domingo, 30 de agosto de 2015

Cantillana, trono de la alegría



Un pregón de la Divina Pastora no puede empezar por la Pastora misma y menos aún, si el pregón a esa Virgen bonita y pastorera se pronuncia en Cantillana. Hay que rodearla, como dándole poéticamente, una coba celestial. Luego subirá el cántico al Camarín, como después se ira también la palabra de Romería siguiéndola por el mismo camino por donde Ella procesiona. Cuando vengo a la tierra de Cantillana pienso primero en el nombre bajo el que está la Pastora. Permitídmelo cantar:
Cantillana. Llamarse Cantillana, líricamente es llamarse alegría. La alegría está aquí alzada rotundamente en su propio nombre. Tengo que cantarlo antes de acercarme a María, pero tengo que cantarlo glosando previamente la puerta del nombre que es mayo. Mayo es el mes floral de la Virgen. No hay cancionero antiguo que no rinda sus mejores arpas a mayo. “A cantar el mayo,/ Señora, venimos”. Lo que ocurre es que tenemos que cambiarle a la canción la invocación y entonces queda como transcrito, al cantillanismo diciendo:

“A cantar el mayo,/ Pastora, venimos”. Mayo es el mes en que los novios se cruzan ramos de flores en los viejos pueblos de España. Todavía mayo, en sus fiestas, se llena de mástiles por los que trepan cintas y frutas para cantar la gracia virginal de María. Roma simbolizaba mayo en una muchacha ataviada de flores. “Comenzamos a cantar, –dicen los cancioneros– el día de la Santa Cruz”. Mayo, fijaos bien, la “hechura” de abrazo que tiene se llama un río del Cauca de La Sonora mejicana. Mayo se llama una minita de sal que hay en la Jaura de la India. Mayo es plata repujada en Florencia, en Pitti; en la galería; y la orfebrería labró casitas de pastores, almendros floridos, ovejas, como un himno triunfal al “pastorismo” celestial de la oración. Mayo es el mes que la poesía del mundo elige. “Y al tocar esparcía/ –decía Valle Inclán– aromas del rosal/ de la Virgen María”. Pérez de Ayala cantaba que “En la cima del almendro, repicaba el jilguero”, pero luego Luís Rosales decía: “En el aire de mayo, pensativa/ nació la luz y la encontró agraciada”. Pemán, mi paisano, en su “Serranilla”, al cantar el trigo casi naciente decía: “Y en flor está la pradera y los tomillos en flor”. Por esta luz de mayo, todo me suena a Cantillana; la rosa, el pájaro, la campana, la luz, la gracia, la oración, la alegría, todo parece que repite el nombre, “Cantillana”. Para que su tierra tenga corazón de agua, está cerca del río grande, del Guadalquivir, por el que dicen olés los ríos, desde la distancia, Córdoba y Sevilla. Por algo, las viejas crónicas de los oficios romanos y árabes, hablan de los “barqueros de Cantillana que iban hasta Córduba”. Cantillana es un nombre que respira sobre una meseta, dicen los geólogos, y en ese río grande, vierten aguas pequeñas camperas y frutales su Viar, su Garcipérez, su Trujillo, con sus oros candeales, verdes viñas y olivíferos de las distancias. Bajo este mayo, ya puede el corazón abarcar el nombre cantillanero. Que si fuera la Ilipa aquella que decían Flores y Ceán; si fuera la Banilipia, de Rodrigo Caro; si fuera la Ilipalia, de Serrano Ortega o si fuera, como parece que sí, la Naeva, desde Confor a esos colosos sevillanos de la Arqueología que son Hernández, Corbacho y Collantes. Qué más da. Qué más da la especulación, porque la verdad es que todo permanece aquí testimonialmente y Cantillana fue de la Cruz antes que lo fuera Sevilla, y cartas hay en los archivos más linajudos, según las cuales el Rey Santo, al tomarla, dijo: “Sea Cantillana heredat para siempre”. Cantillana tierra en la que Arzobispos de la fama de un don Gonzalo de Mena o de un don Diego de Anaya, soñaron para que fuese tierra de la última misericordia divina en su tiempo mortal. Cantillana filipense y condal de los Vicentelos de Leca, de cuyo señorío ahí siguen piedras testimoniales sobre la Alameda. Cantillana, mármol, por tres veces lápida en Hübner. Cantillana retablo de oro, Cantillana altar de soledad, Cantillana, oración, y en la Asunción, talla finísima de Jerónimo Hernández, y en el tesoro, ostensorios, portapaz, y sobre todo ello, esa ofrenda, con que se dice: “A MAYOR GLORIA DE DIOS Y HONRA SUYA”. Cantillana está ahora, a la puerta de mayo, en la plenitud de su primavera, riente y clara, blanquísima y fragante, repicando, resonando entre canciones populares, entre juventudes que se alegran en María en la eufonía del nombre. Nombre llano, grave, silábicamente tan musical como otras palabras que son también maravillas fijaos: esperanza, la Pastora, Cantillana. No hay más que escribir sobre las cuatro sílabas de la común hermosura. Nombre tan propicio a la oración como a la copla. Nombre que tiene como cola de faralaes, como garbo, como ritmo de verónica, también Cantillana. Y es al nombre, lleno de los mejores mayos de la palabra y de la música, al que yo quiero ahora, antes de entrar a ver a la Divina Pastora, decirle aquí junto a vuestra alegría poéticamente:


Aires y flores, Pastora
de las salves y las almas,
bajo los cielos de mayo,
al pie de tu nombre cantan
que el Ángel de la Alegría
tiene trono en Cantillana.
Mayo se viste de cruces
infinitamente blancas,
sobre el florido y hermoso
adagio que le da fama,
para pedirle licencia
a su Pastora adorada,
y cantar con ella el gozo
de su aroma en Cantillana.
Todo te besa y te nombra
cantillanera fragancia.
Te nombra el Guadalquivir
desde sus orillas áureas,
en las que Roma abandera
jubilarmente su fama
con las reliquias insignes
de sus viejas argamasas.
La tradición y la historia
béticamente te aclaman.
Que si Ilipa o si Naeva,
si Basilipa o Ilipalia…
¡Qué mas da si lo que es cierto
es que el laurel de tu fama
tiene un verdor que no muere
en tu sombra milenaria!
Quiso la misericordia
que fuera tu suelo casa
donde arzobispos hispálicos
tuvieran muertes en gracia
tañendo tus campanarios
–ángeles de sus mañanas–
por don Gonzalo de Mena
y por don Diego de Maya.
A tus barqueros del río
dicen que aquí les guardaban
gremiales intercesiones
de patronos sus barcazas,
mientras subían a Córdoba
sus velas y proas romanas.
Aires y flores, Pastora
de las salves y las almas,
bajo los cielos de mayo
al pie de tu nombre cantan
que el Ángel de la Alegría
tiene trono en Cantillana.
¡Cómo repican claveles
y pájaros en tu gracia¡
Cantillana, filipense
y condal, atravesada
en su Alameda de almenas
sobre las que montan guardia,
como en tu escudo el castillo
y el guerrero con su lanza,
las lanzas del señorío
sobre tu nobleza blanca,
al pie de los Vicentelos
de Leca, sol de tu fama.
Por los taludes del río
sueñan estucos y lápidas
y rumores de acueductos
por tu Recache te cantan.
“A mayor honra de Dios”
dicen que fueron alzadas
las curvas de los torales
donde tu Asunción se aguanta
dándole a los horizontes
su saludo de campanas.
¡Qué bien los retablos cubren
con oros tu fe cristiana!
¡En tu nombre suena todo
el mundo de la palabra!
Dice la blancura: ¿dónde
nace mi blancura santa?
Y se abre el mediodía
diciendo que en Cantillana.
Dice el azul que de dónde
nace su luz tan diáfana.
Y se abren las auroras
diciendo que en Cantillana.
Dice el río que de dónde
le viene el sol a su agua.
Y se abren las orillas
diciendo que en Cantillana.
Dicen los pintores: ¿dónde
hay paleta de más gracia?
Y se abren los colores
diciendo que en Cantillana.
Dicen los árboles: ¿dónde
hay más luz para mis ramas?
Y se abren hojas y troncos
diciendo que en Cantillana.
Y mientras, sigue la copla
canta que te canta y canta
diciendo todos los rumbos
de la rosa sevillana:
Aires y flores, Pastora
de las salves y las almas,
bajo los cielos de mayo,
al pie de tu nombre cantan
¡que el Ángel de la Alegría
tiene trono en Cantillana!


Francisco Montero Galvache
Pregón del CCL aniversario fundacional. 1970.

No hay comentarios: