lunes, 6 de septiembre de 2010

La devoción a la Divina Pastora durante la II Republica y la Guerra Civil



Tras la caída de la dictadura de Primo de Rivera (enero de 1930) y la vuelta al poder de Alfonso XIII, los sectores burgueses y la intelectualidad regeneracionista abanderaron un fuerte movimiento de reacción en contra de la monarquía, que se interpretaba como una vuelta atrás en la historia de España. Este sentimiento antimonárquico emergente, alentado por la creación de asociaciones afines a la República, desembocó, entre otras cosas, en alzamientos militares de orientación republicana, que mostraban a la claras la creciente aceptación de las nuevas tendencias, incluso en círculos castrenses. Ante esta situación y el fracaso de su propuesta de elecciones, el general Berenguer, jefe del gobierno monárquico, dimitió en febrero de 1931.


Se celebraron comicios en abril de ese mismo año y los republicanos, a pesar de no contar con mayoría de votos, conocedores de la debilidad del Gobierno, celebraron los resultados como una victoria con el argumento de que habían obtenido el triunfo en las principales capitales de provincia. El 14 de abril de 1931 Niceto Alcalá Zamora proclama la II República.

Pero la instauración de la República no trajo consigo el sosiego político-social. El panorama político español era un hervidero de ideologías encontradas, siempre polarizadas en torno a las derechas y las izquierdas. El nuevo sistema no satisfacía a todos y el descontento de la población con algunas medidas adoptadas por el gobierno republicano dio lugar a un clima social inestable y convulso en que se gestaban ya dos posturas irreconciliables como preámbulo de la Guerra Civil.


Una de las características más notables del nuevo régimen fue su marcado laicismo. Ese laicismo, mal entendido por unos, radicalizado por otros, y unido a un ambiente social crispado e inseguro, se tradujo en muchas ocasiones en un anticlericalismo violento y fanático, manifestado en ataques iconoclastas exacerbados contra la religión y cualquiera de sus símbolos materiales. De este modo, poco después de proclamarse la República, el 11 de mayo de 1931, comenzó un fenómeno paradigmático de lo que venimos exponiendo: la quema de iglesias y conventos.

Situándonos en Sevilla, el espíritu laico de la II República y las agresiones a las representaciones de la fe tuvieron consecuencias palpables e irreversibles en el ámbito de las hermandades y cofradías. Algunasopularbitoslllllllllllllll corporaciones perdieron su patrimonio y otras se vieron obligadas a ocultar sus imágenes. Es el caso de la imagen más emblemática y carismática de la religiosidad popular hispalense, la Esperanza Macarena,ses de la Reprreligiosos que se suced que fue retirada de la parroquia de San Gil en mayo de 1932 y escondida en diferentes domicilios particulares sevillanos. Por otro lado, los desórdenes políticos y sociales del momento influyeron de manera decisiva en la irregularidad con que las hermandades celebraron el culto externo (procesiones de Semana Santa, sobre todo) en el período 1932-1936. En este sentido, es célebre la Semana Santa sevillana de 1932, en la que sólo realizó la estación de penitencia a la Catedral la hermandad trianera de La Estrella, que recibió desde entonces el revelador -y polémico- apelativo popular de la Valiente. En años sucesivos la situación no varió mucho: en 1933 tampoco hubo procesiones en Semana Santa y en 1934 no todas las cofradías efectuaron la salida.

Éstas fueron algunas de las repercusiones de la situación del país en lo referente a la religiosidad popular de Sevilla. Traslademos ahora este contexto incierto y hostil a Cantillana y analicemos cómo afectó a sus manifestaciones religiosas, centrando nuestra atención en la hermandad de la Divina Pastora, asentada en este pueblo ribereño desde el primer cuarto del siglo XVIII.
La Divina Pastora en la calle Martin Rey, en los años treinta. Foto: Serrano.

Al contrario de lo que podría esperarse teniendo en cuenta la realidad reinante y lo que estaba ocurriendo en Sevilla –apenas a 30 kilómetros de Cantillana- y en el propio pueblo, la Hermandad de la Divina Pastora no vio alterada su actividad ordinaria durante la II República. Entre 1931 y 1935, los cultos internos se desarrollaron según la costumbre y la procesión no dejó de celebrarse ningún año.

Como hemos visto, la vida de las hermandades de Sevilla no se perturbó seriamente hasta 1932, pues cuando se instaura la República en abril de 1931, la Semana Santa de ese año ya se había celebrado. Pero las fiestas de la Divina Pastora tenían que celebrarse en septiembre y para entonces el sentimiento anticlerical había alcanzado cotas peligrosas: los nuevos gobernantes pronto llevaron a término una legislación laicista y se mostraron permisivos ante los numerosos altercados de orden público y atentados antirreligiosos contabilizados entre abril y septiembre del 31.

En Sevilla –como en Madrid, Málaga, Córdoba, Cádiz, Jerez o Sanlúcar- ardieron varias iglesias y conventos en mayo de 1931: San José, el Buen Suceso, las Mínimas, los Paules. Tres meses más tarde, el 23 de agosto, se produce el cerco militar al bar Casa de Cornelio, lugar de reunión de los izquierdistas sevillanos más extremos, que se saldó, según las crónicas, con 20 muertos y más de 200 heridos. Y éstos son sólo algunos ejemplos de la tónica imperante en la capital hispalense recién instituida la República. Todo ello configuró una sociedad inquieta y agitada que no era la más propicia para las manifestaciones religiosass tradicionales fiestas pastoreñas de Cantillana.

Si nos atenemos a lo recogido en ciertos documentos de la época, podemos asegurar que la situación político-social que venimos comentando hizo temer por la celebración de las tradicionales fiestas pastoreñas de Cantillana en 1931. Así se colige de lo expuesto por un anónimo periodista en un artículo satírico titulado El nuevo régimen en Cantillana, publicado en La Unión el 12 de agosto de 1931. El autor, después de poner en boca de dos imaginarios interlocutores una irónica y amarga reseña de los conflictos sociales y políticos surgidos en el pueblo tras la llegada del gobierno republicano, se pregunta que pasará ese año con las célebres fiestas de Cantillana y comenta lo siguiente:

Ya ve cómo anda el pobre pueblo –termina el hombre, iniciando el mutis hacia la escalera. Por perderlo todo, nos vamos a quedar hasta sin fiestas. / -¡Cómo! Las populares y célebres fiestas de Cantillana.../ -Sí señor. Estas fiestas que además de satisfacer la devoción popular, dejaban mucho dinero por los forasteros que venían, no se celebran este año. Ni saldrá la Asunción, ni la Pastora. / -Me parece imposible. Aunque divididos en las dos hermandades, los cantillaneros están unidos en cuanto todos tenían el común anhelo de dar el esplendor posible a sus fiestas tradicionales. / -Este año hay miedo o aburrimiento o cansancio. Las autoridades ni inspiran confianza a la generalidad de la opinión y las colectas que se hacían otros años, y que siempre reunían dinero de sobra para los gastos, este año ni se han empezado siquiera (...) Perderemos la diversión y los dineros, por obra y gracia de esta República en que no pueden actuar los republicanos.

Los pronósticos del articulista no se cumplieron y la hermandad celebró en septiembre de 1931 los cultos y la procesión de la Virgen con normalidad, tal y como se recoge en el Libro de Actas de la corporación y en diferentes crónicas periodísticas de aquellos días.[1] Pasadas las fiestas, el periodista Manuel Ríos Sarmiento (bajo el seudónimo de Berto Cellini) se congratulaba de que las condiciones adversas no hubieran impedido las celebraciones pastoreñas:
Casa de las hermanas Rivas en la plaza del Corazón de Jesús “vulgo
de la Cruz de los caídos” donde se ocultó la bendita Imagen
de la Divina Pastora durante la contienda civil.

Y vinieron con ímpetu los vientos, vientos empujados por el resoplido de la impiedad, vientos que traían llamaradas de incendios y ayes de corazones doloridos. Y Cantillana gritó: ¡Viva la Pastora Divina! Y la Pastora Divina paseó triunfante por su pueblo (...) ¿Son estas notas del presente año, bélico, inquieto, de neblinas en el provenir?. Son notas de siempre.[2]


Sólo algunos detalles nos revelan, al llegar septiembre, el extraño panorama que había sobrevenido: en uno de los Libros de Cuentas de la hermandad consta un gasto por el envío de un telefonema enviado a Alcalá Zamora, Presidente de la República, ya que las hermandades estaban obligadas a solicitar permiso a las autoridades civiles para celebrar sus cultos externos[3]. Por otro lado, las vecinas de la calle San Bartolomé, por miedo o por prohibición, deciden no montar en 1931 el arco de papel picado que lucía durante las fiestas en la esquina del Llano; con la partida de dinero que tenían reunida para la instalación del arco, adquieren y regalan a la Virgen dos candelabros de plata que desde entonces forman parte del risco. Anécdotas y curiosidades de unos años insólitos.

Llegan las fiestas de 1932, la Pastora vuelve a salir a la calle el 8 de septiembre y las comparaciones con lo vivido en la Semana Santa de Sevilla de ese año son inevitables. De esta manera se expresaba, en un reportaje publicado el 13 de septiembre de 1932 en El Correo de Andalucía, el corresponsal enviado a Cantillana con motivo de la procesión:


Por doquier se oye: ¡Viva la Divina Pastora! ¡Viva la Madre de Dios! Y al oír estas voces y al ver tanto entusiasmo y fervor, llego a emocionarme, casi se asoman lágrimas a mis ojos y, sin querer, pensé en Sevilla.

En el año 1933 los diarios siguen destacando el hecho de que las fiestas pastoreñas se celebren con total naturalidad, con el esplendor de siempre, a pesar de las dificultades sociales. En una columna de prensa publicada en septiembre de 1933 leemos lo siguiente:

Tienen los cantillaneros, como primer sentimiento de su espíritu, la devoción a su Divina Pastora. Después vienen los estados pasionales, la lucha de clases, los ideales políticos. Por eso las fiestas de la Pastora Divina no se han suspendido nunca, aunque vendavales humanos o tempestades sociales parecían impedir la manifestación externa del fervor religioso (...) Todos los cantillaneros forman con el paso de la Pastora un solo grupo, realizándose la unión más grande y más fuerte de los hombres, que olvidan rencores y querellas y se funden en un mismo sentimiento religioso.

Muchas de las noticias referidas a las fiestas de la Divina Pastorana Pastora publicadas entre 1931 y 1935 coincidían en señalar que aquellas constituían un singular y alentador testimonio de fe en unos años tan poco proclives a las creencias religiosas. A. Cantos escribía en una recensión de las celebraciones pastoreñas de 1934:

Cantillana en fiestas, el pueblo simpático ungido de fe religiosa (...) una lágrima furtiva empañó los ojos del cronista, testigo de tan magnífico espectáculo de fe religiosa.[4]
O este párrafo, extraído de un artículo periodístico sobre las fiestas publicado en el rotativo La Unión el 7 de septiembre de 1934:
Someramente, esto es lo que podemos escribir sobre el pasado y el presente de la Divina Pastora, que, a pesar del sectarismo moderno y las vicisitudes humanas, no han podido desterrar ni arrancar la fe cristiana y sus cultos más preciados de esta pintoresca villa, cuando se tiene la plena confianza y la protección de la Pastora de las almas.
En el ABC del 6 de septiembre de 1935, encontramos: son sobre todo las fiestas de Cantillana en honor de su Pastora una hermosa manifestación de piedad y fe; mientras que en una extensa memoria de las fiestas publicada en La Unión (11 de septiembre de 1935), tenemos lo siguiente:

La procesión de la Divina Pastora desbordó el fervor y la fe del pueblo amante de sus tradiciones (...), porque ese clamor, tan efusivo y espontáneo, significa la ofrenda de un pueblo creyente, que ama, sobre todo, sus tradiciones y que se enorgullece en proclamarlo con fervoroso entusiasmo.
Interrumpimos aquí nuestro relato para continuarlo en el próximo número. Retomaremos el devenir de los acontecimientos en 1936, poco antes de comenzar la Guerra Civil, y recordaremos pormenorizadamente y desde una perspectiva novedosa, uno de los episodios más sugestivos y memorables de la vida de nuestra hermandad. Pero esa ya es otra historia.

Las actitudes anticlericales se recrudecieron en los meses finales de la República, tras la victoria en las elecciones de febrero de 1936 del Frente Popular, que reemprendió la tarea reformista del primer bienio republicano. Los izquierdistas y anarquistas más exaltados, espoleados por el holgado triunfo de su opción política en las urnas, optaron por una postura claramente revolucionaria. Por tanto, la quema de iglesias y conventos, los desórdenes incontrolados, las huelgas y luchas callejeras, fueron en aumento hasta el comienzo de la Guerra Civil el 18 de julio.

La noche del 26 de julio de 1936 se consumó el saqueo de la Iglesia Parroquial de Cantillana. Varios meses antes había comenzado a gestarse la idea del sacrílego proyecto, quizás en el seno de la directiva de la alianza de izquierdas, reunida en la sede del sindicato de la CNT, que estaba situada en el centro de la actual plaza del Corazón de Jesús; lugar que muchos recuerdan hoy como escenarios de reuniones sobre el tema.
Hueco de la chimenea donde se ocultó la imagen de la
Divina Pastora en la casa de las hermanas Rivas y que
todavía conservan celosamente sus propietarios
como el lugar más privilegiado de la casa.

Sabemos por testimonios orales que desde el mes de febrero del 36 se comenzó a hablar de la ejecución de un golpe revolucionario —tan de moda por estas fechas— que alterara el ánimo social del pueblo y lo encaminara a un estado más combativo en pos de las ideologías de izquierdas. Lo cierto es que desde el principio los representantes de ese grupo no apoyaron con claridad la idea de incendiar o saquear la iglesia parroquial, proyecto que combinaron en un trágico sorteo con el de asesinar a los terratenientes locales, prendiéndoles fuego dentro de un almacén. Varias veces lo echaron a suerte y en todas ellas resultó triste ganadora a la parroquia.

No sabemos a ciencia cierta qué motivó el aplazamiento del asalto hasta fecha tan tardía. Baste sólo recordar que el 26 de julio ya hacía 8 días que España estaba en guerra y que pocos días después, el 30 de julio, entró el ejército franquista en la localidad. Frente a esto, cabe pensar que el destrozo de la iglesia respondió a un último esfuerzo para hacerse oír y notar ante el irrefrenable avance de las filas contrarias desde la capital, dentro de lo que ya se había convertido en la locura fratricida española.

La destrucción de los tesoros artísticos de la parroquia se prolongó durante cuatro días, desde el 26 hasta el 30 de julio, fecha de entrada en la localidad de la tropa del bando nacional. Según nos cuenta Salud Rivas, hija de Francisco Rivas, entonces sacristán de la parroquial, en la noche del 26 de julio, un grupo organizado de número no concretado pidió las llaves del templo a su padre. Tuvieron problemas con la cerradura y volvieron para que el sacristán los acompañara. Se escuchó un disparo (posiblemente a la cerradura) y pensaron que su padre había muerto, pero poco después llegó a su casa sano y salvo para tranquilidad de su familia. Una vez dentro, los asaltantes usaron toda la noche para bajar las imágenes de sus retablos y amontonarlas en la Plaza del Palacio —anexa a la parroquia—, donde comenzó un gran incendio que duró hasta el amanecer.

A la mañana siguiente, la fiebre iconoclasta se cebó con el retablo y camarín de la Divina Pastora. Testimonios de testigos presenciales nos narran el escalofriante momento en que derribaron a tiros el grueso cristal que separaba la nave de la iglesia del interior del camarín. Posteriormente le tocó el turno a las pinturas murales que embellecían la bóveda de la capilla pastoreña, al órgano barroco y a los ricos ornamentos de la sacristía. Fueron cuatro jornadas de intensa labor para desmontar, descolgar, tirar, sacar, arrastrar, partir, quemar,... la masa en madera de quince retablos, más el retablo mayor, además del órgano, decenas de lienzos y tablas pintadas, púlpito, ajuar litúrgico, etc., con que se había ido componiendo a lo largo de la historia la importante colección artística y cultural de la parroquia cantillanera. Todo ello fue destruido en cuatro días, sincronizando en segundos los cuatro siglos que había costado levantarlo.

Afortunadamente, la venerada y peregrina imagen de la Divina Pastora no fue pasto de las llamas aquella funesta noche, gracias a que, por decisión de la hermandad, había sido retirada de la iglesia cinco meses antes del saqueo y escondida en una casa particular cercana al templo durante una madrugada del mes de febrero de 1936, en un heroico gesto de devoción profunda y sincera. El Libro V de Cuentas de la hermandad, tras el asiento de ingresos y gastos del 36, recoge una nota explicativa con que la junta de gobierno de la congregación –todavía exclusivamente femenina– quiso dejar constancia del ocultamiento de la imagen y de lo acaecido en aquellos meses. Esa narración, concisa pero cargada de información y relevancia histórica, es la única versión oficial –digámoslo así– de los hechos, es decir, la única mención que encontramos en los documentos conservados en el archivo de la hermandad. La transcribimos literalmente:
Referencia aclaratoria que la Hermandad de la Divina Pastora de las Almas de esta villa hace constar en este capítulo “ingresos y gastos efectuados”, que fueron solamente ocasionados por la salida de la Santísima Virgen, toda vez que, dadas las luchas políticas que se desarrollaban en toda la Nación y teniéndose noticias de haberse cometido actos de verdadera impiedad, tanto en los pueblos como en las capitales, llegando incluso a quemar iglesias y destrozar imágenes, y ante el temor que esto pudiera producirse en nuestra localidad, se acordó, y encargando a personas piadosas de la custodia de nuestra Santísima Virgen, determinando estos y en un brevísimo cambio de impresiones, tomar la resolución de ir una madrugada del mes de febrero a la Iglesia Parroquial, en donde está establecida, sacándola de su camarín en unión de su fiel oveja y depositarla en una casa y en el hueco de una chimenea y que provisionalmente le sirviera de hornacina, quedando tapado hasta que las circunstancias permitieran poder presentarla nuevamente a sus devotos.

La Divina Providencia quiso que triunfase el Glorioso Movimiento Nacional por este sector andaluz y esto nos dio el gozo y la gloria de contemplarla de nuevo, siendo presentada a sus devotos, desarrollándose escenas impresionantes y desfilando todo su pueblo, sin distinción de clases ni ideas políticas, tan exacerbadas en aquellos angustiosos momentos, trasladándose provisionalmente a la Ermita de la Misericordia, ya que nuestra Iglesia fue destruida por una legión de impíos, casi todos forasteros. Pero nuestra hermandad no dejó por eso su fe y tradición y, llegado el día 8 de septiembre, su fiesta principal, acordó sacar en procesión a su Divina Pastora, que salió por la tarde y de la Iglesia, en donde fue llevado su paso y nuestra titular, bendiciéndose el sitio que ocupaba por el Sr. Cura D. Jerónimo Ramos Feria. Su recorrido fue de verdadero fervor y de penitencia, porque la tragedia que se cernía sobre nuestra Patria era desconsoladora, regresando a la Iglesia y llevada nuevamente a la Misericordia, siendo acompañada en su procesión por la Banda de Música de Villanueva Mina.
Cantillana, a 16 de septiembre de 1936. La mayordoma [firmado y rubricado] La secretaria. La tesorera [firmado y rubricado][5].

Los datos ofrecidos por el texto que acabamos de transcribir, coinciden plenamente con la versión de lo sucedido que se ha transmitido oralmente en el seno de varias familias cantillaneras. Estos relatos de tradición oral no sólo no contradicen la versión oficial, sino que aportan muchos detalles y matices que no quedaron —o no pudieron quedar— reflejados en el acta. Estos datos adquieren un valor añadido cuando los informantes fueron testigos directos de lo ocurrido.
Las tropas nacionales desfilan por la calle Martin Rey el 30 de julio
de 1936, día de la toma de Cantillana.

Para la realización del presente estudio, hemos tenido la oportunidad de entrevistarnos con Teresa y Asunción Núñez Díaz, naturales de Cantillana, que vivieron en primera persona lo que aconteció en la noche del ocultamiento de la imagen, ya que su padre, Manuel Núñez, fue uno de los responsables de llevarlo a cabo. A partir de los abundantes pormenores ofrecidos por sus valiosos testimonios, hemos reconstruido los hechos paso a paso y a continuación exponemos el resultado, ofreciendo multitud de noticias inéditas.

Corría febrero de 1936 y la tensión política y social creada tras la victoria del Frente Popular el día 16 iba en aumento. A Cantillana llegan inquietantes noticias de Sevilla y, al mismo tiempo, comienza a extenderse el inquietante rumor de que los círculos sindicalistas cantillaneros preparaban un golpe revolucionario (vid. supra). Ante tales evidencias, las señoras que regentan la hermandad temen fundadamente por la integridad de la imagen de la Divina Pastora y deciden retirarla de la parroquia para ocultarla. Los encargados de llevar a cabo la arriesgada tarea serían el sacristán Francisco Rivas Pérez, su hijo Cándido y Manuel Núñez Ferrera El Borro. Manuel Núñez era un destacado pastoreño muy vinculado con la hermandad: montaba cada año el Risco para la celebración de la novena septembrina y tenía la responsabilidad de colocar a la Virgen en el altar de cultos y en el paso procesional; si había que trasladar a la Pastora, él era sin duda la persona más adecuada para ello.

Manuel Núñez y Francisco Rivas habían acordado entrar en la parroquia de madrugada y llevar a la Divina Pastora desde allí hasta el domicilio de las hermanas Rivas, situado muy cerca del templo ―en el número 5 de la actual plaza del Corazón de Jesús―, donde la Virgen permanecería escondida a la espera de momentos mejores. Pero la operación presentaba dificultades añadidas: junto a la casa de las Rivas estaba la sede del sindicato de la CNT, desde la que los anarquistas controlaban día y noche las posibles entradas y salidas de la parroquia con una permanente ronda de guardia, pendiente de cualquier eventualidad que pudiera presentarse. Así que El Borro se vio obligado a averiguar las horas en que se producían los relevos de los turnos de vigilancia para poder sacar a la Virgen aprovechando el momento del cambio de los efectivos de guardia.

Manuel, Francisco y Cándido accedieron a la parroquia por la puerta de la sacristía –en la actual calle Iglesia- y a oscuras, con tal de no ser vistos desde el sindicato. Manuel tomó la imagen y salió al exterior por la misma puerta. El Borro llevaba la Virgen al hombro, cubierta con una chaqueta o una sábana; Francisco y Cándido, quienes, al parecer, abandonaron el templo por la zona del Palacio, irían delante, atentos a cualquier imprevisto que les impidiera alcanzar su objetivo o, incluso, pusiera en peligro sus vidas. El trayecto más corto hasta el domicilio de las hermanas Rivas era recorrer en línea recta la actual calle Severo Ochoa, pero tuvieron que dar un rodeo para evitar cruzar ante el sindicato de la CNT, situado frente a la puerta principal de la casa de las Rivas. Por tanto, giraron a la derecha y siguieron por las actuales calles Iglesia, Gustavo Adolfo Bécquer y Juan Ramón Jiménez, entrando en el patio de las hermanas Rivas por el postigo trasero, fuera de la vista de los sindicalistas de la CNT.

Una vez allí, colocaron a la Divina Pastora en el hueco de una chimenea empotrada en la pared, taparon el vano con un tabique y pusieron delante un mueble que lo cubriera por completo. Nadie supo nunca dónde estaba escondida la Virgen, a pesar de que, según afirmaba Manuel Ríos Sarmiento en su artículo “La tragedia social y la Pastora Divina”[6], los incendiarios saqueadores de la parroquia la buscaron por las casas del pueblo y de haberla encontrado, seguramente, hubiese tenido el mismo fin que tuvieron las demás que llenaban la iglesia.

La imagen estuvo custodiada así hasta que el bando franquista tomó Cantillana el 30 de julio de 1936 bajo el mando del capitán Gonzalo Briones, militar de ascendencia cantillanera y pastoreña a través de los Sarmiento Espinosa, que mantenía una estrecha relación con la villa. El mismo día 30 la Divina Pastora fue de nuevo presentada a sus devotos. Tras el descubrimiento, colocaron a la imagen encima de una cómoda y se convocó de manera espontánea un besamanos por el que desfiló todo su pueblo y los soldados de la tropa nacional que habían intervenido en la ocupación de Cantillana.

Los cultos anuales no podían tener lugar ese año en el desmantelado templo parroquial, por lo que la Virgen fue trasladada el 31 de julio de 1936 provisionalmente a la Ermita de la Misericordia[7]. Este dato nos obliga a reinterpretar las palabras de María Sáenz de Tejada y López en una carta enviada el 22 de agosto del 36 a un familiar, que siempre se habían tomado como prueba evidente de que la imagen permaneció en el domicilio de las Rivas hasta los últimos días de agosto:
[...] Anoche también fui a verla, le puse una flor grana con florecitas amarillas en la mano, pues no tenía ninguna la Pastora. Y a la oveja le ha puesto Manolito Espinosa una banderita grana y amarilla en la boca. Está linda. Anteanoche no tenía luz la sala donde estaba la Pastora, la vimos con velas y no me resultó porque estaba expuesta que le pasara algo, y le dije a Juan que si le parecía ponerle una luz y me dijo que sí, hasta que la Virgen esté allí, y ayer se le ha puesto y está preciosa [...][8].

Como refiere el acta, el 8 de septiembre, fiesta principal de la hermandad, la Divina Pastora fue llevada a la parroquia para que su procesión saliera desde allí. Fue la única imagen que recorrió en 1936 las calles de Cantillana. Días después, Ríos Sarmiento narraba cómo se desarrolló la procesión de la Virgen:
Este año ha salido la Pastora de manera anormal; lo ha hecho a media tarde para poderla recoger antes de que llegasen las negruras de la noche; [...] La Virgen llevaba en la mano derecha, como única alhaja, una cinta con los colores benditos de la bandera española. La Patria en las manos de la Virgen, así debió ser siempre y se hubiera evitado la tragedia. La emoción este año ha sido diferente de los años anteriores; se conmovían las personas al encontrarse sus miradas; quien no lloraba era porque ya no le quedaban lágrimas, se confundían el sentimiento de la Patria con el de la fe, y como expresión de un sentir se gritaba: ¡Viva España de la Divina Pastora! ¡Viva la Pastora Divina de España![9].

Para concluir diremos que con este artículo sólo hemos querido sintetizar en varias páginas los difíciles momentos que vivió la devoción a la Divina Pastora de Cantillana durante los complicados años 30 y demostrar cómo estas trágicas tesituras son la mejor prueba de valor para cualquier devoción, siguiendo sólo las más acendradas su camino de forma verdadera.


NOTAS

[1] ABC de Sevilla, en sus ediciones de los días 5 y 17 de septiembre de 1931.
[2] Archivo Hermandad de la Divina Pastora de Cantillana (AHDPC), Documento sin clasificar.
[3] A propósito del asunto de las licencias gubernamentales, leamos esta curiosa reseña sobre las fiestas de Cantillana, extraída de una sección ―denominada con el sintomático título de “Tiroteo”― de la revista capuchina El Adalid Seráfico, en su edición del 15 de septiembre de 1932, p. 286: “Aquí ya se contó con todos los permisos. Se celebró una función a la Divina Pastora de las que echan humo. Y se sacó en procesión, hasta que quedaron roncos de dar vivas a la Divina Pastora. Así se hace”.
[4] Publicada en El Correo de Andalucía, 11 de septiembre de 1934.
[5] Archivo de la Hermandad de la Divina Pastora de Cantillana (AHDPC), Libro V de Cuentas, año 1936.
[6] Publicado en ABC de Sevilla el 29 de octubre de 1936. Después incluido en su obra antológica Ratos perdidos, Sevilla, 1938, pp. 135-137
[7] En este templo próximo a la parroquia se ofició la novena, ubicándose la imagen, según tradición oral, bajo un dosel celeste (vid. L. M. López Hernández, “La Parroquia Pastoreña (VII)”, Cantillana y su Pastora, 10 (2005), pp. 40-42). Puede causar extrañeza la premura de este traslado, que se explica, en parte, porque la casa de las Rivas presentaba el riesgo de estar hospedado en ella Luis Bueno, alto cargo de la Falange.
[8][8] AHDPC, Legajo 5, Documento sin clasificar. En ese caso, la sala que menciona la remitente se refiere necesariamente a una de las estancias de la Misericordia.
[9] M. Ríos Sarmiento, art. cit.


Juan Manuel Daza Somoano
Antonio López Hernández

Publicado En los numeros 11 y 12 de la Revista Cantillana y su Pastora


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