sábado, 26 de febrero de 2011

La Parroquia Pastoreña (IV)

El siglo XVIII: el siglo de oro de la Parroquia Pastoreña


En el primer tercio del XVIII tiene lugar un hecho histórico que influirá de manera decisiva y marcará hasta nuestros días el devenir del pueblo y su parroquia: el inicio de la devoción a la Divina Pastora y la fundación en ella de su rosario o hermandad.
Cantillana tuvo la suerte inmensa de ser uno de los pueblos o ciudades que primero abrazó esta nueva advocación de la Virgen, nacida en 1703 en Sevilla. En documentos oficiales de 1805 y 1806 que recogen testimonios de los entonces párroco y alcalde de Cantillana, se constata que "el establecimiento del rosario de la Pastora en la parroquia es de tiempo inmemorial y que no hay en Cantillana quien se acuerde o hubiere conocido el principio del mismo" y "que se haya establecido de mucho tiempo a esta parte en este pueblo, sosteniendo esta devoción a expensas de su vecindario". Habría que remontarse entonces más de 60 ó 70 años atrás para situar el nacimiento de la hermandad Pastoreña de esta villa y el origen del culto a su titular, hechos que se consideran paralelos. Por ello resulta totalmente verosímil la aportación que en este sentido realiza el sacerdote cronista Alonso Morgado cuando refiere, hablando de las primeras fundaciones de hermandades pastoreñas del venerable padre Isidoro, que "no menos célebre fue la de la villa de Cantillana por los años de 1720".
Ésta es la fecha que también avala la secular tradición oral y que la iglesia reconoce oficialmente como la de erección canónica de la hermandad, porque ningún dato la puso nunca en entredicho, sino todo lo contrario. Es más, se puede verificar físicamente -como expusimos en el capítulo anterior- en las dos reliquias que se conservan, custodian y veneran desde la época fundacional en el interior del templo: la peregrina Imagen de la Divina Pastora y su primitivo simpecado, obras que, sin lugar a dudas, los estudiosos siempre han reconocido como propias del primer cuarto del siglo XVIII, evidencias tan claras que no cabe, ante ellas, sino rendirse.
Pero, quizá, lo que sí cabría preguntarse ahora, conociendo la situación de Cantillana en esa época -una pequeña villa de no más de mil habitantes- es por que decide el padre Isidoro establecer en ella el culto a la Divina Pastora fundando en su parroquia la hermandad, cuando sus objetivos a la hora de propagar esa nueva advocación venían siendo núcleos urbanos más grandes e importantes (Sevilla, Carmona, Écija, Utrera, Jerez de la Frontera, Aracena, Ronda, Cádiz...) Y cómo, dada la encases de habitantes y recursos con que contaba nuestro pueblo y el desconocimiento y desarraigo aún por parte de la masa popular del nuevo título mariano, pudo adquirirse con tanta celeridad una imagen de tan alta calidad y mérito artístico, construirle su altar en la parroquia y confeccionar con ricos materiales los demás objetos para su decoro y culto, ante los que destacar el báculo y la diadema de plata y el interesante simpecado de apliques del mismo metal y pintura atribuida a Germán Llorente para el rosario.
Se ha apuntado por diversos autores, y parece obvio, que lo que trae a fray Isidoro a Cantillana es su parentesco, por línea paterna, con los condes y señores de la villa, a la sazón mecenas de la parroquia. Por ello es muy probable que fueran los Vicentelo de Leca -concretamente Manuel de Baeza Vicentelo de Leca y Silva, que ostentó hasta mediados del siglo XVIII el título de 4º Conde de Cantillana, heredado de su padre que fue alcaide de los Reales Alcázares de Sevilla- los que propiciaron que este pueblo y parroquia fueran objetivo misional de fray Isidoro y a ellos, a su mecenazgo y patrocinio, y a la labor apostólica de su pariente capuchino, se les deba, y haya que agradecerles eternamente, el que Cantillana sea ante todo pastoreña y en su iglesia mayor se erigiera una de las más célebres y fervorosas hermandades de la Divina Pastora.
Del culto a la Pastora durante el siglo XVIII conocemos poco más que lo que se puede deducir de aquellos documentos de principios del siglo XIX a los que antes hacíamos alusión. Sabemos que su "peregrina imagen estaba colocada en su altar con bastante decencia en la iglesia parroquial" y que tenía "dotada su fiesta el día del Patrocinio" por la hermandad Sacramental, que pagaba "anualmente 24 reales para la Función", cuyo sermón estaba en cambio "costeado por la que era directora del rosario". El rezo público de éste era precisamente la actividad más asidua y arraigada en la hermandad y sería ya común por esos años la estampa del rosario femenino de la Pastora "el único que ha habido en Cantillana" según testimonio de 1805, saliendo de la parroquia y recorriendo todos los domingos y días de fiesta "y en las aflicciones y calamidades públicas" las calles de Cantillana, como lo hizo en 1800.

La Divina Pastora, imagen con mayor antigüedad y devoción en la parroquia de Cantillana, donde ininterrumpidamente recibe culto en su altar desde principios del siglo XVIII.



La cruz de madera dorada que aparece en el inventario de 1807, los viejos faroles de latón y el simpecado fundacional de terciopelo carmesí, galón de oro y apliques de plata superpuestos incluso a la pintura o estampa de la Divina Pastora, atribuida a Germán Llórente, se guardaban en el templo "en tres estantes situados en la capilla bautismal". El lugar que ocupaba el altar con la imagen de la Pastora, atribuida a Gijón, se desconoce, como también las características de su primer retablo, aunque podríamos identificarlo con el retablito de principios del siglo XVIII, que acoge actualmente a la imagen de Nuestra Señora del Pilar, que en 1937, tras la Guerra Civil, fue llevado desde la ermita de la Misericordia a la parroquia, que pudo ser su emplazamiento original.
Según escribió Pineda Novo "En la hornacina de este retablo se ven unas sencillas pero curiosas pinturas que representan unos ángeles en círculo -siete querubines sobre un fondo o paisaje con una ovejuela y san miguel- que nos indican que en él recibió culto la peregrina imagen de la Divina Pastora en el siglo XVIII. Se da además la casualidad de que en el mismo retablo, en el interior del medio punto que forma la hornacina, se aprecian pintados, en cuatro casetones o cartelas, los mismos emblemas marianos: sol, luna, palmera y ciprés, que posee el primitivo simpecado de la Divina Pastora. Esto nos da pie a afirmar, como afirmaba Pastora Solís Rivas, camarera de la Pastora, que a su vez lo había oído de su tía Pastora Solís Villalobos, que la relación de la imagen de la Pastora con este retablo no es accidental y que lo podríamos considerar el primero en el que esta imagen recibió culto en la parroquia, antes de ser trasladado a la vieja ermita de la Misericordia, hecho que podría haber acaecido sobre 1836, cuando a la hermandad de la Pastora se le concede un retablo de mayores dimensiones, proveniente del extinguido convento franciscano de Aguas Santas de Villaverde, como se verá en un próximo capítulo.
Según la descripción del visitador del arzobispado de 1707 sabemos que el templo "de arquitectura y fábrica moderna, tiene cubierta de enmaderado de lazos en su nave central, las laterales de enmaderado simple decente y la capilla mayor abovedada y otra capilla, la del Sagrario que está a su lado derecho. El retablo del altar mayor es decente, pero no está dorado por falta de medios y se hizo a expensas de las limosnas de los vecinos y se hubiera dorado a expensas de los mismos de no haber sido el tiempo tan calamitoso. La falta grande que tiene esta iglesia y de que se siguen gravísimos inconvenientes es carecer de torre, por cuya razón y estar las campanas más bajas que la altura de la iglesia no se oyen en la mayor parte del lugar".
Durante bastantes años iba a continuar la parroquia con esa “falta grande” que le suponía carecer de torre, que se hallaba desde mediados del siglo XVII sin acabar no teniendo “más de la mitad hecha”. Habría que esperar hasta finales de la centuria que nos ocupa para que, en el transcurso de unas importantes obras de restauración, ampliación y ornamentación del edificio parroquial, fuese culminada la sólida y elegante torre cuadrada que remataría un campanario ochavado con cuatro huecos para campanas y chapitel, según diseño del arquitecto Diego Antonio Díaz, claro exponente de la arquitectura religiosa neoclásica imperante en la Sevilla de la época.
Se sabe que estas obras, ejecutadas en 1784, sufragadas por el cardenal Solís y dirigidas por el maestro mayor del Arzobispado José Álvarez le supusieron al templo un cambio de imagen que lo adaptaba más a la estética de esos años. La profusa decoración de molduras de yeso, las bóvedas de las capillas colaterales de la cabecera, la construcción de la sacristía y la ejecución de varios retablos fueron proyectos emprendidos aprovechando las obras de restauración y de la torre.


Torre neoclásica de la iglesia parroquial de Cantillana, emblema e icono de la villa, trazada por el arquitecto Diego Antonio Díaz sobre 1784.

Es muy probable que en el transcurso de estas grandes obras de remodelación y enriquecimiento, fuera acometida también la importante empresa del dorado del retablo del altar mayor, que desde su ejecución sobre 1700 había permanecido en madera, teniendo sólo dorados el sagrario y el manifestador. El dorado completo no se finalizaría hasta 1790 y en él intervinieron el maestro dorador Diego Rodríguez y el tallista Manuel Cayetano Ruiz, según recoge en su obra el historiador Francisco Herrera García.
La magnitud de las obras emprendidas en la parroquia en estos años de finales del XVIII, que hizo que cronistas como Morgado y Matute exageraran hasta el punto de afirmar que el cardenal Solís "reedificó desde los cimientos las iglesias de Brenes, Villaverde y Cantillana, lugares de la dignidad en que gastó 239.740 reales de vellón", debió provocar irremediablemente el cierre del templo al culto durante el periodo (de unos cinco años aproximadamente) en que se prolongaron las mismas. Puede que durante esos años ejercieran de parroquia otros templos de la villa, como la ermita de San Bartolomé que ya "sirvió de parroquia antiguamente en el ínterin que se fabricó la iglesia nueva que hoy es parroquia" o la de la Misericordia, en la que, por su cercanía, pudo recibir culto durante el tiempo de las obras la venerada imagen de la Divina Pastora.
Terminadas las obras, el templo volvería a abrirse al culto con más esplendor que nunca, concluida definidamente su traza actual y ciertamente remozado y enriquecido en sus interiores y retablos.
De esta forma acogería excepcionalmente y durante algunos años a la devota imagen de nuestra patrona, la Virgen de la Soledad, que mientras se construyó su nueva ermita neoclásica, finalizada en 1792, recibió la veneración de los cantillaneros en la parroquial.
La Divina Pastora continuaría recibiendo en su casa el culto que “desde antiguo” se le venía tributando y su rosario o hermandad, al gobierno entonces de doña Elena de la Barrera y Morales, continuaría ejecutando con devoción sus prácticas fundacionales, consagrando a su titular su Función principal el día del Patrocinio, sacando el rosario e instalando ya en sus cultos principales el aparatoso y simpar Risco, del que se tienen las primeras referencias escritas en 1807 cuando ya era habitual su montaje.
Llegamos a 1800, el año de la celebre epidemia de fiebre amarilla que excitó aún más la devoción a la Divina Pastora. De la parroquia, en el periodo comprendido desde ese año crucial hasta la mitad del siglo XIX, versará el siguiente capítulo de esta historia.

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