sábado, 14 de agosto de 2010

Como si fuera de carne


“Trátela usted como si fuera de carne”. Pintoresca y sorprendente fue esta advertencia que la mayordoma Mercedes Espinosa hizo, allá por los años 40 en su casa del actual número 6 de la calle Buenavista, al insigne Sebastián Santos antes de que acometiese la restauración de un dedo de la imagen de la Divina Pastora. Pero no ha sido la única ocasión o anécdota en la que un devoto manifestaba su delirio por aquella talla del siglo XVIII que Cantillana venía venerando desde siglos. Nunca escatimó este pueblo en custodiar, con los más excelsos honores, a esta peregrina imagen, demostrándolo manifiestamente en incontables circunstancias históricas.


Recordemos que ya en el siglo XVIII la corporación pastoreña le rendía culto en uno de los altares de la parroquia y que, desde entonces, no descansó en exponerla al culto público del modo más digno, honroso y laudable posible, fuese ya en camarín, Risco, peana, paso, carreta, besamanos... Buscando para ella los mejores sombreros, tocas, aderezos, joyas, cayados... Componiendo para ella inigualables plegarias, letanías, coplas, arias, romanzas, himnos, sevillanas, fandangos... Sirviendo de inspiración y representándola infatigablemente pintores y ceramistas, orfebres y escultores, fotógrafos y cinematógrafos, compositores y estudiosos.
No olvidemos tampoco súplicas como las que alcalde y pueblo manifestaron en 1860 para que Palacio levantase la suspensión de procesiones en Cantillana cuando, avecinándose el 8 de septiembre, la población se inquietaba alarmantemente con sólo pensar que tan bendita imagen no pudiera procesionar. O recuerden aquel 1932 en el que, a pesar de los numerosos incidentes antirreligiosos marcados durante la II República, se sacó en procesión, ―comenta un artículo titulado Tiroteo― hasta que se quedaron roncos de dar vivas a la Divina Pastora, (permítanme que les sugiera: no fue la Estrella la única valiente).


Imborrables resultaron aquellos difíciles días del verano de 1936, cuando afanes destructibles con inspiración más que ideológica o política arrasaron el templo parroquial sin contar que la fe, incluso en medio de la más recia tormenta, puede permanecer invicta en torno a la imagen de tan consoladora Pastora, bajo la luz de una bombilla en la chimenea de casa de las hermanas Rivas donde, apaciguadas las aguas, fue presentada a sus devotos desarrollándose escenas impresionantes y desfilando todo su pueblo sin distinción de clases ni de ideas políticas tan exacerbadas en aquellos angustiosos momentos.


Desde sus orígenes, la augusta procesión septembrina de la Pastora marcó para siempre la vida del pueblo y de la hermandad pastoreña, pues tal fasto no podía ni puede pasar desapercibido: calles engalanadas, estruendo de millares de cohetes, música que mana de las bandas por el caserío o de las gargantas de cantores y violines que transportan, los vivas, las salves, el Risco, la novena... Todo asumiendo como epicentro la imagen de la Divina Pastora. El Boletín Oficial del Arzobispado de Sevilla, narrando la visita del Beato Marcelo Spínola a nuestro pueblo, describe: El Sr. Arzobispo agradecía en alma tanto amor; pero aún más que estas manifestaciones le complació ver el templo henchido literalmente de fieles tanto en la función como en la novena, y rodeada la imagen de la Pastora, cuando recorrió procesionalmente las calles de muchedumbre incontable de personas de toda clase y condición, que vitoreaban a la Reina del cielo con fervor rayano en delirio.


Nunca terminaríamos de indicar anécdotas y hechos históricos en torno a tan venerada imagen mariana. Todo este desvivirse por una imagen de madera nos trae a la memoria aquella singular advertencia de la mayordoma a Sebastián Santos, para la que a pesar de ser de leño material, la consideraba “como si fuera de carne”. Son hechos que se enmarcan en la especial veneración que los cristianos rendimos, casi desde nuestros orígenes, a las imágenes que representan a la Madre de Dios en los diversos pasajes evangélicos, dogmas y advocaciones marianas.

Podríamos preguntarnos el por qué de esta, a veces exagerada, veneración hacia una imagen mariana que, por muy mariana que sea, no deja de ser una porción de madera tallada y ricamente estofada. ¿Idolatría, exageración, desvío creyente, equívoco, ignorancia? Son preguntas que siendo actuales (recuerden la acusación que nos hacen los Testigos de Jehová llamándonos idólatras), ya jugaron un papel crucial a lo largo de la historia de la Iglesia. Dentro de ésta hubo sus dudas a la hora de reconocer el culto a las imágenes. De hecho, crisis como la iconoclasta en el Imperio Bizantino durante el siglo VIII destruyeron centenares de imágenes marianas. La Iglesia, guiada siempre por el Espíritu Santo, supo dar la respuesta adecuada a tales crisis mediante los Santos Padres como Basilio el Grande, Germán de Constantinopla y Juan Damasceno, los Concilios Niceno II, de Trento y Vaticano II; esclareciendo todos que el culto a las imágenes, especialmente de Cristo y María, es recomendable. No obstante, al mismo tiempo que la Iglesia lo recomienda, advierte que la veneración a las imágenes, si no se apoya en una concepción teológica adecuada, puede dar lugar a desviaciones.

El problema radicaba en su fundamentación bíblica, pues el mandamiento divino a Israel prohibía representar a Dios mediante esculturas (Dt 4, 15-16), ya que Él lo es todo y está por encima de todas sus obras (Si 43, 27-28). Pero ya en el Antiguo Testamento Dios ordenó la realización de imágenes que, como símbolos, conducirían a la salvación por el Verbo encarnado: la serpiente de bronce (Nm 21, 4-9; Jn 3, 14-15), el arca de la Alianza y los querubines (Ex 25, 10-12; 1 Re 6, 23-28). Fundándose en el misterio de la encarnación del Verbo, el citado Concilio Niceno II (año 787) justificó el culto a las sagradas imágenes, pues el Hijo de Dios, al encarnarse, inauguró una nueva “economía” de las imágenes.

Ante todo debemos saber que los honores tributados a las imágenes se dirigen a las personas representadas.11 Afirma el Concilio de Trento que a las imágenes se les debe tributar el honor y la veneración debida, no porque se crea que en ellas hay cierta divinidad o poder que justifique este culto o porque se deba pedir alguna cosa a estas imágenes o poner en ellas la confianza, como hacían antiguamente los paganos, que ponían su esperanza en los ídolos, sino porque el honor que se les tributa se refiere a las personas que representan,12 por este motivo no somos idólatras, es decir, adoradores de imágenes, pues sólo al Dios Uno y Trino adoramos. El honor tributado a la imagen de la Divina Pastora consiste pues en una veneración respetuosa y no en una adoración, que sólo corresponde a Dios.

Esto indica en primer lugar que cuando rezamos a las plantas de esta bendita imagen, cuando le cantamos, honramos, custodiamos, piropeamos... todas estas expresiones de piedad, en el fondo, no van dirigidas a la propia imagen, sino a Aquélla a quien representa, es decir, a la Santísima Virgen, la Madre de Nuestro Señor Jesucristo, bajo la advocación de Divina Pastora de las almas. Pero si a la persona representada es a quien va dirigida la profunda veneración, por qué no hacerlo directamente a ella sin contar con su imagen. La respuesta se halla en la representatividad funcional que la imagen lleva consigo misma y donde radica su propio valor, es decir, por ejemplo: cuando una persona hace tiempo que no ve, o no verá más, a un ser querido, conserva como un tesoro inestimable la fotografía que lo hace presente en el hogar o en la calle cuando la lleva en la cartera o en una medalla. Esta persona sabe perfectamente que su aprecio y cariño va dirigido en el fondo al fotografiado y no a la fotografía. La fotografía le resulta un medio que posibilita ver a la persona que no está presente físicamente, de tal modo que lo que para otros no tendría más valor que una simple foto, para aquel que la conserva con cuidado y respeto guarda tal valor como si de una reliquia se tratase. Aunque es evidente que se trata de un papel con una imagen impresa, el solo hecho de traerle a la memoria ese ser querido ausente y hacérselo así presente, suscita en la persona que la custodia comportamientos hacia la fotografía como el contemplarla fijamente, besarla, hablarle y decirle cosas que sólo el corazón entiende. Para el que no concibe la importancia que para esa persona tiene ese medio que le posibilita la presencia del ausente puede resultarle un comportamiento absurdo. Sin embargo, para la persona que así se comporta es vital expresarse de este modo para mantener una comunión con aquel que lo separa el espacio o la muerte.


Pues así, análogamente, sucede con la imagen que veneramos de la Divina Pastora. A ella le guardamos el respeto y veneración debida, como si se tratase de la fotografía, la imagen, que hace presente en nuestras vidas a la Madre de Dios que intercede por nosotros como Pastora amantísima de las almas. Porque, tengámoslo muy en cuenta, si algún día no contásemos con esta imagen, Dios no lo quiera, nuestra veneración hacia la Pastora Divina no debería decaer. Aunque el dolor de haber perdido esta imagen tan entrañable nos llagase el corazón, nuestra veneración a la Madre de Dios continuaría siendo la misma fuese por medio de la imagen que fuese, porque la imagen no se venera por ella misma, sino por lo que representa.

Podemos así entender que los besos que depositamos en su mano, enjoyarla, incensarla, rezar ante sus plantas, mirarla devotamente, cantarle, piropearle, y un sin fin de gestos hacia ella son signos que muestran nuestro filial amor por Aquélla que siempre presta desde el cielo nos pastorea y cuya imagen representa.
En síntesis, veamos el valor que la imagen de la Divina Pastora tiene para el creyente, anotaciones que servirán también de precisa clarificación para no incurrir en el error:

 Esta imagen es una representación iconográfica de la advocación mariana de la Divina Pastora de las almas.
 Como tal representación indica otra realidad, es decir, representa a otra persona, hace presente a la Madre de Dios que glorificada en cuerpo y alma ejerce su pastorado desde el Risco Empíreo.
 Es, pues, un signo santo que como todos los signos litúrgicos, tienen a Cristo como último referente; las imágenes de los santos, de hecho, “representan a Cristo, que es glorificado en ellos”.
 Posibilita la memoria o recuerdo de la Santísima Virgen que como todos los santos, aunque ella de un modo especial y único, continúa participando en la historia de la salvación y a la que nos unimos sobre todo en la celebración sacramental. Pues no olvidemos que, aunque su imagen nos la haga presente en nuestras vidas, la mayor y sin parangón presencia y comunión que podemos tener de María Santísima, así como la principal veneración que podemos tributarle, se da en la celebración litúrgica, especialmente en la Eucaristía.
 Los honores que le tributamos no son de adoración, pues estos sólo a Dios corresponden; son más bien de veneración respetuosa.
 Estos honores no van dirigidos expresamente a la imagen, sino a la persona que representa.
 Posibilita la meditación y la oración, pues contemplarla incita la súplica y la acción de gracias a Dios por las maravillas que ha obrado en Aquélla a quien representa. Decía Juan Damasceno: La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios.
 Estimula la imitación y la peregrinación en la fe, pues al mirarla vemos realizada la imagen verdadera del hombre nuevo, la mejor Pastora Asunta que es espejo y fermento de lo que la Iglesia peregrina en la tierra aspira a ser.
 Guarda una función catequética, pues mediante su representación iconográfica instruye sobre la advocación de la Divina Pastora y la maternidad espiritual que ésta ejerce sobre su rebaño; o sea, amén de aquel dicho: una imagen vale más que mil palabras.
 Por ser una obra artística cargada de religiosidad aparece en ella el reflejo de la belleza que viene de Dios y a Dios conduce. A pesar de la belleza de su representación artística así como cuando se engalana, su función no es procurar el deleite estético, sino introducir en el misterio, es decir, trasportarnos a la otra realidad espiritual teñida del misterio divino y humano.
 En fin, una imagen que “como si fuera de carne” pero sin serlo, es el mayor tesoro material que la hermandad de la Divina Pastora de Cantillana posee y expone a la veneración pública para mayor gloria de Dios y de su Santísima Madre, a la que por siempre de generación en generación proclamaremos bendita y bienaventurada.

Álvaro Román Villalón, pbro.
Publicado en la Revista anual de las fiestas, Cantillana y su Pastora, 2005
.

No hay comentarios: