Cuenta el Génesis que, después de concluir la titánica tarea de la creación del mundo, Dios presentó ante Adán en el paraíso a todas las creaturas para que aquel que había salido del barro amasado les diera nombre. La aparente ingenuidad del relato bíblico trasluce un mensaje complejo: algo primigenio y elemental como referirse a cada cosa por su nombre no está sometido al azar o la contingencia, sino que implica que el hombre, un ser inteligente y racional, es capaz de captar la esencia de las cosas y, por consiguiente, nominalizarlas. Así, este gesto cotidiano –y profundo– no es más que una forma de precisar y organizar nuestro mundo y nuestra cultura. Nombrar, tener un nombre, singulariza, define y, en algunos casos, incluso imprime carácter. Como dijo Pedro Salinas, ese poeta del 27 que hizo girar gran parte de su obra en torno a las relaciones entre la materia y la lengua:
Si tú no tuvieras nombre,
yo no sabría qué eras
ni cómo, ni cuándo. Nada.
De ahí que dedicar varias decenas de líneas a hablar de nombres no sea desmedido y lo es menos cuando en el centro de esa cuestión sustantiva está un vocablo que se clava como un dardo en los mapas inmateriales de nuestra memoria y nuestra vida: Pastora, el nombre de la Virgen, el nombre de Aquella que es “honra y gloria” de Cantillana. Pero no queremos contemplarlo en la pureza arcaica de su latinismo ni en su eufonía ni en los miles de pensamientos que evocamos al pronunciarlo. Queremos admirarlo hecho carne, humanado y asumido por las mujeres de Cantillana que lo alzan como bandera desde el nacimiento hasta la muerte. Madres que les prestan a sus hijas un nombre que también ellas tomaron prestado, promesas cumplidas ante la pila del bautismo, muchachas que le rinden su peculiar tributo a la Virgen presumiendo de llamarse como Ella. Símbolo y metáfora de cómo las cantillaneras, generación tras generación, han hecho suyas las gracias de la Pastora, incorporándolas a sus trayectorias personales.
Porque más allá del culto o el patrimonio –elementos imprescindibles que requieren igual dignidad y esplendor que la historia y piedad que los sustenten–, el poder de las imágenes carismáticas, esas que poseen algo que las hace singulares y distintas a las demás, se cifra entre otras muchas cosas en la fuerza mediante la cual todo lo relacionado con ellas impregna al pueblo, entendido no como clase o estamento social sino como el redil de fieles y devotos. Es un magnetismo que fascina. Sin embargo, la fascinación no se remansa en contemplación, todo lo contrario: se materializa en hechos y decisiones virtuosos, colmados de fidelidad a una emoción heredada y acrisolada normalmente desde la infancia.
Cantillana despliega ante nosotros muestras incontables de lo que decimos; lo son sin duda los miles de mujeres de esta villa que llevan la marca indeleble de llamarse Pastora. Mujeres que se reconocen a sí mismas en el nombre que encontraron en su Virgen, lo mismo que al repetir un rito aprendido o al vibrar cuando se avienen los tiempos y las fechas que hacen latir su existencia. Reyes y Macarenas en Sevilla, Gracias en Carmona, Consolaciones en Utrera, Valles en Écija, Valmes en Dos Hermanas... Pastoras en Cantillana. Todas son hilos de una misma cuerda, que anuda el marianismo que rezuman estos lugares con la capacidad de las devociones enraizadas y seculares para vincular lo divino con lo humano, lo sagrado con lo próximo, lo oculto con lo visible.
Todo esto resulta para nosotros familiar y cercano, aunque es una evidencia que no sólo nos asalta en el tejido sentimental del día a día o en las relaciones humanas que en Cantillana no pueden sustraerse nunca del pastoreñismo, pues los datos estadísticos demográficos de los organismos oficiales, fríos pero exactos e indiscutibles, también lo demuestran: el nombre más habitual entre las mujeres de nuestro pueblo es Pastora. De manera que esta tendencia sobresale como una verdadera seña de identidad de Cantillana, donde las pastoreñas han vuelto la excepción en norma.
Esto, por otra parte, no es nada nuevo. Llamarse como la Virgen es aquí tan antiguo como la más ancestral de nuestras costumbres. El primer libro de registro de hermanas de la corporación, cuyos asientos iniciales datan de 1805 aproximadamente, pronto ofrece el ejemplo documentado más añejo: María Pastora Torres Gallego, que fue inscrita alrededor de 1820. Su nombre constituye el umbral de una larga sucesión que se dilata durante todo el siglo XIX. Eran las pastoreñas de la epidemia, del simpecado blanco, de los pleitos, de la procesión naciente. Hace doscientos años ellas ya elegían el nombre de la Pastora con una convicción y un orgullo que nos devuelven en un bucle a las grandezas de la devoción de Cantillana por antonomasia. Esta corriente desemboca por fin en nuestro tiempo y comienza a ser muy nutrida desde mediados del siglo XX, momento en que el fenómeno cobra definitivamente carta de naturaleza.
Junto al nombre de Pastora aparece en estas nóminas el de Patrocinio, ya que llamarse así –después lo entenderemos– es para una pastoreña de Cantillana igual que llamarse como su Virgen. Podemos ilustrarlo con una anécdota: el nombre real de la célebre Pastora Solís Villalobos era Patrocinio, si bien esta supuesta contradicción no ha impedido que haya pasado a la posteridad conocida por su apelativo más extendido.
Pastora y Patrocinio, dos perfiles de la misma realidad. Esa dualidad caló y quedó impresa en el ideario colectivo. El saber popular –con esa fineza intuitiva y certera capaz de definir en dos palabras lo escondido– ha mantenido en Cantillana, prendida en el hilo invisible pero duradero de la tradición oral, una letrilla posiblemente de principios del ochocientos que alude a esta circunstancia:
La Pastora Divina
tiene dos nombres:
Pastora y Patrocinio,
qué dulces nombres.
Cuatro versos que condensan toda una época. Aquella durante la que la fiesta principal de la Virgen –la “fiesta en la Iglesia Parroquial donde está la imagen y altar de la Pastora con sermón y misa cantada” a la que se refieren las reglas primitivas– se celebraba el día del Patrocinio, es decir, el segundo domingo de noviembre. Es posible que tal estrofilla sea la versión anterior a esta otra, que parece haber sufrido una de esas transformaciones tan habituales por las vicisitudes de la oralidad:
La Pastora Divina
tiene tres nombres:
Pastora, Patrocinio
y Dulce Nombre.
Dulce Nombre, sí. Y no es nada desatinado, pues, antes de las reformas modernas, el quinto día de la novena de septiembre coincidía siempre con la festividad del Dulce Nombre de María, que la Iglesia celebra el día 12 de dicho mes. Quizás sea una casualidad. O quizás las voces del pueblo, que a veces son más perspicaces de lo que aparentan ser, quisieron de esta forma asimilar a la Pastora las denominaciones o advocaciones de las fiestas litúrgicas de la Virgen que de algún modo estaban asociadas a Ella. Como ocurre con las mujeres que en Cantillana se llaman Natividad apelando al espíritu arrebatador del 8 de septiembre, el día de la Pastora, fecha en que se conmemora el nacimiento de María y la hermandad solemniza su fiesta mayor.
En cualquier caso, la cosa va de nombres y entre todos prevalece uno, el Suyo, Pastora, que emerge rotundo de la intrahistoria de Cantillana y se multiplica en las mujeres cantillaneras. Siete letras de un título que parecen repetir el eco lírico del libro del Eclesiástico: “mi nombre es más dulce que la miel, mi herencia, mejor que los panales”. En él hemos de reconocer hoy y siempre todo su valor y significación, siendo, como es, para muchos de nosotros el nombre de nuestras madres, esposas, hermanas o hijas. Y siendo, por encima de todo, el nombre de la Virgen, el nombre de la Madre de Dios, el Nombre sobre todo nombre.
En cualquier caso, la cosa va de nombres y entre todos prevalece uno, el Suyo, Pastora, que emerge rotundo de la intrahistoria de Cantillana y se multiplica en las mujeres cantillaneras. Siete letras de un título que parecen repetir el eco lírico del libro del Eclesiástico: “mi nombre es más dulce que la miel, mi herencia, mejor que los panales”. En él hemos de reconocer hoy y siempre todo su valor y significación, siendo, como es, para muchos de nosotros el nombre de nuestras madres, esposas, hermanas o hijas. Y siendo, por encima de todo, el nombre de la Virgen, el nombre de la Madre de Dios, el Nombre sobre todo nombre.
Juan Manuel Daza Somoano
Este artículo publicado en la revista Cantillana y su Pastora nº 13 correspondiente al año 2009, se debe a otro Pastoreño cuyo trabajo estos últimos años es de sobra reconocido por todos, por este motivo con esta publicación los administradores de este blog queremos darle un merecido reconocimiento a Juan Manuel Daza Somoano por su encomiable labor al frente del Grupo Joven, dándole un giro al concepto que de este colectivo teníamos y realizando junto a todo el grupo joven un proyecto de gran envergadura como es la decoración de la Calle Martin Rey de la cual tan orgullosos estamos los Pastoreños. La Divina Pastora, a buen seguro, premiará su entrega a la Hermandad y como singular Pastora del rebaño universal guiara sus pasos.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario