara en 1720 el Venerable Padre Fray Isidoro de Sevilla, tuvimos la suerte de volver a contemplar a la Divina Pastora procesionando por las calles de su pueblo bajo un frondoso y artístico rosal, algo que no ocurría desde los años sesenta y, anteriormente a esta ocasión, desde los 40. De nuevo, el día 8 del pasado año, volvió la Pastora de Cantillana a pasearse por la villa bajo el blanco y hermoso dosel que le proporciona su árbol más característico e identificativo: el rosal.

En contra de lo ocurrido estos últimos sesenta o setenta años, en los que la mayor parte de las veces se nos ha mostrado la imagen de la Virgen bajo la sombra de un almendro florido, durante todo el primer cuarto del presente siglo y muy probablemente casi todo el siglo XIX, lo normal, y quizá lo exclusivo, era ver a la Pastora cantillanera cobijada bajo las cimbreantes ramas de un rosal en flor, que tenía, aparte de su indiscutible belleza plástica, un enorme contenido simbólico, constituyendo la escena -la imagen de la Virgen, las ovejas del rebaño, el árbol y demás complejo repertorio de símbolos pastoreños- toda una alegoría barroca al más puro gusto decimonónico.

Se podría decir que esto suponía toda una seña de identidad propia de la Pastora de Cantillana frente a las Pastoras sevillanas, que siempre han lucido granados naturales con sus flores y frutos, en el caso de las de Santa Marina, Triana y Capuchinos, y álamos plateados en el caso de la del Convento de San Antonio. Así, la de Cantillana -la de mayor personalidad- que tuvo desde sus orígenes una Congregación fundada como primitivo Rosario público de "señoras mujeres", tenía "cantado" su árbol característico. Este no podía ser otro que un rosal, el árbol del Rosario, cuyas rosas representan las avemarias, esas que llevan en sus bocas las ovejas para ofrecérselas a la Virgen y con las que el rebaño de Cantillana ha alabado durante siglos, entre estandarte y faroles, a la Pastora de sus almas.

Merece la pena que nos detenga¬mos un momento para reflexionar un poco sobre el riquísimo simbolismo que tienen el rosal, las rosas y demás atributos complementarios, que tan íntimamente están relacionados con la figura de la Virgen, con la devoción del Rosario, con la advocación pastoreña y, en concreto, con la Hermandad de Cantillana, donde los tres aspectos confluyen en una armonía perfecta.

Las flores son uno de los símbolos más universales y preferidos pero, de todas ellas, quizá la rosa sea la que se lleve "la palma" de entre las flores: por su belleza, color, fragancia y complejidad. Desde siempre ha sido, junto con la azucena, la flor simbólica de la Virgen María -flor más preciada del jardín del Creador- significando la azucena su pureza y virginidad y la rosa, su maternidad divina.

La rosa es el avemaria del saludo gozoso de Gabriel a la Virgen santa. "Ave María, llena de gracia, el Señor es contigo..." Con estas palabras del arcángel, el Hijo de Dios se encarnó en el seno de María por medio del Espíritu Santo llegada la plenitud del tiempo. Y, entonces, la Virgen de Nazaret quedó convertida en Madre fecunda, en Madre esperada, en Madre universal. Su maternidad divina alegraba a la tierra y al cielo y colocaba junto a la azucena de su virginidad una rosa bellísima y radiante de complejo significado metafórico: Jesucristo es esa "flor de la Virgen Madre" como dice San Bernardo, pero a la vez ella misma es la rosa "tota pulcra", la "rosa sin espinas", la "rosa mística", como reza la letanía lauretana.

Por ello, cuando Santo Domingo de Guzmán crea por inspiración celestial el santo ejercicio del Rosario, que consiste esencialmente en el rezo de un número determinado de avemarias entre la meditación de los misterios de Cristo y la Virgen, utiliza el sentido etimológico de la rosa para denominar así esta piadosa práctica que tanto difundió el famoso santo, a quien, según la tradición, la misma Madre de Dios se le apareció para entregarle la "mística corona de rosas", mandándole predicar sus excelencias. Así, Rosario viene de rosa. Es la ensarta de las ciento cincuenta rosas, avemarias, que integran esta bellísima oración en su forma completa. Y, en este sentido, la imagen gráfica que mejor puede identificar al Rosario y que se suele utilizar como su más claro símbolo, es la de un rosal en flor. El antecedente de esta idea puede estar en la palabra del Eclesiástico: "Extendí mis ramas como la palma de Cades, y como el rosal plantado en Jericó"

Este místico rosal lo han cultivado a lo largo de los siglos, en el jardín de la Iglesia, toda suerte de jerarquías, desde los santos y sumos pontífices hasta los más tibios cristianos. Sus flores han sido infinitas y sus frutos, no menos abundantes y deseados, configuran una frondosa corona de gloria y victorias para las almas, que honra a Dios y ciñe, perfumando de rosas, las sienes benditas de la Virgen.

Rosal de la Pastora, Ca. 1945. La fotografía
capta
el momento de su confección en el patio
de la casa, en la calle Iglesia, de doña Pastora Solís
Rivas, ejemplar pastoreña que realizó esta delicada
labor durante toda su vida.
La iconografía religiosa ha sabido captar muy bien estos conceptos, como se ve reflejado, por ejemplo, en algunas pinturas barrocas que representan a santo Domingo y san Pío V, Papa, y otros santos regando y cultivando un robusto rosal, símbolo del Rosario, en el que junto a las rosas, parecen florecer pequeños rosarios con cuentas de coral, que en ocasiones llegan a convertirse, por mor de ese deseo doctrinal e ilustrativo tan cara¬terístico del arte religioso del barroco, en auténticas guirnaldas o ensartas de pequeñas rosas que representan de manera más explícita el profundo sentido de la escena.

La devoción pastoreña, "rosariera" cien por cien -no olvi¬demos que nace en el siglo de los Rosarios, y como advocación titular propia para los organizados por los capuchinos- adaptaría a la iconografía propia de la Virgen bajo este título, muchos de los elementos iconográficos del rosario expuestos que, además, estaban en total armonía con la doctrina del pastorado de la virgen. Fray Isidoro de Sevilla, mentor del título de la Virgen como Pastora y de su encantadora iconografía, impregnada del más seráfico franciscanismo, al encargar al pintor Tovar que plasmase su visión, incluye entre los elementos de la ecológica composición los siguientes aspectos que se convertirán en algunas de las más peculiares características de la nueva iconografía mariana: la Virgen aparecerá bajo la sombra de un árbol, en la mano izquierda sostendrá unas rosas; algu¬nas ovejas rodearán a la Virgen formando su rebaño y todas en sus bocas llevarán rosas simbóli¬cas del avemaria con que la veneran, etc. El referente real de estas bellas metáforas gráficas no es otro que el concepto de Rebaño- Hermandad-Rosario que tan claramente había concebido Fray Isidoro y que supo llevar magistralmente a la realidad fundando numerosas congregaciones y hermandades pastoreñas que, precisamente con el nombre de rebaños o rosarios, llenan la provincia sevillana para extenderse luego por España e Hispanoamerica.

Nos dice el padre Ardales que el Venerable Padre solía fundar dichas congregaciones pastoreñas "a base de sacar el Rosario o la "Corona" por las calles y plazas", pronunciando encendidos sermones sobre las glorias de la Pastora, y así quedaban rápidamente constituidas en las ciudades y pueblos. Así debió Fray Isidoro fundar -o plantar- en Cantillana, Rosario -o rosal- de tanta gracia que desde 1720 y hasta el día de hoy, no ha hecho más que crecer y robustecerse gracias al cuidado que en su cultivo han puesto los cantillaneros durante siglos. Aunque tiene flores todo el año este místico rosal de Cantillana, llega a su inflorescencia máxima con los septiembres "primaverales" de esta villa y la cosecha es abundante y aromática; es blanca y sonora y florece en saludo de alabanza a la Virgen Pastora cubriéndola con su sombra siempre fresca. A la sombra de un rosal pastorea la Virgen Madre a las almas y recoge en el ramillete de su mano las avemarias florecidas que éstas le ofrecen en bocas. Al pie de un árbol radiante, que se yergue como una palmera gallarda, como majestuoso cedro, está ahora sentada y llena de gracia aquella cuya madre fue desflorada debajo del manzano. Aquel árbol funesto bajo del cual Eva había sido pervertida por la serpiente.

Muy bien entendieron estos símbo¬los aquellos cantillaneros que nos antecedieron en el amor a la Pastora, aquellos pastoreños antiguos que, ya en el retablo, ya en el "Risco", ya en las andas procesionales, colocaban la imagen de la Virgen bajo un rosal frondoso; de rosas blancas y hojas rizadas por manos delicadas y sabias. Un rosal del que colgaban, como brotando de entre las flores o queriéndolas ensartar, airosos rosarios -como aquellos de las pinturas barrocas- entre los que revoloteaba, exhalando finos hilos de oro por entre su pico, la augusta paloma símbolo del Espíritu Santo, derramando la gracia de Dios. Un rosal sonoro y alegre, como sonoro y alegre es un dulce tintineo de campanitas. En definitiva, un rosal festivo porque ese rosal no es sino símbolo elocuente del Rosario cantillanero, del rebaño o redil de esta villa, de la Hermandad pastoreña.

Esto es, esto significa, esto simboliza el rosal de la Pastora. Ayer, como hoy. Siempre estará este árbol radiante del Rosario cobijando al Pastor Divino, a la excelsa Pastora y a las almas como ovejas bajo su sombra; imponiendo peculiar personalidad y belleza del más refinado gusto a todo el bucólico conjunto. Nuestra es la obligación de rescatar y mantener estos símbolos pastoreños y profundos -que nuestros antepasados nos legaron- y de los que hay suficiente documentación gráfica. Nuestro, el deber de que estos símbolos materiales sean el vivo reflejo de lo que representan. De todos, el deseo de que el amor y la devoción maria-na de este pueblo pastoreño sigan cada año floreciendo. Unas ve¬ces en tiernas y blancas ramitas de almendro -símbolo de la dulzura- y otras, las que más, en ese misterioso rosal como rosas lozanas, auténticas avemarias.

Rosal bendito, rosario tintineante, avemaria florida, paloma de plata, espíritu de fuego, cascada de gracia sobre la Pastora de los cielos, cobijo del rebaño, dosel real... y en la mente, resistiéndose al olvido y dispuesta ya para ser entonada de nuevo, más que nunca, la popular letrilla pastoreña: "Lleva en su lindo rosal/ una paloma pendiente/ que va derramando oro/por su purísima frente'".


Luis Manuel López Hernández

No hay comentarios: