Un pregón de la Divina Pastora no puede empezar por la
Pastora misma y menos aún, si el pregón a esa Virgen bonita y pastorera se
pronuncia en Cantillana. Hay que rodearla, como dándole poéticamente, una coba
celestial. Luego subirá el cántico al Camarín, como después se ira también la
palabra de Romería siguiéndola por el mismo camino por donde Ella procesiona.
Cuando vengo a la tierra de Cantillana pienso primero en el nombre bajo el que
está la Pastora. Permitídmelo cantar:
Cantillana. Llamarse Cantillana, líricamente es llamarse
alegría. La alegría está aquí alzada rotundamente en su propio nombre. Tengo
que cantarlo antes de acercarme a María, pero tengo que cantarlo glosando
previamente la puerta del nombre que es mayo. Mayo es el mes floral de la
Virgen. No hay cancionero antiguo que no rinda sus mejores arpas a mayo. “A
cantar el mayo,/ Señora, venimos”. Lo que ocurre es que tenemos que cambiarle a
la canción la invocación y entonces queda como transcrito, al cantillanismo
diciendo:
“A cantar el mayo,/ Pastora, venimos”. Mayo es el mes en que
los novios se cruzan ramos de flores en los viejos pueblos de España. Todavía
mayo, en sus fiestas, se llena de mástiles por los que trepan cintas y frutas
para cantar la gracia virginal de María. Roma simbolizaba mayo en una muchacha
ataviada de flores. “Comenzamos a cantar, –dicen los cancioneros– el día de la
Santa Cruz”. Mayo, fijaos bien, la “hechura” de abrazo que tiene se llama un
río del Cauca de La Sonora mejicana. Mayo se llama una minita de sal que hay en
la Jaura de la India. Mayo es plata repujada en Florencia, en Pitti; en la
galería; y la orfebrería labró casitas de pastores, almendros floridos, ovejas,
como un himno triunfal al “pastorismo” celestial de la oración. Mayo es el mes
que la poesía del mundo elige. “Y al tocar esparcía/ –decía Valle Inclán– aromas
del rosal/ de la Virgen María”. Pérez de Ayala cantaba que “En la cima del
almendro, repicaba el jilguero”, pero luego Luís Rosales decía: “En el aire de
mayo, pensativa/ nació la luz y la encontró agraciada”. Pemán, mi paisano, en
su “Serranilla”, al cantar el trigo casi naciente decía: “Y en flor está la
pradera y los tomillos en flor”. Por esta luz de mayo, todo me suena a
Cantillana; la rosa, el pájaro, la campana, la luz, la gracia, la oración, la
alegría, todo parece que repite el nombre, “Cantillana”. Para que su tierra
tenga corazón de agua, está cerca del río grande, del Guadalquivir, por el que
dicen olés los ríos, desde la distancia, Córdoba y Sevilla. Por algo, las viejas
crónicas de los oficios romanos y árabes, hablan de los “barqueros de
Cantillana que iban hasta Córduba”. Cantillana es un nombre que respira sobre
una meseta, dicen los geólogos, y en ese río grande, vierten aguas pequeñas
camperas y frutales su Viar, su Garcipérez, su Trujillo, con sus oros
candeales, verdes viñas y olivíferos de las distancias. Bajo este mayo, ya
puede el corazón abarcar el nombre cantillanero. Que si fuera la Ilipa aquella
que decían Flores y Ceán; si fuera la Banilipia, de Rodrigo Caro; si fuera la
Ilipalia, de Serrano Ortega o si fuera, como parece que sí, la Naeva, desde
Confor a esos colosos sevillanos de la Arqueología que son Hernández, Corbacho
y Collantes. Qué más da. Qué más da la especulación, porque la verdad es que
todo permanece aquí testimonialmente y Cantillana fue de la Cruz antes que lo
fuera Sevilla, y cartas hay en los archivos más linajudos, según las cuales el
Rey Santo, al tomarla, dijo: “Sea Cantillana heredat para siempre”. Cantillana
tierra en la que Arzobispos de la fama de un don Gonzalo de Mena o de un don
Diego de Anaya, soñaron para que fuese tierra de la última misericordia divina
en su tiempo mortal. Cantillana filipense y condal de los Vicentelos de Leca,
de cuyo señorío ahí siguen piedras testimoniales sobre la Alameda. Cantillana,
mármol, por tres veces lápida en Hübner. Cantillana retablo de oro, Cantillana
altar de soledad, Cantillana, oración, y en la Asunción, talla finísima de
Jerónimo Hernández, y en el tesoro, ostensorios, portapaz, y sobre todo ello,
esa ofrenda, con que se dice: “A MAYOR GLORIA DE DIOS Y HONRA SUYA”. Cantillana
está ahora, a la puerta de mayo, en la plenitud de su primavera, riente y
clara, blanquísima y fragante, repicando, resonando entre canciones populares,
entre juventudes que se alegran en María en la eufonía del nombre. Nombre
llano, grave, silábicamente tan musical como otras palabras que son también
maravillas fijaos: esperanza, la Pastora, Cantillana. No hay más que escribir
sobre las cuatro sílabas de la común hermosura. Nombre tan propicio a la
oración como a la copla. Nombre que tiene como cola de faralaes, como garbo,
como ritmo de verónica, también Cantillana. Y es al nombre, lleno de los
mejores mayos de la palabra y de la música, al que yo quiero ahora, antes de entrar
a ver a la Divina Pastora, decirle aquí junto a vuestra alegría poéticamente:
Aires y flores, Pastora
de las salves y las almas,
bajo los cielos de mayo,
al pie de tu nombre cantan
que el Ángel de la Alegría
tiene trono en Cantillana.
Mayo se viste de cruces
infinitamente blancas,
sobre el florido y hermoso
adagio que le da fama,
para pedirle licencia
a su Pastora adorada,
y cantar con ella el gozo
de su aroma en Cantillana.
Todo te besa y te nombra
cantillanera fragancia.
Te nombra el Guadalquivir
desde sus orillas áureas,
en las que Roma abandera
jubilarmente su fama
con las reliquias insignes
de sus viejas argamasas.
La tradición y la historia
béticamente te aclaman.
Que si Ilipa o si Naeva,
si Basilipa o Ilipalia…
¡Qué mas da si lo que es cierto
es que el laurel de tu fama
tiene un verdor que no muere
en tu sombra milenaria!
Quiso la misericordia
que fuera tu suelo casa
donde arzobispos hispálicos
tuvieran muertes en gracia
tañendo tus campanarios
–ángeles de sus mañanas–
por don Gonzalo de Mena
y por don Diego de Maya.
A tus barqueros del río
dicen que aquí les guardaban
gremiales intercesiones
de patronos sus barcazas,
mientras subían a Córdoba
sus velas y proas romanas.
Aires y flores, Pastora
de las salves y las almas,
bajo los cielos de mayo
al pie de tu nombre cantan
que el Ángel de la Alegría
tiene trono en Cantillana.
¡Cómo repican claveles
y pájaros en tu gracia¡
Cantillana, filipense
y condal, atravesada
en su Alameda de almenas
sobre las que montan guardia,
como en tu escudo el castillo
y el guerrero con su lanza,
las lanzas del señorío
sobre tu nobleza blanca,
al pie de los Vicentelos
de Leca, sol de tu fama.
Por los taludes del río
sueñan estucos y lápidas
y rumores de acueductos
por tu Recache te cantan.
“A mayor honra de Dios”
dicen que fueron alzadas
las curvas de los torales
donde tu Asunción se aguanta
dándole a los horizontes
su saludo de campanas.
¡Qué bien los retablos cubren
con oros tu fe cristiana!
¡En tu nombre suena todo
el mundo de la palabra!
Dice la blancura: ¿dónde
nace mi blancura santa?
Y se abre el mediodía
diciendo que en Cantillana.
Dice el azul que de dónde
nace su luz tan diáfana.
Y se abren las auroras
diciendo que en Cantillana.
Dice el río que de dónde
le viene el sol a su agua.
Y se abren las orillas
diciendo que en Cantillana.
Dicen los pintores: ¿dónde
hay paleta de más gracia?
Y se abren los colores
diciendo que en Cantillana.
Dicen los árboles: ¿dónde
hay más luz para mis ramas?
Y se abren hojas y troncos
diciendo que en Cantillana.
Y mientras, sigue la copla
canta que te canta y canta
diciendo todos los rumbos
de la rosa sevillana:
Aires y flores, Pastora
de las salves y las almas,
bajo los cielos de mayo,
al pie de tu nombre cantan
al pie de tu nombre cantan
¡que el Ángel de la Alegría
tiene trono en Cantillana!
Francisco Montero Galvache
Pregón del CCL
aniversario fundacional. 1970.
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