Señor Jesucristo, Pastor Bueno, que entregaste la vida por tus ovejas, y elevado en la cruz, nos diste a la Virgen por Madre; concédenos, por su intercesión poderosa, seguirte ahora como Pastor nuestro en la tierra, y llegar después a la Pascua eterna en el cielo. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amen.
Oración a la Divina Pastora
Postrado humildemente a vuestros pies, oh Divina Pastora y Madre mía, vengo a pesar de mi ingratitud e indignidad, a escogeros por mi Madre, por Abogada, Pastora y Protectora cerca de vuestro Divino Hijo Jesús, y a consagrarme a Vos para ser oveja vuestra, para amaros, honraros y serviros fielmente todos los días de mi vida. Dignaos recibir, ¡oh Divina Pastora María! la firme protesta que hago de ser todo vuestro: Dignaos admitirme en el número de vuestras ovejas. Haced, ¡oh bondadosa Madre mía! que asistido por vuestra protección poderosa durante mi vida, tenga el dulcísimo consuelo de que en la hora de mi muerte entregue mi alma en vuestras manos, y tenga después la dicha incomparable de ser conducido por Vos en la morada de la feliz y gloriosa inmortalidad. Amén.
Oración atribuida a San Francisco
Señor, haz de mi un instrumento de tu paz:
donde haya odio, ponga yo amor,
donde haya ofensa, ponga yo perdón,
donde haya discordia, ponga yo armonía,
donde hay error, ponga yo verdad,
donde haya duda, ponga yo la fe,
donde haya desesperación, ponga yo esperanza,
donde haya tinieblas, ponga yo la luz,
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
Oh, Señor, que no me empeñe tanto
en ser consolado como en consolar,
en ser comprendido, como en comprender,
en ser amado, como en amar.
Porque dando se recibe,
olvidando se encuentra,
perdonando se es perdonado,
muriendo se resucita a la vida.
Oración de san Bernardo
Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado de ti. Animado con esta confianza, a ti también acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana.
No deseches mis humildes súplicas, oh Madre del Verbo divino, antes bien, escúchalas y acógelas benignamente.
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